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Íñigo Gurruchaga
Corresponsal. Londres
Sábado, 29 de junio 2024
El final de la era conservadora es digna de Pedro Muñoz Seca. No mueren todos como en 'La Venganza de Don Mendo', pero el presidente del Partido Conservador, Richard Holden, que huyó de su circunscripción del norte para ser candidato en una más segura del ... sudeste, ha enviado por error a otra comarca su propaganda por correo, y el 'brexiter' pata negra, sir Philip Davies, ha apostado unos 10.000 euros a que pierde su empleo.
El 35% de los británicos apuesta semanalmente sobre deportes y los políticos lo han hecho siempre sobre cuestiones relativas a su mundo. Siete policías de élite han jugado dinero en esta campaña con lo que oyen a los dignatarios que protegen y hay gente que lo hace sobre el porcentaje de abstención. El estado de indignación tan extendido por el Reino Unido ha convertido en desgarro moral lo que parece más bien una comedia.
Según la encuesta anual del Centro Nacional para la Investigación Sociológica, desde la victoria de Boris Johnson en 2019 ha aumentado en 11 puntos el número de británicos que «casi nunca» confía en que los gobiernos den prioridad al interés nacional. Constituyen un 45% de la población. La singular Brittania se habría convertido en un país como los demás.
La crisis financiera provocada por los gestores del gran capital y pagada con austeridad pública, la división entre ciudadanos y Parlamento sobre el Brexit, Johnson y Liz Truss ocupando la cumbre de la gobernación, los vertidos de aguas residuales en ríos y costas por empresas privatizadas, el castigo brutal de Correos a gerentes honestos de sus estafetas, 7.9 millones de personas en la lista de espera de la sanidad pública… Se ha extendido el sentimiento de que las cosas no funcionan.
La tesis sobre la decadencia del moderno Reino Unido se extendió en la mitad del siglo XX. En 1895 tenía la mayor renta por habitante del mundo, en 1977 estaba por detrás de Francia, Estados Unidos, Alemania del Oeste, Japón. En los años setenta el diplomático y periodista Peter Jay, a quien en su mejor momento lo calificaron como el hombre más inteligente del país, escribió que el británico era «un pueblo confuso e infeliz». ¿Lo es ahora?
La felicidad es una idea de definición difícil, pero la firma Gallup llegó, entre 2021 y 2023, a una cifra sobre la evaluación de su vida que tenían los encuestados. Finlandia sería el país más feliz del mundo, seguido por otros del norte de Europa. El Reino Unido sería el 20, España el 36. Según la Organización Mundial de la Salud, en 2019, sólo España, Italia y Grecia tenían menos suicidios por 100.000 habitantes que el Reino Unido, entre los países europeos.
El sociólogo alemán Ralf Dahrendorf escribió en 1982 un análisis de la sociedad británica. En 'On Britain afirma que el país «ha tenido un largo tempo de extraordinaria felicidad». Argumentaba que la estabilidad económica es condición necesaria para el sentimiento de libertad, pero que la economía y, menos aún su medición matemática, no es el baremo de la cohesión social.
Quizás lo más extraño en un partido que se llama conservador ha sido, en la vorágine que causó el Brexit, la emergencia de una notable facción que crítica a los jueces, a la BBC y al aparato administrativo que da continuidad a la gobernación con neutralidad partidista. Esas instituciones que operan con autonomía eran referencias de Dahrendorf para sostener que hay una libertad fundamental en la vida británica.
¿Están ahora los británicos desesperados con la gestión de sus políticos? La organización sin ánimo de lucro Pew Research, con base en Washington, ha registrado mediante encustas en múltiples países del mundo que la democracia sigue siendo una idea mayoritariamente popular, pero también la mayoría cree que no funciona adecuadamente.
Deteniéndose en países desarrollados, encontró en la primavera de 2021 que España era, entre 17, el país con una mayoría más amplia, 86%, que consideraba que el sistema político requiere una completa reforma o grandes cambios. El Reino Unido ocupaba la duodécima posición, con el 70%. Era, con la excepción de Suecia, el país europeo menos insatisfecho con su sistema de gobernación.
Un solo Gobierno no puede dar las respuestas a una situación tan compleja en el mundo de hoy, por el aumento de las guerras, de hondos cambios geopolíticos e innovaciones tecnológicas, de cuestiones sociales en las que chocan modernidad y tradición, de movimientos migratorios y alarmas científicas. El que saldrá de las elecciones del jueves no será radicalmente distinto del anterior.
En los últimos días, Nigel Farage, líder destacado del Brexit, intenta defenderse de las críticas a comentarios racistas de los candidatos de su partido. Uno ha llamado al primer ministro, Rishi Sunak, «un puto paki»(por su piel marrón). Como su amigo Trump, Farage achaca a conspiraciones ajenas que su partido atraiga a miembros que entienden el sustrato de sus discursos.
Hay aguas turbias en la política británica y quejas sobre las disputas y discursos estereotipados de los políticos. Y también días electorales con trenes abarrotados de mujeres con zapatos que duelen al cabo de unas horas y hombres con sombreros de copa. Iban alegres a las carreras de caballos en Ascot, a una hora escandalosa en jornada laboral, con la esperanza de ganar unas libras en las apuestas.
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