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En las redes sociales donde hacen vida los 'black blocs' (bloques negros, por el color de su vestimenta) circulaban el pasado jueves los nombres de varios abogados franceses por si alguno de los miembros de este frente que se alimenta de antisistema, anarquistas y la ... extrema izquierda más agresiva acababa la jornada en el calabozo. Las decenas de manifestaciones convocadas para ese día en todo el país contra la reforma de las pensiones impulsada por Emmanuel Macron, y aprobada una semana antes a golpe de decreto, se asomaban calientes. La ocasión perfecta para que este grupo diera rienda suelta a la violencia que lleva en su ADN y que ha dinamitado las protestas pacíficas que se sucedían desde mediados de enero para transformarlas en destrozos en el mobiliario urbano, incendios, ataques directos a la Policía o saqueos tras los escaparates reventados.
En la primera movilización (19 de enero) contra el proyecto que eleva la edad de jubilación de los 62 años actuales a los 64, y que Macron calcula que entrará en vigor a finales de 2023, hubo alrededor de 800 integrantes de los 'black blocs' en las calles de París. En la marcha del 23 de marzo desfilaron unos 1.500, casi el doble. El ministro del Interior, Gérald Darmanin, no oculta la «radicalidad» creciente de estas marchas donde hasta hace unos días se daban incidentes contados pero, insistía tras los últimos disturbios, se trata de «una parte muy pequeña de los manifestantes». Algo más del 1% en la protesta que el jueves recorrió la capital, si se toman las cifras de asistencia del Ejecutivo galo, aunque su violencia es tal que desborda cualquier intento de contener a sus integrantes. Basta con repasar las cifras de esa jornada: más de 400 agentes heridos, otros tantos detenidos...
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Beatriz Juez
La identificación de los 'black blocs', precisamente, supone un auténtico quebradero de cabeza para policías y gendarmes, que sufren en primera persona la hostilidad de quienes militan en esta guerrilla urbana y rechazan todo lo que huele a orden y autoridad. El movimiento, que brotó en la Alemania de los 80 como 'schwarzer bloc' y reaparece al calor de manifestaciones y eventos internacionales a lo largo y ancho del planeta, desde cumbres del clima a reuniones del G8, se vale del anonimato para reventar las protestas. Su 'modus operandi' es claro: se infiltran entre la multitud, actúan si se dan las condiciones adecuadas y se dispersan de manera rápida entre el resto de la masa. El caos está ya sembrado. «Hoy marchar con música y consignas ya no sirve. De todos modos, todo lo que se ha logrado hasta ahora ha sido a través de la violencia», defendía Théo en las calles de Dijon, al este de Francia, durante los altercados de esta semana.
1.500
integrantes de los 'black blocs' participaron en la última gran manifestación en París (el día 23) contra la reforma de las pensiones. En la primera protesta hubo la mitad, unos 800.
Las palabras de este veinteañero, enfundado en negro como el resto de agitadores, evocan a los 'chalecos amarillos'. Con movilizaciones explosivas sábado tras sábado entre el otoño de 2018 y buena parte de 2019 contra la subida del precio de los carburantes, que dejaron más de una decena de muertos y la imagen del país hacia el exterior por los suelos, Macron les concedió a regañadientes la suspensión del alza previsto en el impuesto de carburantes. El presidente ya ha dicho ahora que no cederá ante los radicales. «Ante la violencia, que distingo de las manifestaciones, continuaremos demostrando una gran firmeza», zanjó. Lo cierto es que no son comparables los dos movimientos, sobre todo en número, muchísimo mayor en el caso de las protestas de hace cuatro años, aunque ambos hayan incendiado las calles. El primero, que procedía de las zonas rurales, lejos del París cosmopolita, llegó a tener líderes con nombre y apellidos. Y una prenda, el chaleco reflectante, que les distinguía de un vistazo.
Los 'black blocs' carecen de jefes, contactan por internet y van cubiertos de oscuro de arriba a abajo, a menudo, con gafas de plástico y guantes para devolver los botes de gases lacrimógenos a los antidisturbios. También se valen de cócteles molotov pero sus armas suelen encontrarlas sobre el asfalto: vallas, tapas de alcantarilla, restos de obras, contenedores... «Son niños de buena familia que se visten de negro y vienen a tirar adoquines, a atacar McDonald's, Burger King, una joyería...», retrató el ministro del Interior tras ver el centro de la capital, Nantes, Rennes, Lorient... arrasado o las puertas del Ayuntamiento de Burdeos en llamas. Una escalada de la violencia que atribuye a lo que él considera «burgueses negros».
La radicalización de las protestas tampoco gusta a los sindicatos, que durante dos meses habían sacado pecho del éxito de unas movilizaciones pacíficas que los radicales han hecho estallar en los últimos días. La oposición, de uñas con el Gobierno francés por el decretazo y tras ver esta semana decaer dos mociones de censura contra él, sabe que el tono que han tomado las protestas no juega a favor de sus reivindicaciones. Poco les importa a los 'black blocs', que han encontrado en la reforma de las pensiones su nuevo campo de batalla.
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