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En la política también existen las casualidades. La AfD (Alternativa para Alemania), las siglas de la ultraderecha en ese país, y su actual líder, Alice Weidel, comparten curiosamente fecha de nacimiento. Un 6 de febrero se fundaba el partido, hace sólo una década, y nacía ... ella, en 1979. Pero más que una coincidencia, una especie de revolución en sus filas, es que una mujer con su perfil se haya convertido en jefa de una formación que señala con el dedo acusador al diferente. Weidel concentra casi todos los fantasmas que persigue la extrema derecha: abiertamente homosexual, con una pareja de origen extranjero y dos hijos adoptivos en común. «No encontrarás cien por cien de congruencia con el programa electoral en ningún político», se defendía en 2017, el primer año en que la AfD se presentaba a unos comicios federales, en una entrevista al diario 'Taggespiegel'. Entonces fue la tercera fuerza más votada. Si hoy se celebraran elecciones, según las encuestas más recientes, cosecharía el 20% de las papeletas -el doble que en la última cita con las urnas- y escalaría un puesto.
Alice Elisabeth Weidel, 'Lille' para muchos de sus amigos de infancia que ahora no la reconocen en sus discursos contra el Islam y a favor del Dexit, una especie de Brexit a la alemana, coquetea públicamente con la idea de convertirse en la próxima canciller aunque su partido no haya confirmado su nombre como candidata. La AfD funciona con una presidencia compartida -ahora con Tino Chrupalla, a quien multiplica por diez en 'followers' en Instagram- pero ella es la voz del partido en el Bundestag, y una imagen «más fresca» de la ultraderecha. «No es Meloni ni Le Pen aunque tengan muchos puntos en común, como la inmigración. Weidel no es la típica señora conservadora tradicional, es casi, casi una hipster liberal conservadora», retrata Miguel Otero, investigador principal en el Real Instituto Elcano y experto en Alemania, a este medio. Su elección en 2022 como colíder de la extrema derecha germana no fue nada fácil, con un turbulento congreso que fulminó al ala más moderada.
La política, en realidad, no formó parte de la vida de Weidel hasta pasada la treintena. De cría le tiraba más la Medicina y, cuando le tocó elegir sus estudios superiores, se decantó por los números influenciada por su progenitor, que le llevaba los domingos a la biblioteca de Gütersloh. En esta ciudad de postal encuadrada en el estado de Renania del Norte-Westfalia, al que pertenecen urbes como Colonia o Düsseldorf, se crió en una casa unifamiliar, con un padre comercial de muebles de oficina, una madre ama de casa, dos hermanos mayores y un perro salchicha. Una estampa de lo más tradicional. En su entorno no dudaban de que alcanzaría el éxito profesional aunque nadie se imaginaba que sería al frente de un partido de ultraderecha y con mensajes en contra de la vacuna del coronavirus, de la ayuda a Ucrania en la guerra o del uso del hiyab en el espacio público -lo musulmán es una de sus enormes obsesiones- o que ponen en duda la mano humana en el calentamiento global.
Ella destacó desde niña en sus estudios y se graduó con un expediente brillante en Economía y Administración de Empresas en la Universidad de Bayreuth, incluido un doctorado 'cum laude' sobre el sistema de pensiones en China, un país que conoce muy bien pues residió allí durante seis años y habla mandarín. En Goldman Sachs y Allianz Inversors, dos de las firmas que aparecen en su currículum, la definen como «una mente aguda». En Alternativa para Alemania, en cambio, hay quien la recuerda en sus inicios como «un ratoncito gris», con ese uniforme de traje de blazer y pantalón en tonos oscuros y camisa blanca o, como mucho, azul que repite en cada intervención. «Hay una cosa muy interesante en Weidel y es que se une al partido por sus orígenes, que son la crisis y la crítica del euro», destaca Otero. Es una declarada euroescéptica que se mira, según cuenta ella misma, en el espejo de Margaret Thatcher.
La jefa de la AfD habla de sus planes económicos y de su ideología sin tapujos, pero se revuelve cuando intentan rascar en su vida privada, a caballo entre Alemania y Suiza. Su salto a la primera línea política le costó la pérdida de su círculo de amigos, un puñado de insultos en la calle y que su hijo mayor, como lamentó en los medios, «de repente no tuviera con quien jugar». De la reacción de su pareja, Sarah Bossard, no se sabe nada. Ella es directora de cine y televisión, con raíces en Sri Lanka y adoptada por unos pastores suizos, y junto a Weidel representa lo impensable para la extrema derecha, la homosexualidad, aunque la líder ultra se empeñe en que «no hay contradicciones» entre ella y sus siglas. «La familia siempre está donde hay niños», sostiene esta economista que presume de «cosmopolitismo» y llena sus redes de noticias sobre acuchillamientos cometidos, supuestamente, por migrantes.
Con cuatro horas de sueño le basta y lo primero que hace nada más despertar es leer las noticias. Entre ellas, más de una ocasión se ha encontrado con un escándalo al 'googlear' su nombre: donaciones ilegales a la AfD en su circunscripción, acusaciones de pagar en negro a un sirio solicitante de asilo que trabajaba en una de sus viviendas... e incluso una canción, 'Alice und Sarah', donde la banda punk Broilers disparaba contra la política y su pareja («recoge a tu esposa, Sarah, ella está hablando basura nazi otra vez»). A Weidel no le suele gustar hablar sobre aquella etapa negra en la historia mundial aunque está convencida de que Alemania debería revisar su «culto a la culpa» por los crímenes del nazismo. Lo políticamente correcto, repite como un mantra, «acabará en el basurero de la historia».
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