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Cuando Albrecht Weinberg cruzó en abril de 1943 la puerta del campo de concentración y de exterminio de Auschwitz tenía 18 años. Este judío alemán ignoraba entonces el horror que le esperaba detrás del cartel que proclamaba 'Arbeit macht frei' (El trabajo hace libre). Un ... lugar, liberado el 27 de enero de 1945 por el Ejército Rojo, que se convirtió tras la Segunda Guerra Mundial en símbolo del Holocausto y de los crímenes del nazismo. De los 1,3 millones de deportados aquí, al menos 1,1 fueron asesinados. Judíos, polacos, prisioneros soviéticos, gitanos... Era una de las fábricas de la muerte de Adolf Hitler.
Entre la impresionante lista de muertos de Auschwitz, en la actual Polonia, figuran los padres de Weinberg: Alfred y Flora. Muchos de sus tíos y primos también fueron asesinados por los nazis. Su hermano Dieter, su hermana Friedel y él lograron sobrevivir. La última instantánea de los tres juntos data de 1942. Se la hicieron en Berlín. Posan con semblante serio y sin la estrella de David que debían llevar todos los judíos en el pecho por orden de los nazis. Tenían miedo de que el fotógrafo les descubriera. «¿Cómo puedo perdonar a Alemania? Éramos alemanes. Nos hicieron apátridas. Mis tíos habían sido soldados en la Primera Guerra Mundial. Nos quitaron todo», cuenta este casi centenario –cumple un siglo en marzo– durante un encuentro con la prensa extranjera en la antigua Escuela Judía de Leer, una localidad en el noroeste germano, cerca de la frontera holandesa.
Weinberg estudió en sus aulas cuando las leyes nazis le impidieron a él y sus hermanos ir a clase con el resto de niños alemanes en su Rhauderfehn natal, ya que no tenían sangre aria. Antes de la llegada al poder de Hitler, recuerda, su familia llevaba una vida normal. De crío jugaba con sus vecinos, sin importar su religión, hasta que un día los padres de sus amigos se lo prohibieron porque eran judíos. De niño supo ya lo que era el odio de primera mano. Hoy es uno de los pocos supervivientes de Auschwitz que quedan con vida y pueden compartir su experiencia. Logró superar tres marchas de la muerte –largas caminatas sin comida ni agua– ordenadas por los nazis cuando evacuaron Auschwitz ante el avance del Ejército Rojo. A él le liberaron los británicos cuando estaba en el campo de concentración germano de Bergen-Belsen. Pesaba 29 kilos.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los hermanos Albrecht y Friedel –Dieter falleció en un accidente de tráfico después de ser liberado– emigraron en 1947 a Estados Unidos, donde vivieron felices durante seis décadas. Él montó con un amigo una carnicería en Nueva York. Ella trabajaba como secretaria en una fundación. Ya ancianos se mudaron a Florida. Ninguno se casó y ambos se prometieron mutuamente que «nunca traerían niños judíos al mundo» para que no sufrieran como ellos y jamás regresarían a Alemania.
Albrecht Weinberg
Superviviente de Auschwitz
La segunda promesa no la cumplieron. Sus problemas de salud y la carestía de la sanidad en EE UU les empujaron a regresar a casa en 2012. Friedel murió en marzo de ese año en Leer, a veinte kilómetros del lugar donde nació. Tenía 88 años. Su hermano, que tiene pasaporte estadounidense, recuperó hace unos años la nacionalidad germana que los nazis le habían arrebatado, pero tuvo antes que lidiar con la burocracia para naturalizarse alemán pese a serlo de nacimiento.
Ocho décadas después de la liberación de Auschwitz, el tatuaje que le hicieron en el antebrazo izquierdo al llegar al campo sigue visible aunque la tinta ha perdido color. Imposible olvidar el pasado, dice. Cada mañana, cuando se levanta y se lava la cara, la marca sigue ahí. Los recuerdos de su sufrimiento vuelven cada cierto tiempo. «Allí dejé de ser Albrecht Weinberg. Era sólo un número. Mi número de prisionero (116.927) era mi nombre», comparte. Hoy, explica, ya no tiene religión porque «si hubiera un Dios trabajando por encima de las nubes no habría habido un Auschwitz en este mundo».
Cuando alguien pregunta a este superviviente qué le da a sus 99 años, casi sin vista y aferrado a un andador, fuerza para seguir adelante, él contesta risueño que «un buen desayuno». Las nuevas generaciones, opina, deben conocer el Holocausto y seguir luchando contra el antisemitismo «para que el recuerdo no se desvanezca como el número de mi brazo». Gerda Dänekas, su antigua cuidadora en la residencia de ancianos y actual compañera de piso, escucha a su lado. «No hemos aprendido nada. Después de la Segunda Guerra Mundial dijimos '¡Nunca más!', pero hoy sólo hay guerras y asesinatos en el mundo», se lamenta Weinberg, a quien nunca le interesó la política. La chapa anclada a la solapa de su chaqueta repite: 'Nie wieder ist jetz!' (¡Nunca más es ahora!).
Los actos por el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz se convertirán este lunes en una especie de cumbre internacional, con representación de 42 delegaciones. La española estará encabezada por los Reyes Felipe y Letizia. Habrá también miembros de la ONU o la OTAN y todos los supervivientes del Holocausto están invitados a la cita. La ceremonia, que durará hora y media, se celebrará en la entrada de la puerta principal al recinto, donde se colocará uno de los vagones de carga originales donde los nazis montaban a los prisioneros para trasladarles hasta el campo de exterminio.
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