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RUBÉN GARCÍA BASTIDA
Enviado especial a Medyka (Polonia)
Domingo, 13 de marzo 2022, 08:30
Yuriy Voytsitsky tiene la mirada perdida de una forma particular. Cuando conversas con él parece que estuviera observando algo a cientos de metros de distancia. Bajo su pelo negro corto luce una sonrisa que se esfuma cuando habla de su país. Nos recibe en el ... paso fronterizo de Medyka, en el límite de Ucrania con Polonia, para darnos las indicaciones de la descarga de las 24 toneladas de ayuda humanitaria con que el camión de la UMU acaba de cruzar Europa. Es uno de los voluntarios de la ONG East Europe Foundation que se ocupan ahora de hacer llegar el material a las zonas más castigadas por la invasión rusa. El primer envío salió ayer, de forma casi inmediata, hacia Irpín, una ciudad deshecha por las bombas, indistinguible ya, tras más de dos semanas de conflicto, de cualquier otra ciudad en guerra. Los mismos esqueletos de hormigón deshabitados, los mismos escombros, todos iguales, en las aceras. «No tienen comida, su situación es desesperada. Así que estaremos allí esta misma noche», nos cuenta Yuriy en una última llamada este pasado sábado para comprobar si estábamos bien tras regresar a Polonia catorce horas después de cruzar la frontera para llevar el material de Murcia a la zona neutral. Un regreso accidentado que se convierte en un laberinto de militares con kalashnikov, cámaras de seguridad y papeleo redundante que termina a la una de la madrugada con final feliz.
Medyka es una de las grandes puertas de entrada para la ayuda humanitaria internacional que intenta paliar la vulnerable situación de la población ucraniana. También, uno de los más concurridos corredores humanitarios para los refugiados ucranianos que huyen por miles a Polonia.
El drama de los refugiados
En sus principales calles, la ciudad aparenta una normalidad que no es tal, una pretendida rutina que se ve interrumpida por la presencia de tiendas de campaña y hogueras para luchar contra el frío. También por el incesante río humano que atraviesa el corredor humanitario, un pasillo de alambradas verdes por el que se arrastran desnortados los ucranianos que han decidido dejar el país para no dejarse la vida. Van cargados de maletas y bolsas. Algunos llevan niños de la mano, otros les dejan correr solos hacia otro destino. Se escuchan llantos y ladridos de perros y una señora empuja una silla de ruedas desde no se sabe dónde para sacar a un anciano de Ucrania.
Les vemos pasar uno tras otro durante las cerca de cinco primeras horas de problemas con la autoridad hasta la aparición de Yuriy con siete colegas y cinco furgonetas para trasladar, al fin, la ayuda hasta Sudova Vyshnia, una pequeña localidad de la región de Leópolis. La zona que se ha convertido en uno de los puntos calientes del drama humanitario, centro de recepción y distribución permanente de ciudadanos expulsados de las ciudades del Este por los ataques rusos.
Los refugiados circulan a solo cincuenta metros de nosotros bajo un frío que corta la cara, solo separados por un tapete de césped helado que hace de barrera entre ellos y las decenas de camiones que descargan toneladas de cajas con medicinas, ropa y víveres en la zona neutral.
Bombardeos en el Oeste
Cuando el convoy de la UMU cruza por la mañana el control polaco, llegan las primeras informaciones de que acaban de bombardear la ciudad de Lutsk, a poco más de 80 kilómetros de la frontera polaca, y a solo 250 de donde nos encontramos. El Ejército ruso ha comenzado a fijar entre sus objetivos, por primera vez, ciudades del Oeste que hasta este viernes se consideraban seguras. La ofensiva se recrudece y los habitantes de Ucrania tienen cada vez menos lugares donde resguardarse. Le pregunto a Yuriy por la situación y su gesto amable se ve reemplazado por un rictus marcial. «Ucrania vencerá. Vamos a ganar esta guerra. No tenemos ninguna duda», asegura apretando la mandíbula.
El avance de las tropas rusas hacia la frontera europea amenaza con aumentar la presión migratoria que ha plagado las carreteras de camino a Medyka de voluntarios y de vehículos pesados con ayuda. No todos son de mercancías, pero a estas alturas de la guerra, lo sean o no, todos viajan cargados como si lo fueran. Cualquier medio de transporte es válido ante el alud de envíos. Así, se hacen habituales, junto a los tráilers, los autobuses de pasajeros reconvertidos de forma improvisada en camiones de carga, donde todo el espacio ajeno al conductor se llena de cajas.
En sentido contrario, en cambio, todos los autobuses llevan a desplazados de la guerra. Chema, el conductor del camión murciano de ESP Solutions, los va contando en el regreso el sábado por la mañana, con la satisfacción de la misión cumplida y el cansancio de un largo viaje en el cuerpo.
Impulsoras de la inciativa
Tras este primer envío de material básico, está la iniciativa de Irina Patko, Anastasia Susko y Uliana Danylo, tres jóvenes estudiantes ucranianas de la Universidad de Murcia que pusieron el germen para la exitosa recogida de ayuda en la universidad. Una campaña que «se ha ido de las manos en el buen sentido», según reconoce Irina, y que ha llevado a la UMU a solicitar la colaboración de nuevos voluntarios y a fletar varios envíos más, el primero de los cuales partirá mañana a Ucrania.
Irina es natural del mismo Leópolis desde el que parten muchas de las personas que vemos en la frontera tras la alambrada verde. Inició la recogida en su facultad, la de Economía y Empresa, y la extendió también a la de Letras para luchar contra la impotencia. «Estaba vacía, veía que no podía hacer nada. La frontera estaba cerrada, y mi familia sin poder venir. La única manera de sentirme productiva era intentar algo como esto», señala.
La UMU envía este lunes un segundo tráiler con las donaciones que siguen llegando a los puntos de recogida de su campaña
Al mismo tiempo que ella, Anastasia hacía lo mismo en Medicina de forma independiente. Cuando la situación llegó a oídos del Centro de Coordinación Social de la UMU, empezó a tomar forma la idea de expandirlo a todo el campus, y ahí, Uliana, que estudia Pedagogía, ha jugado un papel fundamental como intérprete en los contactos con las ONG locales. Las tres se conocieron por intermediación de la universidad, y desde entonces no han dejado de trabajar codo con codo para ayudar a sus compatriotas.
Aseguran que vivieron la llegada del camión emocionadas. «Sentimos un gran alivio al ver el material allí por fin. Para mí fue una relajación y a la vez un momento de gran gratitud a todos los que lo han hecho posible», apunta Anastasia. «Yo tengo sentimientos encontrados -reconoce Uliana-. Por un lado, siento alegría de que podamos ayudar a esas personas, pero por otro, me entristece mucho la situación».
Familiares en la guerra
Tanto Irina como Uliana tienen primos en el combate. El de Irina, solo dos años mayor que ella, batalla en Kiev, el objetivo número uno de Putin. Cuenta que si se volcó en la recogida fue precisamente para que la guerra se le fuera de la cabeza. «Mantengo con él en Telegram conversaciones muy cortas. ¿Estás bien? Sí. Ok. ¡Solo para saber que está vivo! Es algo muy difícil. No sé si la gente puede entender lo que significa eso». Uliana tiene dos. Uno en Kamianets-Podilski, en el suroeste, y otro, Vitaliy, «cuidando del territorio de Leópolis». Entre las gestiones para la ayuda, los estudios y la preocupación por los familiares, Uliana ha dejado de poder dormir. «Mis familiares están bien; están vivos, pero aterrorizados», apunta. Salvo su primo Vitalily, que igual que Yuriy, no piensa en otra posibilidad que en la victoria. Dice que solo hay dos opciones: «O nosotros ganamos, o esos 'moskali' -como despectivamente llaman a los rusos- mueren».
En el tiempo que los voluntarios emplearon en descargar el convoy, cientos de refugiados cruzaron a Polonia
La determinación del pueblo ucraniano no decae. Aunque la situación no hace más que empeorar. Sofia Sakalos, de la ONG ucraniana, recuerda que son ya más de dos millones y medio los refugiados que han salido de Ucrania «y muchos más los desplazados dentro del país».
Esas cifras se hacen carne a la una de la madrugada del sábado, cuando tras descargar el camión humanitario y solventar los problemas para regresar a territorio polaco, echamos desde la cabina el último vistazo al río de gente que sigue llegando a Medyka. Igual era eso lo que Yuriy se quedaba mirando cuando parecía no mirar a ninguna parte.
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