Emmerson Mnangagwa, el cocodrilo pertinaz
Perfil ·
La victoria del presidente zimbabuo demuestra que nada ha cambiado tras la desaparición de Robert MugabePerfil ·
La victoria del presidente zimbabuo demuestra que nada ha cambiado tras la desaparición de Robert MugabeTodos reían, bailaban y cantaban viejas canciones de lucha. Hace seis años, el Comité Central del partido gubernamental ZANU-PF, reunido en una sesión extraordinaria, se mostraba a una multitud de compromisarios exultantes ante el anuncio de que Robert Mugabe renunciaba a la presidencia. Entonces, ... Zimbabue parecía asistir a una nueva etapa, llena de esperanza, tras cuatro décadas de dictadura y arbitrariedad. Emmerson Dambudzo Mnangagwa asumía interinamente el poder ejecutivo. En 2018 vencía en unos comicios cuestionados. El pasado mes de agosto, el nuevo líder, con 80 años, revalidaba una vez más su cargo en unas elecciones llevadas a cabo sin la debida independencia y transparencia según los observadores internacionales.
Publicidad
El sucesor del veterano mandatario ha seguido fielmente su estela. Nada preveía lo contrario. El nuevo líder fue el hombre de confianza de Mugabe desde los tiempos de la guerrilla contra el régimen del apartheid. La clase dirigente de este país procede de esa lucha. Tras compartir cárcel, ambos llegaron al gobierno tras el Acuerdo de Lancaster de 1979, aquel que ponía fin al poder de la minoría blanca. Al segundo de a bordo le tocó el trabajo más oscuro en el nuevo régimen. El antiguo miliciano, que comandaba un equipo conocido como 'Crocodile Gang', se convirtió en ministro de Seguridad y a su cargo quedaba la policía secreta.
Había mucha tarea pendiente. La labor de Mnangagwa se volvió imprescindible en la agitada política interna. La hostilidad entre el partido gobernante y el opositor ZAPU, dirigido por Joshua Nkomo, se transformó en un conflicto étnico en el que salió perdedora la comunidad ndebele, con decenas de miles de muertos entre los años 1983 y 1984. Su nombre también aparece en la Operación Murambatsvina, con la que el régimen, supuestamente socialista, arrasó los poblados chabolistas de las grandes ciudades. El responsable de los servicios de inteligencia también aparece como uno de los instigadores de la intervención de Zimbabue en la guerra de Congo, saldada con un desastre militar y económico, pero, asimismo, con un flujo ilícito de diamantes entre ambos países.
Ahora bien, la ambición puede resquebrajar las mejores camaraderías. El conflicto entre Mugabe y su fiel ministro comenzó en 2004 y estuvo vinculado a la carrera por la sucesión del anciano gobernante. Las diversas facciones luchaban por el delfinato y Joyce Mujuru, otra luchadora curtida, se hizo con la vicepresidencia. Pero su contrincante no se arredró y esperó una nueva oportunidad. Cuatro años después, su intervención fue decisiva para impedir el triunfo de la oposición en la segunda vuelta e, incluso, participó en las negociaciones con el partido rival tras la crisis poselectoral.
La buena estrella de Mnangagwa le devolvió el favor presidencial a costa de la definitiva derrota de Mujuru, expulsada del partido. Pero el camino hasta la cima política está plagado de obstáculos. El segundo consideraba que había llegado su turno, pero Mugabe en 2017, con 93 años, seguía dispuesto a concurrir en las urnas. Además, otro peligro se avistaba. Grace, la primera dama, aspiraba a heredar el cargo de su marido. No estaba sola. Contaba con poderosos aliados como la Liga de Mujeres y de la Juventud y de la clase política que había medrado en las dos últimas décadas y que había adquirido el sobrenombre de G40.
Publicidad
La escena política de Zimbabue recuerda a la cesarista romana e, incluso, a la soviética, con ascensos laboriosos y dramáticas caídas en desgracia. En 2017, el Cocodrilo fue expulsado del partido y buscó asilo en la vecina Sudáfrica. Grace parecía la ganadora del pulso, pero no calibró la importancia de la facción integrada por los excombatientes, vinculada al Ejército, ni la capacidad de resiliencia de los saurios curtidos en procelosas luchas.
La fuerza reemplazó a la conspiración política. El golpe de Estado del general Constantino Chiwenga del 13 de noviembre desveló que el viejo orden seguía dictando el rumbo del país. Curiosamente, la Operación 'Restaurar la Legalidad' buscaba preservar sus prerrogativas, incardinadas en el monolítico Mnangagwa. Una semana después, tomaba posesión de la presidencia mientras los Mugabe acababan bajo arresto domiciliario.
Publicidad
La realidad del país austral, antaño uno de los más prometedores del continente, no ha cambiado en el último lustro. La economía del país permanece en la misma situación comatosa, con el 90% de la mano de obra en paro y sin inversiones foráneas de importancia, más allá de las iniciativas chinas. La inflación ha vuelto al galope, tan furibunda como a principios de siglo, y la población sobrevive gracias a las remesas de los expatriados. El presidente, que venció con el 52% de los votos en la última convocatoria, ha prometido mejorar el nivel de vida de los ciudadanos, pero no ha explicado cómo ni ha hablado de las necesarias medidas para hacer frente a la generalizada corrupción.
Seis años después sabemos que los gozosos miembros del Comité Central del gobernante ZANU-PF no se alegraban por el cambio, sino por todo lo contrario, porque la salida de Mugabe y su definitivo reemplazo por Mnangagwa, suponía la continuidad, el inmovilismo y el mantenimiento de las viejas prácticas que les permiten mantener su estatus. Todos están satisfechos. El cocodrilo vigila para que nadie sin permiso abreve en el estanque.
¡Oferta 136 Aniversario!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.