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La presión que los Estados más conservadores de Oriente Medio ejercen sobre las redes sociales se ha traducido en los últimos años en decenas de detenciones y condenas, desde cárcel a latigazos, y una sucesión de cierres de canales y perfiles en plataformas como YouTube ... o TikTok. La razón, siempre, es que sus contenidos atentan contra la moral del país, un 'peligro' que estos gobiernos no están dispuestos a correr.
En plenas protestas por la muerte de Mahsa Amini en septiembre de 2022 a manos de la Policía de la Moral iraní por, supuestamente, llevar el velo mal colocado comenzó a correr un vídeo donde se veía bailar a una pareja –ella con la cabeza descubierta– junto a la icónica torre Azadi (Libertad, qué paradoja) de Teherán. Una grabación de apenas 16 segundos que condenó a sus protagonistas, los blogueros Amir Mohammad Ahmadi y Astiaj Haghighi, a diez años y medio de prisión cada uno.
Pour crime de danse, Astiyazh Haghighi, 21 ans, et Amir Mohammad Ahmadi, 22 ans, ont été condamnés à 10 ans et 6 mois de prison. @AlinejadMasih #MahsaAmini pic.twitter.com/iwtzEOsNdA
— L'important (@Limportant_fr) January 30, 2023
La Justicia consideró la acción de estos veinteañeros, que además están prometidos, una provocación por «perturbar la seguridad nacional y difundir propaganda» que no se podía pasar por alto. La oleada de manifestaciones por el fallecimiento de Amini que recorrió el país, y obtuvo eco internacional, también llevó al Gobierno de Irán a sacar la tijera de la censura para cortar internet y limitar el acceso a WhatsApp o Instagram.
El youtuber Hassan Sajamah solía salir a la calle, micrófono en mano, a encuestar a otros chavales. Les preguntaba por su vida amorosa, las relaciones con su pareja o su chico o chica ideal hasta que, hace unas semanas, un tribunal penal de Bagdad le mandó a la cárcel –dos años, en concreto –por el contenido «indecente» de sus vídeos. Otro iraquí, conocido como Om Fahad en TikTok, donde sumaba 23.000 seguidores, fue enviado medio año a prisión por el mismo motivo después de que se hiciera popular por bailar delante de la cámara. No de cualquier forma, eso sí, sino con ropa ajustada. Las dos condenas llegaron pocos días después de que el Gobierno del país anunciara la creación de un comité de ética para buscar y juzgar las publicaciones «decadentes» que salpican las redes sociales y que van contra los valores conservadores. En Irak están tan convencidos de la necesidad de 'limpiar' internet que incluso han creado una plataforma donde los propios usuarios pueden dejar sus denuncias.
Detrás del 'mahraganat', una mezcla musical de acordes electrónicos y letras pegadizas, algo así como el reguetón de Egipto, se encuentran cantantes como Omar Kamal y Hamo Beeka y eso ya les hacía sospechosos a oídos del presidente Al Sisi. Pero fue un vídeo que pasó de móvil en móvil de los más jóvenes lo que provocó que la justicia cayera sobre ellos en 2022 con una pena de un año de cárcel y una multa económica de unos 500 euros. En la grabación aparecían junto a una mujer que se movía al son de la danza del vientre, enfundada en un vestido largo, lo suficiente para que un juez concluyera que eran culpables de «la violación de valores familiares». Tampoco gustó nada a las autoridades egipcias que los tiktokers Mohamed Hossam y Basma Hijazi parodiaran la situación de las prisiones en el país a través de la pantalla de sus móviles, y ellos mismos acabaron encarcelados hace unas semanas.
La censura se ceba a este lado del mapa con quienes se sirven de internet para tocar asuntos políticos. La prueba es lo que le ocurrió a Salma al-Shehab, una estudiante de la Universidad de Leeds, cuando regresó el pasado verano a Arabia Saudí. Seguir y retuitear los comentarios de algunos activistas por los derechos fue su condena. Las vacaciones de esta joven terminaron con una sentencia en su contra por apoyar a golpe de clic «a quienes intentan alterar el orden público, desestabilizar la seguridad y socavar la estabilidad del Estado», unos hechos, según un tribunal especializado en terrorismo, que son merecedores de 34 años de cárcel y de otros tantos de prohibición de viajar.
No es nada fácil que un creador de contenido online sume seguidores en un país como Afganistán, donde muchos jóvenes han borrado cualquier rastro de su presencia en la red para escapar de los talibanes tras su regreso al poder. Por eso, Hatam Selahshor decidió a finales del año pasado montar una fiesta en Kabul para celebrar que había llegado a los 20.000 suscriptores en su canal de YouTube. La reunión acabó de manera brusca cuando las autoridades irrumpieron en el evento y detuvieron al anfitrión y a algunos de sus amigos e interrogaron a unos cuantos invitados. A más de uno de los asistentes se le quitaron las ganas de continuar en las redes sociales y optaron por la autocensura, otro logro para este régimen que conoce muy bien el poder de internet.
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