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Tres días después de que una bala le rozara la oreja, una página web propiedad de Donald Trump puso a la venta una «edición limitada» de zapatillas deportivas con su rostro ensangrentado y el puño en alto por 299 dólares. Desde entonces, el magnate no ... ha dejado de rentabilizar el intento de asesinato del que fue víctima el 13 de julio, con el único inconveniente de que, políticamente, quedaba demasiado lejos de las elecciones del 5 de noviembre y corría el riesgo de desvanecerse. Ayer, resucitó el aura de inmortal de aquellos días en los que acariciaba la Casa Blanca, con una desafiante vuelta a la escena del crimen para completar el mitin que interrumpieron las balas a los siete minutos de empezar.
«El regreso», decían las camisetas que se vendían junto a la Feria Rural de Butler, el recinto al aire libre en el que volvió a hablar a la misma hora, para demostrar que no le teme a nada. Le acompañaba un invitado muy especial, Elon Musk, el hombre más rico del mundo, con una fortuna valorada en 270.000 millones de dólares, según la revista 'Forbes', orla de los multimillonarios. Al sonido de los disparos de julio, el fundador de Tesla, que durante las primarias apoyó al gobernador de Florida Ron DeSantis, destapó su ya evidente predilección por Trump y, desde entonces, se ha convertido en su gran mecenas, con donaciones a sus plataformas de acción política estimadas en torno a los 45 millones de dólares. Su incansable apoyo a través de Twitter, que rebautizó como X al comprarlo y rehabilitar su cuenta, censurada tras el asalto al Capitolio, se tradujo ayer en 11 millones de personas que lo veían en directo por esa plataforma.
Idolatrado como un adalid de la libertad de expresión, y admirado como la quintaesencia del empresario innovador hecho a sí mismo, que impulsa nuevas fronteras espaciales y tecnológicas, ayer subió por primera vez al escenario de un mitin político dando saltos de júbilo. «¡Votad, votad, votad!», pidió al público, rememorando el «¡Luchad, luchad, luchad!» con el que el magnate emergió de su primer intento de asesinato. «Es obligatorio que el presidente Trump gane para preservar la democracia», dijo a la audiencia, a la que advirtió que si Kamala Harris gana las elecciones, el celo demócrata por controlar el discurso público acabará con el sacrosanto derecho constitucional a la libertad de expresión.
Como correspondía a un «lugar sagrado» en el que el 13 de julio murieron dos personas -el pistolero Thomas Matthew Crooks y el jefe de bomberos retirado, Corey Comperatore-, Trump había comenzado su intervención con un minuto de silencio, seguido por el Ave María cantando en directo por un tenor a lo Pavarotti. Le había precedido un vídeo en blanco y negro, con música épica de superproducción hollywoodense, bajo el título de su grito de guerra, «¡Resistid!» compuesto por Jierra, que pone las emociones a flor de piel y convierte al público en soldados de batalla entre el bien y el mal. «Cuando la noche parece interminable y la esperanza está de rodillas, te das cuenta de que a este hombre no le pueden parar», dice la voz grave que introduce a la de Trump, más dramático que nunca, en su papel de héroe invencible. «¡No nos doblegaremos, no quebraremos, no seremos silenciados! ¡Nunca cederemos, nunca jamás nos rendiremos, nunca retrocederemos, ni siquiera ante la amenaza de la muerte! Mis compatriotas, nuestra lucha apenas ha comenzado«, porfía el expresidente.
Pasaban ya las 6.30 de la tarde, y a esas horas empezaban a desvanecerse sobre la hierba algunos de los asistentes que habían hecho cola desde las 7 de la mañana para no perderse el hipnótico llamado de su líder a ese momento histórico y pasado todo el día al sol. En la explanada campestre sobre la que había más personas que habitantes en todo Butler -un pueblo de 13.150 al oeste de Pensilvania, se encontraba también el concejal Troy Douthett, un «orgulloso seguidor de Trump», que solo llevaba cinco horas esperando para ver, no tanto al expresidente, al que decía haber escuchado ya «en muchas veces», sino al excéntrico fundador de Tesla, que había volado expresamente desde Austin (Texas), a donde mudó la sede de X en protesta por la normativa regulatoria de California. «¡Eso sí es algo que no me quiero perder!», decidió.
La elección que planteaba Musk estaba muy clara, al menos en julio pasado: «Teníamos un presidente que no podía subir los escalones y otro que salió con el puño en alto después de que le dispararan», recordó. La campaña de Trump intenta resucitar el aura de invicto que tenía tras el desmoronamiento de Joe Biden en el debate del 27 de julio y el milagro de salir ileso de ese atentado. El traspaso de la candidatura demócrata a Kamala Harris le despojó de esa ventaja cuando acariciaba ya la Casa Blanca, lo que le ha obligado a volver a Butler en busca de los votos que necesita para ganar Pensilvania, un estado sin el que Harris lo tendría muy difícil.
«… Como estaba diciendo», entonó Trump con el gráfico de la inmigración ilegal en las pantallas, que ese día le salvó la vida al girarse para mostrarlo. La audiencia irrumpió en gritos de júbilo. Su líder estaba de vuelta para terminar lo que empezó, «por la mano de la Providencia y la gracia de Dios», lapidó.
La mitomanía de Trump hace que algunos de sus fans le sigan por todo el país como groopies de banda de rock. Shah Mahbe, un camionero de Ohio, lleva dos meses en la carretera y más de 30 mítines a sus espaldas. Duerme en el coche, come en las gasolineras o los Walmart que encuentra por el camino, se ducha y afeita en los gimnasios de Planet Fitness, de los que es socio, y no piensa dejar de seguirle hasta que llegue a la Casa Blanca. «Quieren quitarlo de en medio, pero no lo permitiremos», asegura. Le ganan «las hermosas damas de Carolina del Norte», suele reconocerlas Trump. «Este es su mitin 227» (desde 2016), contó ayer.
Si los mítines de Trump son una experiencia mística para sus seguidores más devotos, soldados de esa batalla entre el bien y el mal que dice enarbolar «por amor al país», el de ayer era de delirio, porque le avalaban una docena de sheriff, sentados también en primera fila. «Yo no tengo que estar aquí, podría tener una vida maravillosa en alguna playa, podría estar en Montecarlo, pero prefiero estar en Butler con vosotros», les dijo el magnate. No es solo amor. «Si ganamos Pensilvania, lo ganamos todo», avisó.
«¿Todavía sigue hablando?», preguntaba una mujer en los baños, hora y media después de que empezase. Y sí, Trump, sin freno, extasiado consigo mismo y con el momento, seguía dramatizando la persecución política que dice sufrir a manos de aquellos que no han podido detenerle «ni con dos juicios de 'impeachment', varios procesos judiciales, y quien sabe», sugirió. «Tal vez intentaron matarme».
Caía ya la noche cuando miles de coches trataron de salir a la vez de la explanada para emprender la vuelta por las carreteras serpenteantes hacia sus pueblos de Ohio, Michigan, Tennessee, Colorado … Todos inspirados, dispuestos a difundir su mensaje y asegurarle la victoria en noviembre porque si no, «os quedaréis sin país», les advirtió.
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