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Donald Trump arranca hoy su segundo mandato, una revancha política que escenifica en su primer retrato oficial: mirada desafiante a la cámara, con el ceño fruncido y semblante serio. El magnate luce un traje azul con corbata del mismo color y camisa blanca, además porta ... un pin de Estados Unidos. Un gesto que recuerda al de su detención en agosto de 2023. Esta fotografía está muy presente en la ceremonia de toma de posesión, impresa en los programas de la celebración que se reparten entre los miles de seguidores que acuden a la celebración y en ella el magnate no se muestra para nada festivo.
El presidente electo posa frunciendo el ceño, entrecerrando los ojos como pretendiendo censurar e intimidar a quien se atreva a mirarlo. Unos potentes focos se reflejan en su mirada, con una inquietante iluminación desde abajo que acentúa su facciones, en una instántanea tomada por su fotógrafo Daniel Torok.
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Mercedes Gallego
La imagen guarda una gran similitud con la famosa foto del republicano tomada en la prisión del condado de Fulton (Georgia) para su ficha policial. Ni los procesamientos penales, uno de los cuales le valió una condena histórica, ni las polémicas sobre sus comentarios racistas o sexistas ni las amenazas contra la prensa y sus opositores han impedido su regreso a la Casa Blanca. Esta fortaleza y la resistencia contra viento y marea es lo que quiere transmitir el republicano.
«Trump sabe lo que busca. Es muy práctico. Suele pedir ver las fotos en la pantalla posterior de la cámara o en el ordenador mientras sucede en tiempo real, para poder decidir si va en la dirección correcta. Si le gusta lo que ve, entonces pedirá verlo impreso en papel en lugar de en una pantalla», explica Shealah Craighead, fotógrafa jefe de la Casa Blanca durante su primer mandato, en declaraciones a 'The New York Times'.
Esta nueva fotografía contrasta enormemente con la que publicó en 2017 cuando fue elegido por primera vez como presidente. Mucho más luminosa, en la que se mostraba sonriente y cercano, con la mirada al frente y con una bandera de fondo y corbata azul.
Ahora el retrato muestra a un Trump más serio que observa con una mirada inquisitorial y escéptica. Craighead confiesa que la de hace ocho años nunca terminó de convencerle y que la actual «es probablemente la que le habría encantado tener entonces». El ceño fruncido es «su pose favorita», explica. «No quiere sonreír porque parece débil, es probablemente lo que diría».
Muchos de los partidarios del republicano perciben la fotografía como una señal de la mano dura prometida por Trump en campaña. «Papá está en casa», escribía Charlie Kirk, activista conservador. A preguntas de la prensa, la futura portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, interpretaba la instantánea como un «América está de vuelta».
Los retratos oficiales de los presidentes son un símbolo tanto de su personalidad como del estado de ánimo de la población en ese momento. En el caso de Barack Obama, con un país en plena crisis económica durante su primera investidura, no quiso sonreír mucho en su fotografía inaugural. «Estábamos en plena recesión. Creo que eso probablemente afectó la forma en que hicimos esa primera foto, en la que Obama no tenía una sonrisa completa, sino algo así como una insinuación de sonrisa», matiza Craighead.
Esta nueva imagen de Donald Trump servirá únicamente para la toma de posesión de hoy lunes. Más adelante, el equipo del nuevo mandatario elegirá una fotografía distinta como retrato presidencial oficial de Trump para esta legislatura. Dicha imagen colgará en los organismos gubernamentales y en las embajadas de Estados Unidos a lo largo y ancho del mundo.
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