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Donald Trump mira ya a las elecciones de noviembre y ha empezado a unificar al Partido Republicano. Desde su victoria de Iowa los observadores han notado un tono más conciliador. Con una disciplina desconocida, el exmandatario reproduce en sus mítines el argumentario que le dan ... sus asesores. Sabe que necesitará sumar a su 'Make America Great Again' (MAGA) (Hacer grande a América otra vez) a todos y cada uno de los conservadores para ganar con holgura a Biden. No quiere sorpresas desagradables, aunque tampoco las aceptaría. «No permitiremos otras elecciones corruptas, porque ya sabéis que lo van a intentar», empieza a barruntar.
Ron DeSantis ha pasado de ser «un eunuco desesperado», «un perro desleal» «un parásito» o «caminar como una niña de 10 años al salir del armario con los tacones de su mamá», como decía desatando la risa y el odio entre su audiencia, a «un buen competidor que ha luchado duro». Vivek Ramaswami, segunda opción de muchos seguidores de Trump, se retiró tan pronto como este dijo que «no es MAGA», sino «un farsante con una campaña llena de trucos». Ahora le acompaña sobre el escenario en muchos de sus mítines. «El Partido Republicano está cada vez más unido», asegura Trump. «Empezamos trece y ahora sólo quedamos dos: Uno probablemente se vaya ya (Nikki Haley) y la otra persona (Biden) se irá en noviembre. Juntos acabaremos con los lunáticos de la izquierda radical y los echaremos de nuestra hermosa Casa Blanca», sentenció.
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El magnate de tabloides y casinos que en 2016 tomó al asalto el partido conservador de Reagan y Bush ha devorado a la formación para crear «un movimiento profronteras, prolibertad, el más grande en la historia del país», dijo el lunes en su cierre de campaña de Laconia (New Hampshire), a los miles de seguidores que se habían dado cita en el Margaret Resort. «No importa el Partido Republicano, somos el partido del sentido común». El hotel, con cerca de diez mil metros cuadrados de salones dedicados a eventos, se le quedó pequeño. Lo llenó fácilmente y aún quedaron fuera cientos de personas.
«Es una secta política y religiosa», interpretaba David Stelzer, un coleccionista de memorabilia electoral que este martes se había infiltrado brevemente como voluntario en la sede de Trump para agenciarse una de las pancartas. «Le grita a la gente en claves de la religión evangélica y el patriotismo barato, muy parecida a como lo hacían los líderes de sectas en los años setenta, cuando se llevaban a los jóvenes sin que nada de lo que dijeran sus padres sobre el líder les importase».
Trump es ya un fenómeno de masas. Cada día que pasa las colas son más largas. Sus victorias electorales y lo ineludible de su nominación ejercen el magnetismo del triunfador entre los fanáticos obnubilados por su brillo, que acuden a verlo con la devoción de quien ve a una celebridad más grande que sus propias vidas.
El redentor que va a salvar al país de un sistema político de castas del que se sienten excluidos. Décadas de promesas incumplidas por parte de la clase política eclosionan en el espejismo de «un hombre fuerte» que «habla como nosotros», dice Patti Haye, una asistenta social jubilada de 68 años, que ha tenido que volver a trabajar, ahora en una lavandería, porque la inflación le obliga a elegir «entre hacer la compra o poner gasolina». Para ella, que este martes aguantaba la pancarta de Trump en la nieve desde las seis de la mañana, a las afueras de un colegio electoral de Manchester, «éste es el hombre que entiende los problemas del país y va a resolverlos». La estrella de Trump brilla tan fuerte que deslumbra a sus seguidores como si fuera un artista de rock.
«Ya le he visto tres veces, la energía en la sala es increíble·, decía entusiasmada en Rochester Amanda, que volvía a hacer cola a bajo cero para que su hijo de 21 años compartiera por primera vez el entusiasmo que ella le profesa desde 2016. Ambos se quedaron fuera. Las autoridades cerraron la entrada al alcanzar el tope del aforo.
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Mercedes Gallego
En los mítines de Iowa, Trump mentía ante las cámaras al decir que cientos de personas se habían quedado fuera. Ahora su embuste se ha hecho realidad y cada día son más las horas de anticipación con las que hay hacer cola para poder emborracharse de su fábula (cuatro horas no fueron suficientes el domingo para acceder al Opera House de Rochester). La música está pensada para agitar las emociones y bombear la adrenalina. El 'Dios Bendiga a EE UU' (God Bless the USA), de Marvin Lee Greenwood, envuelve los ánimos en «la bandera de la libertad», porque «desde los lagos de Minnesota a las colinas de Tennessee», dice la letra, «I'm proud to be an American, where at least I know I'm free» (Estoy orgulloso de ser un americano, donde al menos sé que soy libre»). Para el último estribillo de 'God Bless the USA', el público tiene los ojos vidriosos y está listo para entregarse a su mártir.
Trump se posiciona como una víctima del sistema. «No vienen a por mí sino a por vosotros, yo solo me interpongo en su camino», dice en los anuncios. Y el público corea: «We need Donald Trump! America needs Donald Trump». (Necesitamos a Donald Trump, EE UU necesita a Donald Trump). Fuera de los teatros y pabellones donde resuenan sus palabras, los que votan por Biden también tiemblan. «Me temo que a pesar de mi voto, probablemente ganará, lo presiento así», confesaba este martes, tras elegir a Biden en primarias, Fred Woodberry, que a sus 95 años ha visto al mundo caer de rodillas ante otros demagogos de los que prefiere no acordarse.
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