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Poco antes de que J. D. Vance se subiese este martes al escenario del pabellón del Fiserv, en Milwaukee, donde se celebra la convención del Partido Republicano, para ensayar su debut como vicepresidente de Trump, Vivek Ramaswamy se paseaba por delante con una cara mucho ... más seria. El excandidato presidencial, que algunos vieron como alternativa a Trump, se sumó rápidamente a su equipo tras la apabullante victoria de Iowa, con la esperanza de que su lealtad fuera recompensada con el puesto que acaba de llevarse Vance, una versión mejorada de él mismo.
Ambos son jóvenes (Ramaswamy cumple los 39 de Vance en dos semanas). Son los primeros millennials en llegar a la órbita de la Casa Blanca, se han graduado en Derecho por la prestigiosa Universidad de Yale, están conectados con Silicon Valley, donde han hecho carrera financiera, y por tanto movilizan las donaciones de multimillonarios de la industria tecnológica. Brillan en los debates con respuestas ágiles. Conocen el mundo del dinero, proponen recetas para rescatar a la clase trabajadora que sigue a Trump y tienen bellas esposas que conocieron en el campus. Pero Vance tiene la piel blanca, es mucho más apuesto que el empresario de origen indio y da mejor en televisión, ha comentado el magnate en privado. «¡Esos ojos azules!», ha admirado, siempre fascinado por la raza anglosajona.
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En los últimos meses, fuentes del 'New York Times' dicen que le ha impresionado por cómo ha mejorado su aspecto. La barba más recortada, el traje le sienta bien y esa sonrisa de dentífrico dispuesta a conquistar América. Este martes empezó en la arena del Fiserv, donde arranca suspiros a su paso. «Ha sido una elección brillante», aplaude Marc Ivanyo, director ejecutivo de los Republicanos por la Renovación Nacional. «No podíamos pedir nada mejor. Es sólido en las materias y se alinea igual de bien con la visión del presidente Trump. Es un buen seguro para los republicanos».
Por el recinto fortificado de la convención desfilan estos días otros candidatos despechados que se han quedado en la cuneta. La congresista de Georgia Marjorie Taylor Greene se creyó muy cerca del presidente por su lealtad inquebrantable y su afinidad con las teorías de la conspiración de QAnon, que ambos comparten, pero la idea de que Trump elegiría a una mujer para ganarse el voto femenino no encaja con un ideólogo de la cultura antiwoke, que utiliza a las mujeres como floreros y les mete mano sin permiso sólo por ser famoso.
Trump ya está convencido de que ganará las elecciones en noviembre. Por eso al elegir a Vance piensa más en su legado, en alguien que pueda recoger el testigo del movimiento Make America Great Again (Hacer a América grande otra vez) (MAGA) que ha creado. Vance es un populista sin complejos que dota de ideología a ese movimiento y a la vez lo encarna, como hijo de una familia depauperada y desgarrada por la pobreza del cinturón industrial de Estados Unidos. Los desamparados de la globalización se identificarán con él y verán su triunfo como su propia esperanza.
«Él hablará directamente a los estadounidenses del maíz que no quieren saber de energía ni de política exterior, sino de cómo van a pagar sus facturas y poner de comida en la mesa», explica Ivanyo. «Ya hemos ganado. Ahora lo que necesitamos es mejorar el margen de la victoria para salvar cualquier intento de fraude por parte de los demócratas».
Los otros candidatos que Trump tuvo como finalistas eran «más del establishment», gente como el vicepresidente Mike Pence, que le profesaban lealtad, pero no compartían sus ideas. A Pence le eligió porque tenía que ganarse a las comunidades evangélicas y necesitaba un interlocutor experimentado con el Congreso, pero a Trump le ponía nervioso la costumbre de Pence de rezar espontáneamente en situaciones tensas. Con Vance tiene química, le parece un complemento brillante. Lo suyo no es sólo lealtad probada, es convicción.
Cuando le pidió a Pence que truncase la certificación de los resultados electorales del 6 de enero, éste resultó más leal a la Constitución. Vance, coinciden las fuentes, es el tipo de hombre que no certificará ningún resultado que su jefe rechace. ¿O no? «Buena pregunta», responde Tom McCabe, presidente de la junta electoral del condado de Mahoning (Ohio), cuando se le interroga por esa posibilidad con el senador de su estado. «Quiero pensar que haría lo correcto», resuelve.
Es la hora de la unidad. Cada cuatro años, el objetivo de las convenciones políticas es aglutinar al partido en torno al candidato, que probablemente ha desangrado a las bases durante la lucha de primarias. Toca hacerlo públicamente, frente a las pantallas de todo el país.
En la delegación de Ohio, que sienta en segunda fila de la convención al no ser ya un estado bisagra decisivo para las elecciones, sino sólidamente republicano, no muchos conocen a J.D. Vance personalmente, porque el delfín de Trump se abrió paso en las primarias del partido por encima de otros candidatos con más pedigrí.
En susurros, uno de estos delegados confiesa qué votó por Nikki Haley, la exembajadora de Trump en la ONU que prolongó las primarias, aglutinando a los anti Trump. «Pero por favor no lo cuentes, me echarían de aquí», suplica este delegado, que pide hablar desde el anonimato. No hay sitio para disentir en el partido de Trump. Haley y el otro rival fuerte de Trump en las primarias, el gobernador de Florida, Ron de Santis, subieron anoche al escenario para reforzar la imagen de unidad que necesita el magnate de cara a las generales de noviembre a cambio de ser admitidos de vuelta al redil. Ambos han tenido que liberar a sus delegados para que puedan votar unánimemente por Trump. Su misión ahora es reconciliar a sus seguidores con el futuro presidente, para que se cuadren en las urnas sin resentimiento.
«Tengo la sensación de que ya ha ganado», confiesa Thomas Raveret, un demócrata de Milwaukee con un título de Ciencias Políticas, que estos días observa con resignación la convención del partido conservador en su ciudad. Ese sentimiento de desánimo, a tres meses de las elecciones, se ha instalado entre los demócratas, desmoralizados tras la pésima actuación del presidente Joe Biden en el debate con Trump del 27 de junio, su negativa a ceder la candidatura a otro aspirante más joven, y la empatía desatada por el intento de asesinato contra Trump, que ha elevado su perfil. La actualidad tampoco les favorece. «Trump = Prosperidad / Biden = Inflación», decían los carteles de la primera noche de la convención. Este martes tocaba hablar de inmigración, y los números no eran más favorables.
Esta semana los demócratas reanudarán en televisión los ataques contra Trump que retiraron el sábado por el atentado, pero tendrán que repensar cómo seguir atacándole en un momento que demanda corrección. Sin embargo, Vance será el perro de presa de Trump, que podrá ir contra ellos enseñando colmillos, mientras el magnate queda de conciliador, con las manos limpias frente al electorado.
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