El Servicio Secreto de Estados Unidos no se veía inmerso en una crisis de tanto calado como la abierta a raíz del atentado contra Donald Trump desde que un veinteañero obsesionado con la actriz Jodie Foster trató de matar a Ronald Reagan casi recién llegado ... a la Casa Blanca en 1981. Su directora, Kimberly Cheatle, no se anduvo este lunes con rodeos: el intento de asesinato del magnate «es el fracaso operativo más importante en décadas» de este cuerpo. «Hemos fracasado», subrayó. Un 'mea culpa' entonado en la Cámara de Representantes sólo una semana después de haber caído en la tentación de responsabilizar a otros de los posibles fallos en la protección del expresidente durante el mitin del 13 de julio en Butler. La culpa, sugirió en un primer momento, habría sido de la Policía de esta pequeña localidad de granjeros del Estado de Pensilvania.
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Cheatle llegó al comité de supervisión –donde republicanos y demócratas habían solicitado su comparecencia tras el atentado en una inusual muestra de consenso– entre peticiones de renuncia. «Creo firmemente que debería dimitir. El Servicio Secreto tiene miles de empleados y un presupuesto importante, pero ahora se ha convertido en el rostro de la incompetencia», le espetó el conservador James Comer, de Kentucky, uno de los legisladores más duros con el papel de los agentes. Ella ni se inmutó. «Creo que soy la mejor persona para dirigirlo en este momento», respondió pese a las críticas que le han llovido en los últimos diez días por no haber detectado la presencia de Thomas Matthew Crooks, de 20 años, antes de que la emprendiera a tiros desde un tejado situado a menos de 150 metros del atril ante el que Trump hablaba. Ese edificio, especificó este lunes, se encontraba «bajo vigilancia» pero «fuera del perímetro» de seguridad establecido para el acto electoral, donde el expresidente fue alcanzado en una oreja y un bombero sentado entre el público perdió la vida.
La intervención de Cheatle desesperó a los representantes de derecha e izquierda por sus imprecisiones, la falta de cifras y su negativa a ser más concreta sobre innumerables cuestiones. «No nos lo está poniendo fácil», se quejó la demócrata de Ohio Shontel Brown. La directora, con casi tres décadas de experiencia en el cuerpo y elegida en 2022 para el cargo, defendió no compartir «detalles» sobre lo ocurrido en Butler por la existencia de una investigación en curso –en referencia a la del FBI aunque hay múltiples indagaciones abiertas– y pidió a la Cámara sesenta días para estar en disposición de dar más información. En la sala se escucharon incluso insultos. «El Servicio Secreto habría detenido el mitin si hubiera sabido...», intentó continuar con su discurso antes de ser interrumpida.
La jefa de este cuerpo que protege a 36 personas a diario en Estados Unidos, aparte de los líderes mundiales que aterrizan en el país, aceptó «la responsabilidad de la tragedia» ocurrida el 13 de julio y aseguró que en el recinto a cielo abierto donde se desarrollaba el acto electoral había «una cantidad suficiente de agentes asignados». Todos los efectivos del Servicio Secreto que trabajan para el equipo de Trump «estaban allí» y también los «activos solicitados», subrayó, conocedora de los comentarios sobre la escasez de personal esa jornada por un acto de campaña en Pittsburgh con Jill Biden y la cumbre de la OTAN, que había acabado dos días antes. Cheatle explicó que el despliegue de seguridad en torno al expresidente «aumentó mucho antes de la campaña y ha ido aumentado constantemente a medida que evolucionan las amenazas». De hecho, dijo, antes del tiroteo se había reforzado la protección del magnate.
La pregunta que se hicieron los legisladores es cómo fue entonces posible que ningún agente detuviera a Crooks, armado con un rifle semiautomático AR-15, a tiempo. Ni siquiera cuando la Policía de Butler avisó al Servicio Secreto de la presencia de un joven con un telémetro de golf –un artilugio que suele utilizarse para medir distancias– y una mochila y le envió una fotografía para su identificación. La clave, aclaró este lunes Cheatle, que antes de dirigir este cuerpo fue responsable de seguridad global en PepsiCo, es «la distinción entre un comportamiento sospechoso y una amenaza». Y vistas las consecuencias no se consideró que el chico perteneciera al segundo grupo.
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La comparecencia de la jefa del Servicio Secreto de EE UU dio este lunes inicio a una ronda de intervenciones en la Cámara de Representantes para tratar de arrojar luz sobre el atentado contra Trump. El miércoles será el turno del director del FBI, Christopher Wray, que pasará por el comité judicial de este órgano.
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