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Si algo hay que reconocerle a Donald Trump es que cumple sus promesas. Salvo que alguna institución se lo impida, claro. Lo ha demostrado nada más ser investido, firmando casi una treintena de órdenes ejecutivas y de acciones ese mismo día. Es un récord que ... sienta los pilares sobre los que van a pivotar sus políticas, tanto para Estados Unidos como a nivel global. Todas ellas tienen un denominador común que se recoge en la directiva dirigida al secretario de Estado, en la que estipula que «siempre se deben anteponer los intereses de América y de sus ciudadanos».
Dentro de su territorio, el mayor número de decretos de esta semana ha ido destinado a detener «la invasión en la frontera sur». Y no son palabras huecas. En su segundo mandato, Trump va mucho más allá de su plan para construir un muro. El presidente ha declarado una emergencia nacional que se ha materializado ya en el envío de tropas a la zona fronteriza con México –a donde espera mandar hasta 10.000 soldados– y la detención y expulsión de cientos de inmigrantes ilegales. Además, prohíbe que los solicitantes de asilo puedan cruzar a Estados Unidos para iniciar los trámites y legaliza lo que comunmente se conoce como 'devoluciones en caliente'. Son los primeros pasos de su hoja de ruta para deportar a unos once millones de simpapeles.
No obstante, su estrategia migratoria ya se ha encontrado con un contratiempo: un tribunal ha considerado inconstitucional su intento de revocar el derecho a la nacionalidad por nacimiento, recogido en la decimocuarta enmienda de la Carta Magna. La idea ya la hizo pública en 2018, pero no llegó a consumarla. «Iba a hacerlo a través de una acción ejecutiva durante mi primer mandato, pero llegó el covid y tuvimos que centrarnos en ello», ha explicado esta semana en una entrevista con la cadena NBC, en la que ha reiterado su intención de seguir adelante con el plan. «Tenemos que acabar con eso, es ridículo», sentenció.
Trump no solo ha declarado la guerra a los inmigrantes irregulares, también ha decidido acabar de un plumazo con las políticas de diversidad de género y poner en su diana al colectivo LGTBI. 'Defender a la mujer de la ideología de género extremista y restaurar la verdad biológica en el gobierno federal' es el título del decreto con el que el republicano devuelve a Estados Unidos a un tiempo en el que «solo existen dos sexos: hombre y mujer».
En esa visión se enmarca también la decisión de enviar a casa a todos los funcionarios de los departamentos de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) del Gobierno, que ha cesado los programas que tenía en marcha y que Trump considera «peligrosos, denigrantes e inmorales». Los transexuales también tendrán más difícil servir en el ejército, porque el magnate ha revertido la provisión de ley con la que su predecesor, Joe Biden, autorizó que lo hiciesen. Borrar su legado es, sin duda, una de las obsesiones del republicano.
Y se nota ya en numerosos ámbitos. En sanidad, por ejemplo, resultará más difícil que los colectivos desfavorecidos accedan al programa Medicaid, y también que logren un seguro que les cubra o que tengan a su disposición medicamentos a precios más bajos. Trump incluso tira a la papelera el decreto por el que Biden trataba de establecer límites al desarrollo de la Inteligencia Artificial. Y ordena a la fiscal general que busque la vía para que 37 presos federales a los que su antecesor conmutó la pena de muerte por cadena perpetua vuelvan a ser juzgados y acaben recibiendo la inyección letal. Eso sí, a quienes fueron condenados por el asalto al Capitolio días antes de la investidura de Biden los ha dejado libres. Una de ellos, Pamela Hemphill, ha rechazado el indulto. «Nos equivocamos. Me declaré culpable y aceptar el perdón sería insultar a los policías del Capitolio, al Estado de Derecho y, por supuesto, a nuestra nación», ha justificado.
El presidente no se ha quedado satisfecho provocando un vuelco del sistema sociopolítico de Estados Unidos en una semana. Ha tenido tiempo de sobra para agitar el mundo entero con su lógica empresarial. Ha retirado a la primera potencia mundial de la Organización Mundial de la Salud y de los acuerdos medioambientales de París –una medida acompañada de la declaración de una emergencia energética que promoverá el uso de combustibles fósiles– y amenaza veladamente con hacer lo propio con la OTAN, elevando sustancialmente el listón de su exigencia hacia quienes la componen: ya no es suficiente con que destinen el 2% de su PIB a Defensa; ahora afirma que debe ser el 5%. «Ellos no nos protegen a nosotros, nosotros les protegemos a ellos», ha zanjado.
Y dinero a mansalva afirma que va a lograr con los aranceles que impondrá a más de medio mundo. Pero, de momento, ahí no ha puesto su firma. Se ha limitado a amenazar a China con un gravamen del 10% –lejos del 60% prometido durante la campaña y justificado con el papel que el gigante asiático juega en la crisis del fentanilo que asola Estados Unidos– y a Canadá y México con el 25%. Es más, ya ha mostrado su deseo de iniciar la renegociación del tratado de libre comercio –NAFTA– con esos dos países. También ha señalado con dedo acusador a la Unión Europea. «Si venís a fabricar a América, tendréis los impuestos más bajos del mundo; si queréis vender productos de fuera, tendréis que pagar», ha sentenciado. Puede que se tome algo más que una semana para diseñar esta nueva fase de su guerra comercial, pero nadie duda de que acabará apretando el gatillo.
Para centralizar la recolección del botín, Trump creará el Servicio de Ingresos Externos, un nuevo departamento que se sumará al de Eficiencia Gubernamental, liderado por su escudero Elon Musk, propietario de Tesla o X, con el objetivo de ahorrar en gasto público despidiendo a empleados públicos y facilitando así el cumplimiento de otra promesa: bajar los impuestos.
La primera promesa que Donald Trump ha incumplido tiene que ver con una guerra de verdad: la de Ucrania. En una de sus bravuconadas habituales afirmó que le pondría fin en solo un día. Ahora, sus asesores consideran que cien es un plazo más realista. Y, si bien la mayoría daba por hecho que presionaría al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, para que negociase la cesión del territorio ocupado, de momento lo que ha hecho es exigir al jefe del Kremlin, Vladímir Putin, que acabe esta «guerra ridícula». De lo contrario, sufrirá más sanciones.
Sobre quienes ya no pesan son los colonos extremistas de Israel, cuyos asentamientos ilegales en Cisjordania castigó Joe Biden. Trump ha decidido retirar esas sanciones y las consecuencias se vieron inmediatamente: los ultraderechistas lanzaron un ataque en Jinasfut que dejó 21 palestinos heridos y multitud de casas en llamas. Sin duda, no es la mejor carta de presentación para un presidente que quiere pasar a la posteridad como un «pacificador y unificador».
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