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Durante las primarias la exembajadora de Donald Trump en la ONU, Nikki Haley, dijo a los votantes que Donald Trump estaba «desquiciado». Que era demasiado viejo. Que donde quiera que vaya le sigue el caos. Ayer aceptó su invitación para hablar en la convención nacional ... del Partido Republicano «en nombre de la unidad». El verdadero peligro, dice ahora, es «cuatro años más de Joe Biden o un solo día de Kamala Harris».
Haley había sido una invitada de último minuto, justo antes del atentado que sufrió el ex presidente el sábado pasado. Excluirla hubiera enviado un mensaje estremecedor que Trump quiere hacer sentir a los desleales, pero no a los moderados e independientes que necesita para ganar las elecciones en noviembre.
Haley no pretendió ser su mejor amiga, pero utilizó su posición disidente para empatizar con aquellos estadounidenses «que no estén de acuerdo con él al cien por cien», sonrió. «Resulta que conozco a algunos. Y déjadme deciros algo: no tenéis que estar de acuerdo con él el cien por cien de las veces», les tranquilizó. Basta con votar por él en noviembre. «Tenemos un país que salvar. Estar unidos es esencial para lograrlo».
Desde su experiencia como exembajadora en la ONU, destacó una de las mejores credenciales de Trump: el hecho de que durante su mandato no haya habido ni invasiones ni guerras. Algo que atribuye al temor que despierta en figuras autócratas como la de Vladimir Putin, en contraste con «la debilidad de Biden».
Su mensaje no se limitaba a los republicanos que la votaron durante las primarias, sino a todo el electorado: «Poned a un lado nuestras diferencias y enfoquémonos en lo que nos une como país».
Sin pausa alguna la siguió en el escenario el otro hombre que pudo haber dado la batalla a Trump, pero se quedó en la cuneta de Iowa sin pasar de la casilla de salida. El gobernador de Florida Ron DeSantis causaba, a todas luces, mucho más entusiasmo en el magnate que les escuchaba desde su palco en el pabellón deportivo de Finserv. De Santis no presentaba un caso para los anti-Trump, como hiciera Haley, sino que repetía su discurso de campaña, con el que promocionaba sus éxitos anti-woke en Florida y pedía el voto por Trump para poder extenderlos a todo el país. «No podemos dejarle colgado. No podemos dejar colgado a Estados Unidos».
Con esos dos discursos queda cerrada la guerra intestina que se ha librado durante las primarias para decidir la candidatura del Partido Republicano y el futuro de esta formación. Trump ha ganado, no solo para disputarse en las urnas la posibilidad de gobernar cuatro años más, sino para absorber al partido de Lincoln y Reagan, que queda de facto convertido en el movimiento MAGA (Make América Great Again). Cualquiera que discrepe sabe que tiene que callar o desaparecer. Los republicanos anti-Trump se manifiestan estos días con camiones forrados de pancartas luminosas fuera de la convención. Por primera vez, ningún expresidente republicano participa en la conferencia más importante del partido y es difícil atisbar a pesos pesados que no tengan que defender sus cargos públicos y por tanto besarle el anillo.
«Lo que se juega en estas elecciones no es el futuro entre dos partidos, sino entre dos ideologías», recordó el portavoz del Congreso, Mike Johnson, que casi pierde el cargo por poner a votación el último paquete de ayuda a Ucrania. Un país que Haley no mencionó en su repaso internacional, porque no quería arriesgar abucheos ni represalias. Sabe que su futuro político está ahora en manos del hombre al que se ha enfrentado durante la campaña y sus huestes se encargarán de cobrárselo.
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