Gonzalo Ruiz
Lunes, 23 de septiembre 2024, 00:45
Fueron apenas unos centímetros los que separaron a Donald Trump de la muerte el 13 de julio, ya que las balas que tenían como objetivo acabar con su vida solo alcanzaron su oreja. Sufrió un segundo intento de homicidio el 15 de septiembre mientras jugaba ... al golf en su residencia de Florida, aunque el tirador, apostado a unos 300 metros, no llegó a apretar el gatillo al ser descubierto por un agente del Servicio Secreto. Ser presidente de Estados Unidos acarrea un poder inmenso pero, al mismo tiempo, implica estar en el punto de mira.
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Los asesinatos –frustrados o no– tanto de mandatarios como de candidatos a la Casa Blanca se han sucedido, instaurándose como una tradición endémica dentro de una sociedad, la norteamericana, a la que Ronald Reagan calificó de «enferma» después de que trataran de matarlo en 1981. Como él y Trump, George W. Bush, Gerald Ford, Bill Clinton, Theodore y Franklin Roosevelt son ejemplos de una larga lista de líderes que se libraron de la muerte. Hubo otros que no corrieron la misma suerte. Cuatro presidentes fueron asesinados.
El Teatro Ford, ubicado en Washington D.C, se convirtió en la sede del primer magnicidio de la historia de los presidentes estadounidenses en una época en la que el país aún se recuperaba de la Guerra Civil. Abraham Lincoln acudió junto a su esposa a ver la obra 'Nuestro primo americano', una comedia ligera que, ironías del destino, terminaría siendo el trágico acto final de la vida de uno de los mandatarios más trascendentales del país.
John Wilkes Booth, actor de 26 años y simpatizante de la causa confederada, no se hacía a la idea de que los unionistas hubiesen ganado la guerra. Logró colarse en el palco presidencial y deslizándose entre las sombras disparó su arma contra la nuca del mandatario, que se desplomó en su asiento. El tirador, aprovechando la confusión de la sala, saltó al escenario al grito de «Sic semper tyrannis» (Así siempre a los tiranos), una expresión atribuida a Marco Bruto, asesino de Julio César. El intérprete fue ejecutado doce días después. Lincoln se convirtió en un mártir nacional y su legado perdura hasta el presente.
James A. Garfield se había convertido en presidente tan solo 120 días antes del evento que desencadenaría en su muerte. Un día rutinario de verano se encontraba en la estación de tren de Baltimore para ir de vacaciones a Nueva Jersey. De repente, el sonido de dos disparos provocó el caos. El primero fue una bala perdida, pero el segundo impactó en la espalda del político atravesando su abdomen. El autor, un abogado de 40 años, Charles J. Guiteau, enfurecido porque estaba convencido de que merecía un puesto diplomático y veía cómo el Gobierno ignoraba su demanda. Fue detenido sin oponer resistencia, proclamando que lo había hecho «por el bien del país».
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Garfield no murió en el acto. Fue inmediatamente trasladado a la Casa Blanca. Sin embargo, la medicina de la época no estaba tan desarrollada y las técnicas utilizadas para extraer la bala no hicieron más que empeorar la infección. La suya fue una muerte lenta y agónica.
Estados Unidos entró en el siglo XX bajo el mandato de William McKinley y con el éxito militar en Cuba bajo el brazo, lo que había significado el fin del imperio español en 1898. Tres años más tarde, la Exposición Panamericana en Búfalo, Nueva York, se convirtió en el escenario de su muerte. Un anarquista llamado Leon Czolgosz, al enterarse de que el mandatario acudiría a la feria, compró un arma y un billete de tren.
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Al asesino le repugnaba la forma de gobierno que, a su parecer, enriquecía a los ricos y empobrecía a los pobres. Por eso sacó su revólver y disparó por partida doble al presidente en el abdomen. Un hombre le redujo de inmediato y posteriormente fue detenido por la Policía. Ejecutado siete semanas después, su acto significaría el inicio y el final de una época, con la llegada de Theodore Roosevelt a la Casa Blanca como el primer mandatario en adoptar una política claramente progresista.
Cuando se habla de magnicidio a muchos les viene a la cabeza John Fitzgerald Kennedy, uno de los presidentes más carismáticos de EEUU. JFK se encontraba en Dallas de gira electoral. Rodeado por 150.000 personas se subió junto a su esposa, Jacqueline, en una limusina descapotable para saludar a la gente. El baño de masas se convirtió tras tres disparos en un día negro en la historia. El primero impactó en la acera, pero los otros dos lo hicieron sobre su cuello y su cabeza. Fue trasladado al hospital, pero falleció media hora más tarde.
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Lee Harvey Oswald, según la versión oficial, abrió fuego desde la sexta planta del Depósito de Libros Escolares de Dallas. Fue asesinado dos días después en el cuartel de la Policía por Jack Ruby, propietario de un club nocturno. La muerte de JFK alteró profundamente el curso de la historia. El 'shock' nacional e internacional fue tremendo ya que, además, lo ocurrido fue retransmitido por televisión. A día de hoy sigue siendo objeto de estudio y debate, ya que muchos no se creen la teoría de que Oswald lo hiciese solo.
Desde entonces se han repetido los intentos de magnicidio en EE UU, pero sin éxito. Richard Nixon fue objetivo de un hombre llamado Arthur Bremer, quien plasmó en un diario que tenía un «plan personal» para acabar con el presidente o con George Wallace, gobernador de Alabama. «Tengo que pensar en algo lindo que gritar después de matarlo, como lo hizo Booth: ¡Nixon es el elegido! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!…», escribió. Al final atacó a Wallace, a quien dejó en una silla de ruedas en 1972. Gerald Ford sufrió dos atentados frustrados.
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John Hinckley Jr. estaba obsesionado con Jodie Foster tras verla en la película 'Taxi driver' y en su delirio estuvo a punto de disparar a Jimmy Carter durante un mitin en 1980 y casi logró matar a Ronald Reagan, a quien la bala le perforó un pulmón, un año más tarde. Su objetivo era impresionar a la actriz. En 1994, otro hombre disparó su rifle desde el exterior de la Casa Blanca con la intención de asesinar a Bill Clinton. Con George W. Bush no hubo armas de fuego, pero en 2005 le arrojaron una granada, que no llegó a explotar, cuando estaba de viaje oficial en Georgia.
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