Hay un fenómeno curioso en torno al juicio de Trump. A medida que han desaparecido los manifestantes de la plaza, han aumentado las colas para asegurarse uno de los pocos asientos en el tribunal o la sala adyacente, en la que se puede ver por ... circuito cerrado. Y en el país de la oferta y la demanda, el espíritu emprendedor estadounidense no ha tardado en hacer caja. Trump ha pasado de ser un show de masas a uno de los más exclusivos de la Gran Manzana.
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Desde hace dos semanas, John McIntosh, de 42 años, empieza el día en noche cerrada para asegurarse uno de los primeros puestos en la cola que al amanecer vende al mejor postor. Cuanto antes llegue, mejor asiento tendrá en la sala y más alto será el precio por el que lo puede vender. «¿Quién quiere sentarse en la última fila para no ver nada después de haber hecho horas de cola?», se pregunta retóricamente para persuadir a su mercado potencial de curiosos y periodistas, cansados y ateridos que esperan pacientemente para saber si podrán entrar.
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El jueves pasado fue su mejor día para McIntosh: 1300 dólares por un par de 'tickets' que vendió a un matrimonio de California. Testificaba Stormy Daniels, una exactriz porno ágil y sagaz, cuyas sarcásticas respuestas hicieron los deleites de la audiencia. En su primer día de testimonio, compartió todos los detalles salaces que pudo recordar de su encuentro sexual con el magnate en 2006 para demostrar la credibilidad de su historia, que Trump niega. Como resultado, al día siguiente, se disparó el interés y McIntosh, en sociedad con otro espabilado, hizo caja. Desde entonces el precio sigue subiendo.
Como referencia, para la imputación de Trump en Miami las cadenas de televisión pagaron hasta 5.000 dólares por una plaza frente a los juzgados en la que aparcar el camión satélite. En condiciones normales, McIntosh vende aparcamiento en zonas concurridas por 20 dólares, así que este mayo está siendo su agosto. Todos los días se echa al bolsillo 500 o 600 dólares, aunque este martes tuvo que bajar el precio, porque el abogado de Trump, Michael Cohen, atrajo a más periodistas que afición.
«Ya me he acostumbrado a no dormir. Doy algunas cabezadas y con eso voy tirando», explica el 'parking pirate', dice su tarjeta, con su aspecto desaliñado.
La oportunidad de ser testigo de la historia ha atraído a un turismo que compite en precios e interés con los mejores shows de Broadway. Si allí se paga fácilmente 500 dólares por una butaca de orquesta para un show que se repite cada noche, ¿cuánto vale un lugar de primera fila en la historia?
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David, un estudiante de doctorado en Nueva York, al que su madre no podría hacer madrugar ni para el mejor espectáculo del mundo, se levantó el lunes a las 4:00 de la madrugada para estar en cola a las cinco. Cuando a las 9:30 la Policía echó el corte, solo habían entrado cinco del público en la sala del juicio y 16 en la anexa. David no estaba entre ellos, pero eso solo consiguió redoblar su determinación. Anoche estaba de vuelta a la una de la madrugada. Delante de él, Richard, había llegado a las 11 de la noche, con un sueño: «Qué Trump se despierte aletargado de su cabezadita y confiese ser culpable para que lo veamos en la cárcel», reía.
Con 55 millones de turistas que visitan Nueva York cada año, no falta quien haya puesto en su agenda el juicio de Trump, junto al Empire State o el MOMA, como antes se ponía la Zona Cero. Joel, un policía del Estado de Washington, decidió acompañar a su mujer a unas conferencias en la Gran Manzana para aprovechar el viaje y darse el gustazo de ver al expresidente que más detesta en el banquillo. Es la mejor revancha para la furia acumulada a lo largo de ocho años de insultos, 'fake news' y asaltos a la democracia. También puede que sea la única que obtengan, porque el caso fraude fiscal por el que enfrenta 34 cargos probablemente sea el único juicio en el que se siente este año. «Trump representa todo lo contrario a aquello por lo que trabajamos en las fuerzas del orden», lamentó. «No entiendo por qué todos mis compañeros le apoyan. Procuro no hablar nunca de ello mientras estoy de servicio».
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Mercedes Gallego
Es el tipo de espectador que pagará gustosamente unos cientos de dólares por alguno de esos asientos, que a medida que se va acercando la hora del corte y se aleja la posibilidad de entrar empiezan a subastarse al mejor postor. Para quienes prefieran la seguridad de una empresa en la que comprarlo cómodamente por adelantado, Same Ole Line Dudes, que comenzó en Washington con los lobistas que buscaban un asiento para las audiencias del Senado, promete un servicio «profesional». El origen de esta práctica se atribuye a Polonia durante la escasez final de comunismo. En EE UU salió del Congreso en 2012 cuando la audiencia del Supremo sobre la constitucionalidad de la reforma sanitaria de Barack Obama provocó colas de cuatro días. La idea estaba fresca meses después durante el furor que desató la salida al mercado del iPhone 5, y ahora se practica para todo tipo de eventos culturales y deportivos que despierten el furor de las masas, ya sea para conseguir autógrafos, mesa en restaurantes de moda o juicios célebres. Cuanto más difícil sea obtener una entrada, más aumentará el interés humano y lo que el mercado está dispuesto a pagar.
Hay, también, un mercado cautivo, el de los medios de comunicación. Las estrellas de televisión no van a pasarse la madrugada de pie frente a los juzgados. Su tiempo y su descanso vale mucho más. Y no solo para Wolf Blitzer, presentador estrella de CNN, que este martes llegó recién afeitado y con el café en la mano a ocupar el puesto que le guardaban, sino para una periodista de la BBC a la que le parecieron «bien pagados» los 400 dólares por un puesto en la fila antes de que la Policía cerrase la cancela del parque. Claro, que eso lo dijo antes de saber que se quedaría fuera. Y es que este martes el interrogatorio de Michael Cohen por parte de la defensa superó en expectación mediática al de la exactriz porno, por ser el testigo clave del caso. Para ganar, los letrados del expresidente necesitaban destruir su credibilidad y nadie tenía dudas de que serían despiadados.
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Además, el tiempo se acaba. El juicio va más rápido de lo que se anticipaba y algunos analistas creen que se podrían presentar los alegatos finales la semana que viene. No queda tiempo que perder para ser parte de la historia y presenciar el mejor 'reality show' que pueda proporcionar la política. Si Trump pudiera medir sus ratings en este proceso sin televisar, estaría orgulloso de su propio éxito.
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