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La atracción por el 'Titanic' es tan poderosa como los peligros de viajar hasta el pecio. «Es más difícil ir al fondo del océano que a la zona más lejana de la Luna», dice un astronauta de la NASA en el vídeo informativo de OceanGate, ... la empresa al frente de estas expediciones desde 2018 y propietaria del 'Titan', el sumergible que ha explotado durante una inmersión hacia los restos del trasatlántico.
La mayoría de quienes han participado en estos descensos es gente experimentada en el ocio de aventura y afirman que el chute de adrenalina y, sobre todo, la fascinante sensación de «vivir dentro de una película» ni siquiera es comparable con la ascensión al Everest. Un ejemplo: Renata Rojas, financiera estadounidense de ascendencia mexicana, ahorró durante treinta años para pagarse los 250.000 dólares del billete. En tres ocasiones vio interrumpido el viaje debido al mal tiempo. Lo consiguió el año pasado. Al emerger de nuevo, se mostró radiante: «Los sueños no tienen precio, algunas personas quieren un Ferrari. Algunas personas compran una casa. Yo quería ir al 'Titanic'».
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Más allá de la tragedia intrínseca por la pérdida de vidas humanas, el fatal destino del 'Titan', las críticas crecientes a la seguridad del proyecto y todo ese cúmulo de impresiones fascinantes que puede convertir el pecio en un foco de interés al alza juega hoy precisamente en su contra. Al menos en una parte del colectivo científico. «Espero que hagamos un parón y reflexionemos un poco», sugiere el oceanógrafo Peter Guirguis en 'Nature'.
¿Peligran las visitas al 'Titanic'? Nadie lo sabe. El océano no es solo una fuente de peligros, sino también una laguna legal. El 'Titan' carecía de bandera y solo navegaba en las aguas internacionales que rodean al legendario trasatlántico hundido a cientos de kilómetros de la costa de Terranova. Es decir, estaba exento de ataduras sobre las normativas de seguridad que rigen en el mundo naval. En ese sentido, durante esta semana han crecido las voces que piden una acción coordinada de los gobiernos para cubrir este vacío o regular las condiciones en que se puede descender al pecio. «No es un viaje de placer», exclama el físico Michael Guillén, quien ha pedido prohibir todo tipo de expediciones para que las autoridades y los expertos establezcan qué límites deben aplicarse.
Guillén formó parte de una inmersión al 'Titanic' en la que casi pierde la vida hace tres años. Su sumergible era un prototipo de investigación diferente al 'Titan'. Mejor preparado. Una fuerte corriente marina lo empotró entre el casco y una hélice del formidable navío. La tripulación tardó una hora en desenganchar la nave. Él, en ese tiempo, se preparó «para morir. De repente sentí paz y estaba listo para dejar mi vida, y luego se me dio una segunda oportunidad», recuerda en GB News este profesor de Física en la Universidad de Harvard.
Además de él, otros expertos consideran necesario «implementar restricciones» que mejoren la seguridad de los viajes, pero que también, y éste es un elemento fundamental, desanimen a compañías o gente con una experiencia insuficiente a emprender esta aventura. «Hasta entonces sería necesario detener todos los viajes al 'Titanic'», que en algunos casos pueden confundirse con una «operación kamikaze», como denomina el empresario y aventurero alemán Arthur Loibl, de 61 años, a su propia visita al pecio.
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«Si bien los peligros de la exploración de aguas profundas son obvios y bien conocidos, muchos todavía se sienten atraídos por superar los límites, una fascinación que conozco muy bien. Mi insaciable curiosidad por mirar más allá del horizonte hace que lleve una vida poco convencional. Pero incluso yo me limito a meterme en un pequeño submarino para hundirme cuatro kilómetros hasta el fondo del Atlántico», ha escrito el conocido explorador y aventurero Levison Wood en un artículo en 'The Times'. «La leyenda del 'Titanic' tiene un atractivo especial para los interesados en la exploración marina . Verlo de primera mano es el santo grial de la exploración de aguas profundas, similar a escalar el Everest para los montañeros».
OceanGate anunció en 2017 su intención de llevar a científicos e 'investigadores especiales' (turistas) hasta las entrañas de Terranova para visitar los restos del navío más famoso del mundo, hundido en 2012 tras chocar con un iceberg. Solo dos empresas, una británica y otra estadounidense, pugnaban por este mercado. «Desde que se hundió hace 105 años, menos de 200 personas han visitado los restos del naufragio, muchas menos de las que han volado al espacio o escalado el Monte Everest», dijo entonces el CEO de la compañía, Stockton Rush, uno de los cinco ocupantes del 'Titan' que han perdido la vida con su implosión.
Los 'titaniacs', como se conoce a los fanáticos obsesionados con el famoso trasatlántico, son multimillonarios, pero también personas capaces de ahorrar durante años para pagarse los 250.000 dólares del pasaje. Solo OceanGate tenía previstas 18 expediciones en cartera después de esta última.
Las primeras inmersiones al pecio comenzaron después de que éste fuera descubierto en 1985. Ya entonces empezaron a sembrar el malestar entre muchos de los descendientes de las víctimas del 'Titanic', que consideran este lugar una «tumba marina» y exigen respetarla. Sin embargo, ha sido a partir de 1990 y, sobre todo, durante este siglo cuando el denominado «turismo submarino» se ha generalizado, aunque tenga poco que ver con el del histórico trasatlántico. La mayoría de los viajes se centran en fondos marinos como los del Caribe y Hawai, ricos en ecosistemas naturales, formaciones geológicas y, sobre todo, caracterizadas por inmersiones a distancias seguras. Un paquete en Bahamas ofrece una travesía de dos semanas en yate con descenso en sumergible a 600 metros de profundidad. Nada tan complejo y peligroso como bajar hasta 3.800 metros.
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Un informe de la empresa inmobiliaria global Knight Frank demuestra que existe mercado para este tipo de montajes. Entre 2017 y 2021, el número de personas ultrarricas ha crecido un 44% en el mundo. Abundan en este coletivo aquéllas que están dispuestas a recorrer el mundo en 24 días en un jet privado o pagar 450.000 dólares por un vuelo especial. En el caso del 'Titanic', el viaje en el que han encontrado la muerte cinco pasajeros costaba 250.000 dólares, gastos aparte del vuelo hasta Terranova, y duraba ocho días. Pero existe una «versión mejorada» y más cara, aparte de un catálogo de visitas a otros naufragios «más manejables».
Si se produce una parada en este tipo de expediciones en busca de una mejor regulación, posiblemente quienes mejor lo celebren serán los conservacionistas, quejosos con el asalto turístico a los ecosistemas marinos. Pero también aquellos arqueólogos del mar que llevan lustros reclamando un estatus especial para mantener a salvo lo que queda del 'Titanic' y otros pecios de buques y submarinos hundidos bajo la premisa de que «son historia, no parques de atracciones».
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