Secciones
Servicios
Destacamos
Ocho personas murieron la semana pasada en una carretera del sur de Texas como consecuencia de un accidente de tráfico durante una persecución policial. El suceso, en sí, ya resulta llamativo por el abultado número de víctimas mortales. Pero es que, además, pone de nuevo ... el índice sobre uno de los problemas de seguridad pública en Estados Unidos al que ni las autoridades estatales, los departamentos de Policía ni los jueces han encontrado solución: los fallecimientos derivados de las carreras en coches entre los delincuentes y los agentes de la ley.
Ni siquiera la amenaza reiterada de las aseguradoras de dejar de firmar pólizas con las fuerzas de seguridad debido a la elevada siniestralidad ha conseguido reducir esta absurda realidad. Hay un dato que asombra: al menos 11.506 personas han perdido la vida y 270.000 han resultado heridas en persecuciones policiales entre 1978 y 2013. El promedio supone casi una víctima mortal por día que los informes estatales siguen corroborando, con entre 300 y 500 muertos anuales en la actualidad. Hay Estados donde el peligro es mayor, como Kansas, Michigan y Minnesota, y las organizaciones sociales han reaccionado exigiendo protocolos más estrictos a los patrulleros. De los muertos confirmados entre 1978 y 2013, 6.300 eran supuestos delincuentes al volante. Pero el resto fueron agentes de la ley o conductores y peatones ajenos a todo que se encontraban en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.
En Texas, todo comenzó de madrugada en el condado de Zabala. Un conductor de 21 años y vecino de Houston transitaba por una carretera poco frecuentada a bordo de un Honda Civic con cinco inmigrantes hondureños a bordo. Una patrulla sospechó al ver pasar el coche con seis personas en su interior y decidió darle el alto ante la eventualidad de que se tratara de un caso de tráfico de personas. El joven aceleró. Los patrulleros salieron detrás suyo. Unos pocos kilómetros más adelante, el Honda Civic se pasó al carril contrario para adelantar a un camión y se estrelló de frente contra una furgoneta ocupada por dos personas. La camioneta estalló en llamas. Las ocho personas murieron.
El Departamento de Justicia reconoce desde hace años el peligro de este tipo de persecuciones a gran velocidad, que las asociaciones de víctimas ponen casi a la altura de las muertes por tiroteos «justificables» de las fuerzas del orden, la otra gran epidemia estadounidense. Las autoridades judiciales han animado a los cuerpos policiales a adoptar estrategias más restrictivas y establecer las condiciones en que un agente puede emprender el seguimiento de un sospechoso o resulta demasiado arriesgado para los peatones y el resto de automovilistas. La pretensión es aplicar estos límites especialmente en las ciudades más populosas, donde una persecución puede convertirse en un misil en mitad del tráfico.
De hecho, el 90% de estas operaciones se dirige a capturar automóviles con matrículas falsas, sospechosos de robo o que circulan mostrando conductas temerarias o exceso de velocidad. Todas ellas, infracciones mucho más comunes en las capitales que en el medio rural, y que «evidencian una desproporción enorme entre el delito y las consecuencias. Por eso es necesaria una regulación muy concreta», advierte Lloyd Adams, abogado de una ONG civil, quien considera que «la posibilidad de que un peatón muera atropellado en una huida de la Policía por no llevar los papeles en regla es ilógica». Según la estadística, solo una de cada veinte persecuciones se debe a casos como un homicidio o un asalto con violencia. Expertos policiales creen que muchos agentes actúan, sin embargo, motivados por la teoría de que, cuando alguien huye, es porque lleva un cadáver o un cargamento de droga en el maletero. También hay quien ve aquí el legado del viejo y salvaje Oeste.
Aunque la solución más lógica a esta tragedia cotidiana parecería radicar en perseguir únicamente a los sospechosos de delitos muy graves, la realidad se muestra tozuda. La Policía de Atlanta y de otras circunscripciones del país han prohibido o restringido drásticamente las carreras, sobre todo después de que en el último lustro las aseguradoras hayan amenazado con suspender las pólizas por responsabilidad civil ante la sucesión de accidentes y las abultadas indemnizaciones a las víctimas o sus familias.
Las fuerzas de seguridad han empezado a probar otras técnicas de detención. Una de ellas es la instalación en el frontal del coche patrulla de una cuña capaz de levantar el vehículo perseguido desde atrás, en sustitución de la tradicional técnica policial de golpear con el morro la trasera del automóvil precedente, que puede terminar en una trayectoria incontrolable. También se experimenta con un fusil capaz de disparar un dispositivo GPS a la carrocería del fugado, lo que hace innecesario que los policías conduzcan pegados a él.
No obstante, en muchas comisarías, como en las de Michigan, todavía se deja en manos de los patrulleros y su evaluación de los riesgos la posibilidad de perseguir un coche. El problema es que los agentes pueden cegarse con «la necesidad de ganar y hacer la detención», soslayando los peligros de un seguimiento a gran velocidad, según el FBI advertía ya en un informe de 2010.
«Crecí en California y Los Ángeles es la capital de las persecuciones policiales. Y Houston es probablemente la bicapital. Una política general de no persecución es un caos. Es una invitación a los pandilleros a huir». La frase pertenece a un veterano comisario de Miami, Art Acevedo, y ejemplifica el motivo por el que muchos cuerpos policiales siguen teniendo fe en las persecuciones al viejo estilo.
Y se agarran a los datos. Los robos de coches en Estados Unidos se han disparado desde la pandemia del coronavirus hasta superar el millón de sustracciones en 2022. Estados como California, Nueva York, Washington, Texas y Utah han arrojado el mayor aumento de esta actividad delictiva. Según los expertos, el alza obedece fundamentalmente a la crisis económica –se producen 200.000 robos más que en 2020–, aunque los afectados culpan a la laxitud de los agentes y piden a las fuerzas de seguridad que vuelvan a las persecuciones sin restricciones.
Pero no es el único motivo. A finales de 2020 una banda de pandilleros comenzó a viralizar vídeos en Tik Tok donde explicaba cómo robar en tres minutos dos modelos de vehículos extranjeros muy comunes en el país. A principios de 2023, la Policía denunció el efecto multiplicador y señaló que cada hora se sustrae un coche de esas marcas en Milwaukee, mientras los casos subieron un 800% en Chicago. Los pandilleros incluso han difundido vídeos donde se les ve perseguidos por patrullas y helicópteros.
El incremento de sustraccionees de vehículos, aparte del propio hecho en sí, tiene una derivada significativa y netamente estadounidense. En el país con más armas de fuego en manos privadas, existe el hábito de muchos propietarios de llevarlas en la guantera cuando salen de viaje o simplemente a hacer un recado, En el momento en que los ladrones roban sus coches, por lo general se apoderan también de sus pistolas y revólveres. Una investigación de 'The New York Times' revelaba ya que en 2020 se sustrajeron 40.000 armas que sus dueños habían dejado en el vehículo. En Nashville se producen cien casos al mes y en Atlanta, unos 1.200 anuales.
El debate nacional sobre los muertos en persecuciones policiales es un asunto que normalmente queda en un segundo plano, quizá porque en la sociedad estadounidense existe una arraigada cultura sobre estos actos que mezclan ley, morbo y espectáculo y han sido largamente recreados en el cine. Un canal de televisión retransmitió recientemente desde un helicóptero la caza de un vehículo a toda velocidad y en dirección contraria por una autopista de Los Ángeles. El conductor, un delincuente peligroso, colisionó contra otros seis coches en su huida y, en un momento dado, cambió el suyo por otro, a cuya propietaria sacó a punta de pistola. «¡Tiene un arma! En directo, en televisión. ¡Miren esto! Nunca vi una persecución tan loca como ésta», narraba el locutor entusiasmado.
Este tipo de retransmisiones tiene una formidable audiencia, hasta el punto de que las cadenas son capaces de cortar la emisión de un partido de la máxima categoría para dar paso al seguimiento de un ladrón. La Policía de los Ángeles se refiere a estas noticias como un «deporte sangriento» y algunos editores de televisión nacional han elaborado códigos al respecto.
Quienes han estudiado este ejercicio de vouyerismo social fijan su eclosión en la persecución desarrollada en junio de 1994 contra el exjugador de fútbol americano O.J. Simpson tras ser sospechoso de la muerte de su exmujer y un amigo de ella. Un total de 95 millones de estadounidenses se conectaron a sus televisores para observar cómo la estrella americana era seguida durante casi media hora por una autopista de Santa Mónica a baja velocidad por una decena de coches patrulla con sus luces prendidas y los helicópteros sobrevolando la escena, la parafernalia clásica de los blockbuster de acción de Hollywood.
Los expertos no dudan de que este tipo de sucesos se ha convertido ya en un fenómeno cultural, más todavía con su amplificación en las redes sociales. Al igual que existen fanáticos de los tornados, abunda la obsesión por las persecuciones en autopistas. Hay delincuentes que graban sus propias huidas, foros en internet que discuten sobre si ésta o aquella persecución ha sido mejor o donde cualquiera puede apuntarse para recibir una alerta en su móvil cuando se retransmite una carrera policial en algún canal de televisión.
Pero el fenómeno también se cobra su precio. Dos helicópteros que emitían una persecución para sus respectivas cadenas en Arizona en 2007 chocaron entre sí y sus cuatro ocupantes murieron en el acto. Otro riesgo que preocupa a psicólogos y sociólogos es la cantidad de imágenes violentas que pueden escaparse –y de hecho, lo hacen– en una retransmisión pese a las cautelas de las propias cadenas. En más de una ocasión, millones de televidentes han visto en tiempo real accidentes mortales, atropellos atroces o cómo el delincuente le dispara a la cabeza a un inocente o se la vuela él mismo al verse atrapado.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.