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nueva york. Durante noventa minutos, el martes por la noche (madrugada del miércoles en España), los estadounidenses vivieron el espejismo de una vuelta al pasado de políticas tradicionales, cívicas y ordenadas, en la que los debates presidenciales eran una oportunidad para que los candidatos presentaran ... su agenda y contrastaran sus ideas. El tono elegante de ese duelo oratorio se debió, sobre todo, al senador de Ohio J.D. Vance, quien logró vestir el trumpismo con un velo de coherencia inédito en los nueve años transcurridos desde que Donald Trump irrumpiera en la escena política acusando a los mexicanos de ser «traficantes, violadores y criminales». Su rival, el gobernador de Minnesota, Tim Walz, ya había jugado desde el principio su papel de político campechano, afable y bonachón de la América rural del Medio Oeste, que le ha valido al estado el mote de 'Minnesota Nice'.
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ntrenador de fútbol, Walz dejó intranquilos a muchos por no saber explicar la inconsistencia de haber dicho que había estado en Hong Kong durante las protestas de Tiananmen, cuando en realidad visitó China a final de ese año, el segundo caso que emerge de haberse situado falsamente en el centro de la acción para obtener réditos políticos. «A veces soy un bruto», admitió después de agonizar con la respuesta.
Más inteligente y preparado estaba Vance cuando se le presentó con la anticipada pregunta de por qué ahora apoyaba a un candidato que en el pasado calificó de agente del caos y comparó con Hitler. «Lo he dicho otras veces, me equivoqué. Me dejé llevar por la imagen de él que se estaba dando en los medios», se disculpó sin rodeos, consciente del poder de una disculpa rotunda y sin paliativos. Vance es un millennial que encarna el sueño americano al haber salido de una familia depauperada, erosionada por las drogas y la violencia doméstica, que se las ingenió para estudiar en Yale.
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Caroline Conejero
Precisamente fue la imagen amable y la oratoria brillante y cercana la que le sirvió para abrirse paso en el mundo de las finanzas y los multimillonarios de Silicon Valley, donde hizo carrera de la mano de Peter Thiel, el padrino que lo puso en la mira de Trump. El magnate podría no haber estado muy contento ayer, porque su delfín no había pasado la prueba de lealtad que exige: negar rotundamente que perdiese las elecciones en 2020.
Aun así, para ser coherente con el personaje que interpretó durante todo el debate, quedó en evidencia al eludir la respuesta argumentando que ya no mira al pasado, sino «al futuro». Tampoco respondió nunca a la pregunta de si aceptaría los resultados electorales del 5 de noviembre en caso de serles contrarios, «una no respuesta incriminatoria de por sí», se encargó de señalar Walz en su momento triunfante del debate. «América, aquí tenéis una clara opción para estas elecciones, entre quién va a honrar la democracia y quién va a honrar a Donald Trump», lapidó el gobernador de Minnesota, en la última frase del debate antes del minuto de oro.
Hasta ese momento, Vance se las había ingeniado para vender una normalización de su jefe, en la que reeditaba la historia asegurando que salvó la reforma sanitaria de Obama y entregó el poder «pacíficamente», una frase que provocó carcajadas en los círculos ajenos al movimiento 'Make America Great Again' (MAGA).
Para muchos, Vance es más peligroso que el propio Trump. A sus 40 años podría convertirse en el heredero del movimiento de masas que ha creado, con esa capacidad para arengarlo con teorías conspiratorias, como la de los inmigrantes «ilegales» de Springfield, Ohio, que se están comiendo las mascotas de sus vecinos, pese a que no solo no haya un ápice de verdad en ello, sino que los haitianos de esa comunidad son asilados legales que han recibido un estatus migratorio especial. A la vez, Vance es capaz de presentarse delante de la audiencia como alguien refinado y moderado, lejos de los exabruptos públicos de su jefe y, como ideólogo de la nueva derecha, tiene una agenda más radical que el pragmatismo de Trump.
A los republicanos que, aun así, se mantienen fieles al partido, no les terminó de convencer el aire rural del gobernador de Minnesota, quién citó a su estado una treintena de veces y trató de poner sus políticas en ese contexto de la América Profunda. El nerviosismo que mostró en la primera parte y su incapacidad para explicar las batallitas generaron desconfianza entre quienes ya lo ven como demasiado liberal y no se creen su imagen. Sin embargo, hizo un buen papel justificando las políticas de Kamala Harris sobre el aborto y el control de armas.
Al final, lo único en lo que coincidían todos los analistas es que el debate entre vicepresidentes es irrelevante para decidir las elecciones, porque el único papel que le atribuye la Constitución a esa figura es la de sustituir al presidente en caso de que éste quede incapacitado, algo que ha sucedido nueve veces en la historia.
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