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Sesenta años después del asesinato que conmocionó al mundo, la figura de John Fitzgerald Kennedy, tiroteado el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, cautiva todavía al público. El presidente más joven en la historia de EE UU proyectó como nunca antes las aspiraciones de ... toda una generación, que quedaron violentamente truncadas. Su muerte dio comienzo a una era de oscurantismo y violencia política en el país y supuso el nacimiento de la mitología alrededor de JFK.
El asesinato de Kennedy se desarrolló ante miles de personas con cámaras de fotos y de ocho milímetros que grabaron el momento en tiempo real desde docenas de ángulos distintos. La evidencia más importante es la cinta casera del modista Abraham Zapruder, que fue adquirida pocas horas después del suceso por la revista 'Life'. La grabación captura el instante, a las 12.30 horas, en el que una bala de rifle impacta en la cabeza del presidente. Es entonces cuando nacen los dos relatos sobre lo ocurrido, simultáneos y divergentes, el oficial y el público, que convergen en un mismo punto sin solución: el por qué de la tragedia.
Las conclusiones de la Comisión Warren conforman la versión oficial de la «bala única» mortal y del tirador solitario (Lee Harvey Oswald, de 24 años). Pero un conjunto de investigaciones privadas lanza la teoría de una trama de múltiples autores bajo los auspicios de una extensa conspiración secreta que involucra a múltiples agencias de seguridad nacional. El relato sigue evolucionando con el paso del tiempo a medida que nueva información revela valiosos detalles.
En un libro publicado el mes pasado, 'El último testigo', un integrante del servicio secreto de Kennedy rompe su silencio después de seis décadas. Paul Landis, exagente asignado a la primera dama, Jacqueline, confiesa a sus 88 años –tras sufrir depresión y síndrome postraumático– que encontró una bala en la limusina del presidente al llegar al Hospital Parkland Memorial de Dallas. Sin decir nada a nadie la depositó en la camilla junto al cuerpo del mandatario para que no se perdiera. Una pieza más que contradice la versión oficial.
Con ocasión del 60 aniversario del asesinato dos estrenos de televisión aportan una visión más íntima de los acontecimientos. La serie 'JFK: un día en América' reúne a un grupo de testigos que cuenta su experiencia durante la trágica jornada. El documental 'JFK: lo que vieron los médicos' traslada al público a una reunión de siete miembros del equipo de traumatología del Hospital Parkland Memorial que atendieron al presidente antes de morir. La cinta pone en duda las conclusiones de las investigaciones gubernamentales basadas en la teoría de un único tirador.
Los relatos invitan a revisar el fatídico día de la visita de Kennedy y su esposa a Texas, donde el demócrata había ganado por sólo un 2% en las elecciones de 1960. La Casa Blanca se había esforzado en los preparativos de la cita con el fin de cortejar a los votantes de un estado clave pero sin gran afinidad con las políticas del presidente que, en menos de tres años, se había acercado a los líderes de los derechos civiles y ordenado la salida de tropas de Vietnam, desconfiaba de la CIA y había sobrevivido a la crisis de los misiles en Cuba. El viaje suponía asimismo el regreso a la vida pública de Jackie tras meses de ausencia a raíz de la muerte de su hijo Patrick a los dos días de nacer.
La pareja presidencial aterrizó en Texas la tarde del jueves 21 de noviembre, una jornada que se dividió entre San Antonio y Houston, para lo que la primera dama había practicado su español. El día siguiente, cuando se produjo el asesinato, comenzó con la asistencia del mandatario a un desayuno en Fort Worth que congregó a más de 2.000 personas, bastante decepcionadas al descubrir que Jackie no acompañaba a su marido. Una llamada del equipo de Kennedy al hotel y, poco después, la esposa aparecía vestida de Chanel. Los presentes aplaudieron en pie.
La sensación era de triunfo y felicidad, «casi mágica», dijo Clint Hill, uno de los dos agentes asignados a la primera dama. Pero en el servicio secreto había cierta «inquietud», tenía órdenes de mantenerse en alerta en Dallas, conocida como la ciudad del odio. El propio jefe de la Policía local había pedido a los ciudadanos que se comportaran y mostraran respeto al mandatario durante su visita, que en algunos puntos del trayecto incluía manifestantes con banderas confederadas.
Hacia las 11.30 la limusina presidencial, que Kennedy había insistido en que fuera descapotable para saludar al público, partió hacia Dallas con la pareja presidencial acompañada del gobernador de Texas, John Connally, y su esposa, seguidos de una larga comitiva. Una hora después les golpeó la tragedia. Las imágenes se suceden en segundos. Jackie aterrorizada sobre la parte posterior del vehículo gritando «¡le han volado la cabeza!». El agente Hill subido al maletero para protegerla. Ella cubierta de sangre aferrada al cuerpo de su marido con la cabeza sobre su regazo.
El equipo médico intentó salvar la vida de Kennedy en un quirófano inundado de agentes de seguridad, policías y cargos públicos confinados en una extraña escena de conmoción, paranoia y confusión. A las 13.00 todo había terminado. El periodista Walter Cronkite daba la noticia por televisión en CBS a los estadounidenses, mientras miles se congregaban en las calles para llorar la muerte del presidente.
En el avión a Washington, Jackie rehusó cambiarse de ropa para asistir a la jura del cargo de Lyndon Johnson como nuevo presidente. «Que vean lo que han hecho», zanjó. Una semana después contó a una amiga que creía que su marido había sido víctima de una «conspiración doméstica». Para entonces, Lee Harvey Oswald había sido asesinado a tiros, un acto que no sólo impidió conocer la verdad, sino que reivindicó también la sed de venganza de muchos.
La viuda del mandatario, consumida por el dolor y la rabia, se encargó de diseñar un funeral de Estado, que culminó en una larga procesión hasta la catedral de San Mateo con un despliegue de pompa militar junto al féretro y a la familia, seguida por más de noventa líderes internacionales, miembros de la realeza, figuras políticas de EE UU y el sucesor de Kennedy. Todos fueron eclipsados por la monumental dignidad del luto de Jackie. La foto del pequeño John, de 3 años, saludando a su padre por última vez a los pies del templo reflejaba la desolación de todo un país que había quedado también huérfano.
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