Secciones
Servicios
Destacamos
Una mala noche la tiene cualquiera. El propio Barack Obama se lo decía así a quienes le llamaban horrorizados tras la desastrosa actuación del presidente, Joe Biden, en el debate contra Donald Trump del 27 de junio. Ese mismo fin de semana, reunido con su ... familia en la residencia de Camp David, el clan de los Biden reconfortó al patriarca y le animó a seguir en la contienda sin desanimarse. En las tres semanas siguientes, hasta que ayer tiró la toalla, su esposa y sus hijos han alentado al mandatario de 81 años a que se mantuviera firme en la decisión de dar la batalla contra viento y marea. Pero se volvió insostenible.
Las voces que pedían su retirada de la campaña electoral por considerar que había perdido la forma física y cognitiva para seguir gobernando cuatro años más surgieron inmediatamente después del debate y se multiplicaron en un sangrante goteo de cartas y declaraciones desde el 2 de julio, cuando el congresista demócrata de Texas Lloyd Doggett tiró la primera piedra. «A diferencia de Trump, el primer compromiso del presidente Biden siempre ha sido con nuestro país, no consigo mismo. Espero que tome la dolorosa y difícil decisión de retirarse. Respetuosamente le pido que lo haga», se atrevió a escribir públicamente.
La respuesta del presidente le llegó al término del puente del 4 de julio, con una entrevista que dio a George Stephanopoulos en la cadena ABC. En ella se disculpaba por no haber seguido sus instintos preparándose bien, y negando que los balbuceos fueran signos de la edad o cualquier enfermedad cognitiva. «Simplemente tuve una mala noche. No sé por qué. Estaba exhausto». Desafiante, reiteró que nadie estaba más cualificado que él para vencer a Donald Trump. Solo veía una posibilidad para retirarse: «Si el señor todopoderoso sale a decírmelo», remató. Y si su decisión de no tirar la toalla traía de vuelta a Trump a la Casa Blanca, no tendría remordimientos porque «mientras lo haya dado todo y hecho el mejor trabajo posible, estará bien». El congresista demócrata Adam Schiff se quedó aún más preocupado: «Si no se trata de darlo todo, sino de tomar la decisión de pasar el testigo», añadió.
En los siguientes días la lista de prominentes legisladores demócratas creció hasta 42 diputados y empezó a sumar senadores. Algunos prefirieron enviarle cartas privadas que luego se filtraban, para malestar del presidente, que se sentía traicionado y ya no sabía en quién confiar. Dejó de coger el teléfono y redobló sus esfuerzos en la campaña, multiplicando los mítines y entrevistas que antes dosificaba.
Noticias relacionadas
Mercedes Gallego
La propia Nancy Pelosi, de 84 años, que por haber servido ocho años como portavoz del Congreso sigue siendo el peso moral del partido, le urgió públicamente a que tomase una decisión, que él ya había tomado, la de seguir compitiendo. «Creo que es legítimo preguntarse por la salud del presidente», defendía Pelosi.
Biden contaba con la cumbre de la OTAN para restaurar su estatura, demostrar el aguante que podía tener a los 81 años, y aclarar las dudas en una larga conferencia de prensa, en la que su estado de salud desplazó a los temas propios del a OTAN. No funcionó. Incluso se equivocó al presentar al presidente Zelenski como Putin.
El momento crítico llegó el fin de semana pasado, cuando el líder del Senado, Chuck Schumer, y el de la Cámara Baja, Hakeem Jeffries, se presentaron en la Casa Blanca para hacerle saber que los legisladores de su partido querían que renunciase a la candidatura por temor a que perdiera las elecciones frente a Trump. Durante la reunión de 35 minutos, Scumer, que ve peligrar la exigua mayoría de su partido en el Senado en las próximas elecciones arrastrada por la derrota del candidato presidencial, urgió al presidente a reconsiderar su decisión en base a tres cosas: los riesgos para su legado que traería una victoria de Trump, el futuro del país y el impacto que tendría en el Congreso, contó después el diario The Washington Post. «Necesito otra semana», respondió el mandatario.
Esa tarde un joven de 20 años que había estado considerando diferentes objetivos de alto perfil político para un tiroteo acudió a un mítin de Trump a 45 minutos de su casa y disparó ocho balas antes de ser abatido. Una de ellas iba directa a la cabeza, pero se quedó en un rasguño en la oreja gracias a que justo en ese instante el candidato giró la cabeza para señalar a un gráfico. La conmoción que causó disparó el perfil de Trump, obligó a los demócratas a retirar sus ataques en televisión y distrajo temporalmente la atención. Para el miércoles, pasada esa pausa, todo indicaba que el presidente seguía atrincherado en su candidatura, decidido a morir con las botas puestas si era necesario.
Una encuesta de AP revelaba entonces que el 65% de los demócratas favorecía su retirada, pero la única encuesta que al mandatario decía importarle era una que no existe: «La que demuestre que no puedo ganar en noviembre«, dijo al finalizar la cumbre de la OTAN. Esos números le llegaban en privado, pero el ultimátum de Schumer y Jeffreies se filtró a la opinión pública a través de la cadena ABC para darle otra vuelta de tuerca.
Mientras visitaba en Las Vegas el restaurante mexicano «Lindo Michoacán« para ganarse el voto hispano, se supo que estados sólidamente demócratas como New Jersey y Colorado empiezan a caer en el marcador de su rival. Sonaba por los altavoces Juan Luis Guerra cantando Burbujas de Amor. Todo el mundo quería hacerse selfies con el presidente, que empezaba a sudar profusamente. Y no solo por los 44º de temperatura. El covid le había echado la zarpa por tercera vez, mientras que su rival presumía de protección divina al haber salido prácticamente ileso del atentado con el puño en alto y estar celebrando en ese momento una convención redonda para unificar al partido. En contraste los demócratas parecían más divididos y perdidos que nunca.
Biden fue trasladado a su casa de la playa en Delaware, donde se aisló con su esposa, el consejero de ésta, Anthony Bernal, su propio consejero Steve Ricchetti, y la jefa de gabinete adjunta, Annie Tomassini. Pese a ser un círculo tan cerrado, las filtraciones continuaban. Se sabía que el clan de los Biden estaba enfurecido por lo que consideraba una falta de respeto a la figura del mandatario y al medio siglo de servicio que había dicho como senador, vicepresidente y ahora presidente.
El motor de Biden para darles la lucha era el resentimiento con su predecesor, Barack Obama, que en su opinión prefirió pasarle el testigo a Hillary Clinton. El que esta vez no hubiese parado la devastadora carta en la que George Clooney pedía su retirada por el deterioro físico y cognitivo que mostraba, le parecía una nueva traición. Como la de Pelosi, una amiga a la que acusa de mover tras bambalinas los hilos para forzar su retirada.
El covid hacía estragos. El resentimiento también. Aislado en su búnker, los sondeos de opinión que le mostraban sus asesores empezaban hacer efecto. Mientras su campaña redoblaba el mensaje de que no se retiraba, el mandatario comenzaba a asumir que su carrera hacia adelante llegaba a su fin. Todavía el viernes por la noche Ron Klein, que fuera su primer jefe de gabinete, le llamo para transmitirle palabras de apoyo de varios senadores como Elizabeth Warren y Bernie Sanders, de 75 y 82 años respectivamente. «Quédate» le pidió, según The New York Times. «Esa es mi intención. Es lo que estoy haciendo», respondió el presidente.
Su campaña acababa de mantener una llamada con los donantes, que en lugar de recibir un adelanto de su decisión se encontraron con un análisis anodino sobre los avances y actos planificados para la semana siguiente.
El sábado, sin embargo, a medida que el tratamiento de paxlovid hacía efecto para aliviar los síntomas de COVID, el mandatario llamo a dos de sus más antiguos asesores y les conminó a visitarle en su casa de Delaware para comunicarles la decisión, que el domingo al filo de las 14:00 h de la tarde haría pública en un tweet.
Durante esas últimas horas mantuvo en secreto la decisión. Los tres trabajaron, a distancia de seguridad, hasta bien avanzada la madrugada para redactar las cartas más importantes de su presidencia. La primera en saberlo sería al día siguiente la vicepresidenta Kamala Harris, a la que había decidido pasar el testigo de la candidatura, teniendo en cuenta que es la única que puede heredar los 96 millones de dólares donados a la campaña Biden/ Harris. Al personal más cercano mo se lo comunicarían hasta la 1:45 del domingo, incluyendo a su jefa de comunicaciones estratégicas, Anita Dunn, que había estado esa semana encerrada con él en su casa de Delaware. Un minuto después apareció el tweet por el que anunciaba su retirada, seguido de otro en el que lanzaba su apoyo por Harris, que podría ser la primera mujer presidenta de Estados Unidos.
Hubo lágrimas de tristeza y de rabia en la Casa Blanca y en la sede de la campaña, algunos aliviados por la resolución de esta agonía y otros resentidos por haber sido mantenidos en la oscuridad y conminados a seguir defendiendo, contra viento y marea, que permanecería en la batalla cuando en realidad ya había tomado la decisión de retirarse. «Me entristece mucho, el presidente era nuestro mejor candidato», dijo Klein al New York Times. «Es muy triste que haya funcionado todo este esfuerzo para expulsarle de la candidatura, pero es hora de unir al partido y apoyar a la vicepresidenta Harris como nuestra siguiente mejor candidata», se conformó. Biden, aún afónico por el covid, pasó el resto de la tarde confirmando a las figuras de su partido y los donantes de que lo que leían en las redes no era un bulo, sino la nueva realidad con la que todos tendrán que vivir.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Carnero a Puente: «Antes atascaba Valladolid y ahora retrasa trenes y pierde vuelos»
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.