Kamala Harris: «No estoy enfadada con los ricos, pero deben pagar su cuota justa»

Para su segunda entrevista sentada frente a las cámaras de televisión, la candidata demócrata, Kamala Harris, eligió a una presentadora amistosa, que le lanzó preguntas anticipables y hasta se le unió en atacar a su rival, Donald Trump. Lo hizo en una ciudad que puede decidir las elecciones, Pittsburgh (Pensilvania), donde poco antes acababa de definirse como una «capitalista» que cree «en los mercados libres y justos».

Se trataba de su segundo gran discurso económico, pensado para calmar las inquietudes de la clase media de la que promete ser adalid. Cerca del 28 % de los estadounidenses dice en las encuestas querer saber más de la vicepresidenta y de sus planes de gobierno. La cifra no cambió tras el debate con Trump, celebrado también en Pensilvania, ni parece que lo vaya a hacer después de la entrevista emitida anoche por la cadena MSNBC. La cautela parece ser la característica de Harris como candidata, que navega a buen ritmo y no quiere arriesgar una metedura de pata. Gracias a eso su popularidad ha subido 16 puntos desde que heredó la candidatura de Joe Biden en julio, según una encuesta de NBC, y ha reducido la ventaja de Trump en el tema que más importa, la economía, de 12 a 9 puntos. En otras encuestas incluso lo supera.

Mientras este la califica de «marxista radical» por querer controlar la especulación de los productos básicos, ella asegura que las guerras de aranceles del magnate dispararán la inflación, que este año se ha reducido al 2.5 %. Los aranceles que Trump amenaza con imponer a los productos chinos y a los coches que se fabriquen en México se trasladarán directamente al consumidor, anticipa. Más que explicar su plan, del que es parca en detalles, Harris intenta desmontar los de su rival, alguien que en el debate confesó con desparpajo no tener más que «ideas conceptuales» de lo que hará con la sanidad una vez que elimine la reforma sanitaria de Obama.

«Voy a hacer que la economía funcione para la clase media», prometió ayer Harris. «Trump quiere que funcione para los millonarios que construyen rascacielos, no para los obreros que ponen el cemento, tiran los cables o limpian los suelos», dijo ante el Economic Club de Pittsburgh. «No estoy enfadada con nadie por ser rico, pero deberían pagar su cuota justa», matizó después durante la entrevista.

La candidata, que se declara amiga de los sindicatos y de la clase media, quiere subir los impuestos corporativos del actual 21% al 28 %, con lo que sufragar sus programas de «oportunidades« para que la clase media salga adelante, porque «no todo el mundo nace con cuchara de plata«, dijo en referencia a la fortuna que heredó Trump de su padre. Deducciones fiscales de 6.000 dólares por hijo para las parejas en su primer año de haber procreado, de 25.000 para la primera vivienda y de cien mil millones a lo largo de una década para la industria manufacturera local, como la del acero en Pittsburgh.

Ninguna de esas cantidades resolverá los bolsillos quejosos de quienes no llegan a final de mes, pero la vicepresidenta asegura tenerles en mente. «No podemos conformarnos con llegar al pleno empleo, eso deberíamos darlo por hecho. Creemos una economía en la que cualquiera que la gente pueda comprarse una casa, abrir un negocio o darse unas buenas vacaciones de vez en cuando», propuso.

La economía es la principal preocupación de los estadounidenses a la hora de votar en estas elecciones, por encima de la inmigración, la sanidad o el aborto. Con todo, Harris no supo responder a por qué los votantes siguen confiando más en Trump para este asunto clave, ni cómo sacaría ella adelante estos planes si su partido perdiese el Senado. Una posibilidad cada vez mayor, pese a la buena marcha de su campaña.

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