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Para tratarse de algo secreto, los pasos del gran jurado que estudia la posible imputación de Donald Trump son muy públicos. Este miércoles reinaba la calma a las afueras del Tribunal Penal de Manhattan, donde tenía que reunirse. La sesión se había cancelado y no ... se sabe si la deliberación se reanudará esta semana -este jueves- o se aplazará, como pronto, al próximo lunes, lo que multiplica el suspense en torno al futuro del expresidente y la inminencia de una acusación tantas veces anunciada desde el viernes pasado. «Todos tenemos que ser muy conscientes de que puede no producirse nunca», advirtió con preocupación la veterana periodista Andrea Mitchell en la cadena MSNBC. Si la prensa estaba decepcionada, los manifestantes, desconcertados, y la Policía activada para calmar las revueltas, aburrida.
Trump parece divertirse con la situación. El pasado sábado, a las 7.30 horas, arengó a sus seguidores con el mensaje «Protestad, protestad, protestad» por su arresto inminente que, dijo, llegaría el martes, y después se fue a jugar al golf. Detrás quedaron sus asesores y abogados para explicar a los medios que el magnate no tenía ninguna información sobre su presunta detención. La única pista procedía de la oportunidad de testificar en su favor que le había dado el gran jurado, lo que según los expertos jurídicos suele ocurrir antes de la imputación. Pero el gran jurado sigue a la espera de nuevos testigos.
Al menos 16 de los 23 ciudadanos elegidos aleatoriamente para evaluar las pruebas y testimonios tienen que estar presentes en la votación final, donde sólo se aprobarán cargos si los respaldan una docena de ellos como mínimo. Según la prensa, se reúnen lunes, miércoles y jueves. El resultado de la votación se llevará a cabo en una habitación cerrada y sin ventanas y se entregará sellado a la oficina del fiscal, que deberá decidir si acepta su opinión para presentar cargos. En tal caso deberá comunicárselo a la defensa y negociar la posible entrega. La toma de huellas dactilares podría producirse fuera de los juzgados, salvo que el expresidente prefiera el circo de Center Street, junto al puente de Brooklyn.
En Mar a Lago, su residencia, Trump está dispuesto a no dar ningún signo de debilidad. Esta semana las cámaras le han fotografiado en su carrito de golf y los invitados de su club le han visto haciendo de Dj en las fiestas. Cuentan que cada vez que entra en la suntuosa terraza de la mansión, convertida en un club privado por el que cada uno de sus miembros paga un mínimo de 200.000 dólares al año, estos le aplauden y se ponen en pie para la ovación. «No os equivoquéis, vienen a por vosotros, yo sólo me interpongo», ha dicho a sus seguidores. El expresidente quiere utilizar la ocasión para subir su perfil y convertirse en un nuevo héroe. Según fuentes del 'New York Times', habría contado a sus conocidos que sueña despierto con el momento en que sea arrestado y se pregunta si debe sonreír a las cámaras o cómo reaccionará el público a lo que cree será «una experiencia divertida».
El rotativo advierte de que no se sabe si lo dice por convicción o bravuconería, pero todo indica que se quedará con las ganas. «No habrá esposas a no ser que las traiga él», ha vaticinado el excomisionado de la Policía de Nueva York, Bill Bratton, a la cadena MSNBC. Su detención no sería la primera de un expresidente de EE UU porque, ya en 1872, Ulysses Grant fue arrestado en la calle por acelerar los caballos de su carruaje y arrollar a una madre y su hijo, causándoles a ambos heridas graves.
«Iba tan rápido que le llevó toda una manzana frenar a los caballos», contó entonces el policía que detuvo a Grant. «Se le ordenó al presidente de Estados Unidos entregar 20 dólares como fianza. El juicio se llevó a cabo al día siguiente. 32 damas del carácter más refinado testificaron voluntariamente en el tribunal contra los conductores. Los casos fueron disputados amargamente. El juez impuso pesadas multas y reprendió mordazmente a los conductores, sin incluir al presidente».
Algo así podría ocurrirle ahora a Trump, que probablemente no acabe en prisión por este delito ni aunque el fiscal Alvin Bragg presente cargos y conduzca con éxito el juicio. Pagar a la actriz porno Stormy Daniels (130.000 dólares) por su silencio no es delito en Nueva York, sólo esconderlo de la contabilidad. Al expresidente le gusta controlar los acontecimientos y manipularlos en su beneficio. Se crece con la atención de las cámaras y, al forzar al Partido Republicano a salir en su defensa, ha demostrado esta semana que, como agente del caos, siempre saca partido a río revuelto.
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