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Miércoles, 15 de julio 2020, 23:23
Jeff Sessions estaba convencido de que Donald Trump era el hombre que el Partido Republicano necesitaba para ganarse el voto de los trabajadores del cinturón industrial de Estados Unidos. Por eso fue el primer senador que apoyó al magnate en su campaña presidencial de 2016. « ... Trump es el futuro del Partido Republicano», dijo entonces a este periódico. Tenía razón, el magnate ganó contra todo pronóstico Estados como Michigan y Pensilvania, pero Sessions falló en calibrar su lado oscuro.
«Los votantes quieren a alguien que cambie las cosas y Hillary Clinton es más de lo mismo, solo buenas palabras», dijo entonces. Esos mismos votantes enterraron el martes su carrera política siguiendo el llamado de Trump. El senador de Alabama renunció a su asiento en 2016 para ser el primer fiscal general del nuevo presidente.
Pero en ese cargo descubrió que era imposible mantener la ética y servir a Trump, por lo que tras soportar muchas humillaciones públicas acabó despedido. El mandatario nunca le perdonó que se apartarse de la investigación de la trama rusa por conflicto de intereses y aceptase nombrar a Robert Mueller como fiscal especial. Esa investigación sirvió de base para el 'impeachment' y fue la gran pesadilla de su mandato.
Cuando Sessions intentó recuperar el cargo legislativo de su Estado natal, que ha mantenido durante 20 años seguidos, Trump apoyó a un entrenador de fútbol americano que, como él, «habla claro» y, además, le profesa lealtad. Otro discípulo con el que mata dos pájaros de un tiro: se venga de Sessions y se asegura de tener a otro leal en el Senado.
«Os puedo decir que llegué a conocer a Sessions muy bien», dijo el presidente el lunes -justo antes de que se abrieran las urnas- a los seguidores de Tommy Tuberville. «Cometí el error de meterle como fiscal general. Tuvo su oportunidad y la cagó».
Sin citarlo, porque Trump es mejor ganador que perdedor, este miércoles celebró en Twitter la victoria de Tuberville. La última humillación para Sessions es que su derrota fue indiscutible y se declaró al poco de terminar la votación. Atrás quedaba la leyenda de un histórico del Partido Republicano que se consideraba intocable en Alabama.
Consciente del poder del presidente, Sessions aceptó sin replicar todos los insultos mientras Trump intentaba ahorrarse el escándalo de despedirlo forzándole a dimitir. Tampoco le criticó cuando por fin le apartó del cargo tras las legislativas de noviembre de 2018. Al contrario, durante la campaña decía que él era el verdadero candidato pro-Trump, artífice de implementar sus políticas migratorias y comerciales, pero las bases del presidente tienen claro quién es su líder y siguen sus directrices con los ojos cerrados.
Roma no paga traidores. El viernes Trump conmutó la pena de su amigo y asesor Roger Stone que mantuvo la boca cerrada e incluso mintió al Congreso bajo juramento durante la investigación de la trama rusa. Este miércoles tocaba enterrar al colaborador que quiso mantener la ética en esa batalla.
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