Donald Trump entró ayer triunfante con el puño en alto a los tribunales del Bajo Manhattan donde se enfrenta por primera vez en su vida a un juicio penal. Su lema en el mundo de tiburones en el que ha crecido es no dar nunca ... ninguna señal de debilidad.
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Dentro, sentado en el banquillo de los acusados, su actitud era muy distinta. Reclinado sobre la silla mientras el juez Juan Merchán leía las instrucciones a los 12 miembros del jurado y 6 suplentes, o inclinado sobre el pupitre con el ceño fruncido mientras la fiscalía presentaba el caso por el que se le acusa de 34 delitos de fraude contable. Algo que habitualmente se juzga como una falta leve, pero que en el caso de Trump el fiscal Alvin Bragg lo ha elevado a delito grave por considerar que trataba de esconder un delito mayor.
«Este caso trata de una conspiración criminal», entonó con dramatismo el fiscal Matthew Colangelo al presentar los argumentos orales. «El acusado, Donald Trump, orquestó un plan para corromper las elecciones de 2016. Luego encubrió ese plan mintiendo repetidamente en sus registros de negocios de Nueva York, una y otra vez».
El primer testigo presentado ayer se encargó de explicar cómo lo hizo. Es el exconsejero delegado del grupo de tabloides AMI, David Peckard, un viejo amigo de Trump que en agosto de 2014 se sentó con el magnate para hacer un acuerdo de cuatro puntos: ser «los ojos y oídos » de su campaña, publicar cosas positivas sobre él, atacar a sus oponentes y «cazar y matar » cualquier noticia que pudiera perjudicarle.
El ejecutivo de 72 años de cabellera plateada que entró en la sala por una puerta trasera saludó a Trump con normalidad, como si todavía fueran viejos amigos, pero en realidad dicen que no se hablan. Aquel acuerdo de una relación simbiótica que favorecía a los dos le creó problemas con la justicia y decidió colaborar con ella en contra del e presidente.
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La práctica de pagar por noticias sensacionalistas que disparan la tirada es habitual entre tabloides como el National Enquirer, propiedad en su día de American Media Inc, pero no para silenciarlas. Pecker explicó que tenía supervisión directa sobre cualquier oferta de sus directivos que sobrepasara los 10.000 dólares. El pago de 130.000 que le hizo a la actriz de cine porno Stormy Daniels era muy superior a los estándares de su empresa, por eso le encargó a su director, Dylan Howard, que contactase con el abogado de Trump, Michael Cohen.
Faltaban menos de dos semanas para las elecciones de 2016. La cinta de Access Hollywood en la que el magnate, ajeno a un micrófono abierto, presumía de meterle mano por los genitales a cualquier mujer que le gustase, solo por ser rico y famoso, había sido muy dañina y la historia de Stormy Daniels sobre un romance mientras su esposa Melania estaba embarazada hubiera puesto aún más en cuestión su carácter. «Miren, ningún político quiere mala prensa, pero las pruebas de este juicio demostrarán que esto no fue una estrategia de comunicación para darle la vuelta, sino una conspiración planeada, coordinada y de larga duración para influir en las elecciones de 2016, ayudando a que Donald Trump fuese elegido a través de gastos ilegales para silenciar a las personas que tuvieran algo negativo que decir sobre su comportamiento», sostuvo Colangelo.
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Una de estas pruebas es que, a pesar de ser «un hombre de negocios muy frugal, que cree en ahorrarse cada céntimo y negociar cada factura», Trump pagó a Cohen 420.000 dólares en lugar de reembolsarle los 130.000 que pagó para comprar el silencio de la actriz porno. Le añadió 50.000 por «servicios técnicos» y le dobló la suma para que compensara lo que tuviera que abonar de impuestos. «Con Cohen, Trump no escatimó dinero». Uno de los momentos más esperados del juicio es el momento en el que Cohen, «obsesionado con Trump», según la defensa, se siente a declarar cara a cara con el que fuera su jefe durante décadas, y del que se ha vengado por dejarle solo cuando llegaron los problemas legales.
Al abogado de Trump, Todd Blanche, le tocaba, por un lado, recordar continuamente que fue presidente, y, por el otro, humanizarlo delante del jurado como «un tipo normal», que hizo lo que «cualquier hombre, marido y padre: proteger a su familia de ese tipo de acusaciones salaces».
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Pagar a alguien para comprar su silencio no es ilegal, solo camuflarlo en los libros, especialmente cuando se trata de un candidato electoral. La Fiscalía le acusa de intentar Influir en las elecciones, algo que la defensa no niega. «No hay nada malo en intentar influir en una elección, eso se llama democracia», contraatacó Blanche.
Faltaba solo media hora para el receso del día, más temprano de lo habitual debido a que un suplente del jurado tenía una cita previa con el dentista, cuando Pecker subió al estrado. A la defensa de Trump le tocará interrogarlo este martes, lo que no impidió que el magnate aprovechara su salida de los juzgados para explicar a las cámaras la cantinela que piensa mantener durante todo el juicio: «Este es un caso en el que le pagas a un abogado y lo llamas en los libros un gasto legal, que ni siquiera nos dedujimos. Me han imputado por eso. En realidad, lo hacen porque soy el candidato favorito y le estoy ganando a Biden. Ahora debería estar en Georgia o en Florida haciendo campaña. No he hecho nada malo. Esta es la caza de brujas con la que Biden me saca de la arena electoral».
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