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La histórica moción de censura que el martes destituyó al presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Kevin McCarthy, con los votos de ocho miembros extremistas de su propio partido, no sólo deja en estado de ingobernabilidad al Congreso, sino que supone la continuación ... de la insurrección del 6 de enero por otras vías.
Durante los nueve meses que duró en el cargo, McCarthy colmó de peregrinas concesiones a los siempre insatisfechos extremistas, cuya única agenda parece consistir en llevar al Gobierno estadounidense al colapso, enjuiciar al presidente, Joe Biden, y a su hijo Hunter y atacar desde los espectáculos de drags a las cocinas de gas. Pero no logró apaciguarles y alienó aún más a los demócratas, que podrían haber funcionado como sus aliados y haber ayudado a mantener el control sobre los insubordinados.
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Pero la temeridad del ala dura republicana marcó el cargo del expresidente de la Cámara de Representantes con mociones ridículas y groseras exhibiciones de venganza y odio que, aunque no hayan prosperado, han supuesto una pérdida del tiempo y del dinero de los contribuyentes.
La aprobación de una legislación 'parche' de financiación temporal tras un acuerdo de los demócratas con McCarthy evitó a última hora del sábado el cierre del Gobierno federal y suscitó la furia de los extremistas liderados por el resentido oportunismo de Matt Gaez, quien prometió venganza. La guerra civil dentro de esta formación augura aún más caos en los próximos meses y empuja a la poderosa Cámara de Representantes a un estado de ingobernabilidad, paraliza la agenda legislativa de Biden para 2024 y deja políticamente expuestos a los republicanos en un año electoral. Y todo eso se suma a los problemas que atraviesa el país.
La parálisis de la Cámara, además, pone de nuevo al Gobierno en riesgo de cierre en un plazo de 40 días. También retrasa la ayuda a Ucrania que quedó fuera de la legislación 'parche' y hace peligrar la seguridad nacional ya que, en caso de una emergencia doméstica o internacional, EE UU no podría actuar con rapidez en su propia defensa. Una imagen de caos total ante la nación y el mundo.
Pero el drama republicano sólo acaba de empezar. Con la Cámara suspendida hasta la próxima semana, cuando los legisladores volverán a elegir un nuevo presidente, los candidatos se apresuran a hacerse con el liderazgo republicano. Entre ellos aparecen dos miembros del ala dura que podrían liderar la contienda para suceder a McCarthy: Steve Scalise, de Luisiana, al frente de la mayoría, y Jim Jordan, de Ohio, jefe del poderoso comité judicial.
El congresista Troy Nehls, de Texas, presentó ayer la candidatura del verdadero jefe de los republicanos, Donald Trump, que fue rápidamente avalada por otros. La Constitución de EE UU no impide la elección de un presidente para este órgano sin ser miembro, sino que simplemente omite tal requisito asumiendo que debería formar parte del Congreso.
A falta de un liderazgo republicano nacional capaz de conducir la situación a un territorio de cierta normalidad, es difícil prever en qué acabará la actual situación. Lo que sí parece claro es que la guerra civil en este partido llevará a más canibalismo interno y que su barco irá a la deriva a menos que el exasperado grupo moderado se alce con el apoyo de los demócratas para tomar el control.
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