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Cuando se alude en Canadá a la historieta fabulada del ratón y el elefante se está vinculando a cada uno de estos animales con dos ... países concretos y a la relación de poder entre ellos; Canadá sería el roedor y EE UU el paquidermo. En los vínculos entre ambos países siempre se ha manifestado un claro desequilibrio que se hace más obvio y patente en la consideración de los canadienses como los «tontitos del Norte», ratificada por el complejo de inferioridad que siempre han arrastrado con sus vecinos estadounidenses. Compararse con ellos ha sido, y es, inevitable, pero minusvalorarse cuando poseen un sólido sistema financiero y bancario, que les ha permitido sobrellevar relativamente bien las últimas crisis financieras y económicas; un capital natural importante como manifiestan sus recursos petrolíferos, gasísticos, hidroeléctricos, de carbón y uranio; un estable y robusto Estado de Bienestar sustentado en un capitalismo más eficiente; un reclutamiento selectivo de la inmigración como importante activo económico y social, y, sobre todo, una clara sensibilidad a la realidad multiétnica que se ha convertido en una característica definitoria del país por sus logros respecto a la integración y que ha hecho del mismo una nación tolerante, aunque cuestiones como la relación entre el Canadá anglófono y la provincia de Quebec sigan latentes aún, deja muy claro que Canadá es mucho más que una reserva de tontitos.
Todas estas cuestiones deberían ser el núcleo central (junto con las desigualdades sociales y económicas, el empleo, el cambio climático, el separatismo, las guerras culturales, etc.) de las elecciones anticipadas de este lunes en las que se elegirán a 343 miembros del Parlamento federal. Pero he aquí que previamente a la campaña ha irrumpido en el país norteamericano, como un elefante de verdad intentando acoquinar al ratón, Donald Trump y su nefasta guerra comercial y arancelaria, que en el caso canadiense viola el Acuerdo de libre comercio en el que también está Méjico, y su penosa insistencia en que tiene como claro objetivo incorporar a Canadá como 51º Estado de la Unión. Baladronada o no, sus declaraciones han actuado como revulsivo y la augurada victoria del partido conservador de Pierre Poilievre, tras las críticas y la renuncia de Justin Trudeau, parece que se va al traste a pesar de la impopularidad del gobierno liberal tras tres victorias consecutivas.
El cambio drástico generado por el inquilino de la Casa Blanca puede dar a este partido un cuarto triunfo, liderado ahora por Marc Carney, antiguo dirigente del Banco Central de Canadá en 2008 y del Banco de Inglaterra Reino Unido durante el Brexit. Sólido en su formación económica, su falta de experiencia política la suplirá con su enfrentamiento a las bravuconadas anexionistas de Trump y con su compromiso de reafirmar la identidad canadiense frente a éstas y a la agresividad estadounidense. Gane finalmente Carney o Poilievre, lo único cierto es que Canadá seguirá ejerciendo de potencia blanda, asociada históricamente al mantenimiento de la paz y al derecho internacional, aunque los nuevos tiempos la alineen con el belicismo que recorre el planeta.
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