El 15 de agosto de 2021, la vertiginosa caída de Afganistán en manos de los talibanes se convirtió en el Vietnam de Joe Biden. El aeropuerto de Kabul era el nuevo Saigón, con las mismas estremecedoras imágenes de los aterrorizados colaboracionistas aferrados a los pájaros ... de hierro, cayendo al vacío.
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El índice de aprobación de Biden era hasta ese momento del 53%. Nunca se ha recuperado del colapso que experimentó frente a esas aterradoras imágenes que dieron la vuelta al mundo. El 42% que ha alcanzado esta semana en la encuesta de Reuters/Ipsos, gracias a que la inflación amaina, es la cifra más alta que obtiene desde junio. Y justo en ese momento, los fantasmas de Afganistán han regresado a pasarle factura.
Los ha convocado el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara Baja que preside el tejano Michael McCaul. Bajo el título 'Durante y después de la caída de Kabul', trasladó este miércoles al país a la piel de quienes protagonizaron involuntariamente esa catastrófica retirada. Desde los propios congresistas, veteranos de guerra y civiles que se despertaron inundados de llamadas de auxilio, ilustradas con pasaportes azules de nacionalidad estadounidense, a los militares que enviaron a rescatarles sin que nunca imaginaran la caótica escena que les aguardaba. El drama acabaría con un violento atentado bomba que dejó a 13 de ellos y 170 civiles afganos muertos, además de cientos de heridos. «Ninguno de los que íbamos en ese avión habíamos recibido la preparación para lo que íbamos a encontrarnos», lamentó bajo juramento el especialista Aidan Gunderson. «Fue una retirada desastrosa. Quiero que los estadounidenses sepan la verdad, que la organización falló en múltiples niveles».
El cordón del aeropuerto Hamid Karzai era una marabunta de manos suplicando ayuda. Pasaportes azules al aire y padres que les tendían a sus hijos. Y mientras… «Nos preguntábamos qué iba a pasar si nos quedábamos sin agua o sin comida. Nadie lo sabía. No había ningún plan», contó el sargento Tyler Vargas-Andrews, que resultó seriamente herido en el atentado con el que se selló con sangre la caótica retirada. El costo personal para él fue la pérdida de múltiples órganos, un brazo y una pierna, tras sufrir 44 operaciones. «Desperté seis días después. Todo lo que podía hacer era mover la cabeza y pronunciar algunas palabras. El equipo médico me dijo que no entendía cómo había sobrevivido», contó el veterano de 23 años.
Su testimonio fue uno de los más emotivos, en una audiencia sobrecogedora en la que por primera vez republicanos y demócratas parecían haber olvidado sus diferencias a la hora de culpar a la Casa Blanca de lo que ocurrió. «Vosotros hicisteis vuestro trabajo, nunca os confundáis. El fallo fue de vuestros líderes, no vuestro», les dijo el congresista demócrata de Colorado Jason Crow, un veterano de Irak y Afganistán que dirigió el primer 'impeachment' de Donald Trump.
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Solo el congresista de Nueva York Gregory Meeks, el demócrata de mayor rango en el comité, se sintió obligado a defender a Joe Biden al recordar que la investigación del atentado concluyó que no había manera de haberlo prevenido. «El presidente hizo lo correcto al ordenar la retirada. No podíamos, en conciencia, mandar más hombres a morir en esa guerra», le disculpó.
En ausencia de un gobierno que organizase coherentemente la retirada, los excombatientes y civiles se encontraron organizando operaciones de rescate como las que lideró el grupo Task Force Pineapple, que fundase Scott Mann, un ex boina verde que acabó evacuando a unas mil personas de Afganistán. El primer vuelo organizado para rescatar a una mujer con pasaporte estadounidense y sus hijos fue autorizado por el Departamento de Estado pero abortado por el mismo órgano cuando se encontraba en el aire a punto de aterrizar en Kabul. Sus ocupantes tuvieron que desplazarse a Tayikistán y emprender una peligrosa incursión a pie para completar el rescate.
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Los congresistas que interrogaban este miércoles a estos testigos compartían sus mismas frustraciones. A ellos recurrían quienes intentaban salvar a algún pariente o conocido en Afganistán, pero el Departamento de Estado estaba tan abrumado que no daba abasto para procesar las peticiones. Algunos tenían éxito, y con ese salvoconducto y muchos esfuerzos para recorrer el peligroso camino de Kabul hasta el aeropuerto que controlaban los talibanes, sus protegidos lograban pasar el cordón hasta la sala de espera dónde les aguardaban los vuelos de la libertad. «Le llamábamos la lista de Schindler», contó McCaul. «Si estabas en ella, vivías. Si no estabas, no», contó el presidente del comité de Asuntos Exteriores.
Así fue cómo sus oficinas se convirtieron en lo que describió como «mini Departamentos de Estado», en ausencia del que desapareció engullido por el caos de una retirada que nunca se planificó. «Lo último que podía esperar es que nuestro Departamento de Estado abandonase la Embajada y se la entregase en bandeja a los talibanes, con todos los documentos de quienes habían colaborado con nosotros a lo largo de 20 años para ponerlos en la lista de matar», contó el congresista de Florida Mike Waltz, otro ex combatiente condecorado y antiguo asesor del Pentágono.
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Ni siquiera los que escaparon con vida gracias a la intervención de muchos samaritanos están a salvo. Más de año y medio después, solo uno de los que logró evacuar tiene asilo, contó el congresista Greg Stanton, que el año pasado introdujo en la Cámara una propuesta de ley bipartidista para otorgar estatus migratorio permanente aquellos que escaparon de Afganistán, tras apoyar la misión estadounidense a lo largo de 20 años. «Me siento profundamente frustrado por la incertidumbre de su futuro, después de haber trabajado codo con codo con nosotros. Es un fracaso moral», lapidó.
Hay casos aún peores. Waltz contó que gracias a la lista que dejó atrás la Embajada, los talibanes fueron a por los familiares de uno de los evacuados. «A su primo lo sacaron de su casa, lo ataron a una furgoneta ranchera y lo arrastraron por todo el pueblo antes de matarlo para que sirviera de escarnio a todos los que hayan pensado alguna vez en colaborar con nosotros. A su hermano lo mataron a palos».
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Pese a los titánicos esfuerzos, el presidente del comité estima que más de un millar de ciudadanos estadounidenses y 200.000 «aliados afganos» quedaron atrás. «¿Creéis que esta guerra se ha acabado?», preguntó Waltz. «Esta misma mañana a las 9:23 am recibí otra llamada desesperada».
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