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Por cada gran tragedia hay alguien que salva la vida milagrosamente, ya sea el ejecutivo de Wall Street que el 11-S llegaba tarde a las Torres Gemelas por llevar a su hija al colegio, o el obrero al que se le cerraron las puertas ... del metro en la cara antes de los atentados de Atocha. Cherryl Orange es una de esas afortunadas salvadas por la campana.
El pasado viernes 3 de marzo no pudo cruzar la frontera de Texas con México para acompañar a sus amigos porque no tenía encima ninguna identificación oficial. Tampoco le importaba mucho, iba a ser un trayecto de 15 minutos entre el motel de Brownsville y la clínica de Matamoros en la que su amiga Latvia Washington McGee iba a tener un procedimiento quirúrgico para reducirse los glúteos y el abdomen, el segundo en dos años. Los tres amigos que las habían acompañado desde Carolina del Sur hasta la frontera le aseguraron que volverían enseguida nada más dejarla y esperarían con ella en el motel a que la clínica los llamase para recogerla. Pasaron las horas y no volvieron.
Los teléfonos dejaron de funcionar en cuanto cruzaron la frontera de Brownsville con Matamoros. Nadie volvió a contestarlos. Esperó todo el día y la noche, consumida en nervios y matando la ansiedad con marihuana. El detective que al día siguiente acudió a su llamada de emergencias notó enseguida «un olor a marihuana que emergía de su persona», escribió en el reporte policial. «Cheryl aparentaba estar preocupada y nerviosa».
Tenía motivos para ello. Sin la ayuda del GPS, y en una ciudad caótica de más de medio millón de habitantes, donde muchas de las calles ni siquiera tienen nombre, sus amigos se perdieron buscando la clínica por todo Matamoros. Habían entrado a las 9.18 horas y poco antes de las 11.00 las cámaras de seguridad detectaron que un Volkswahen Jetta gris empezaba a seguirlos. A lo largo de los siguientes 45 minutos otros siete vehículos participaron en el seguimiento del monovolumen blanco en el que viajaban, lo interceptaron y dispararon contra él y sus ocupantes cuando intentaron huir.
Era pleno día. Ciudadanos comunes grabaron desde una distancia prudente el momento en el que los presuntos narcotraficantes arrastraron sus cuerpos como sacos de patatas y los cargaron en una furgoneta ranchera. «Ese parece estar muerto», se oye comentar a los testigos. «Yo creo. O le queda poco». Dos de los cuatro amigos volvieron este jueves a Estados Unidos en bolsas de cadáveres. Los otros dos lo hicieron el mismo martes, cuando las fuerzas de seguridad mexicanas lograron encontrarles desnudos en el suelo de una inmunda cabaña de madera en un páramo perdido de Tamaulipas.
McGee, madre de seis hijos a los 35 años, que mide poco más de metro y medio pero pesa cien kilos, estaba intacta. Ni siquiera llegó hacerse la operación para reducirse la grasa sobrante. Su amigo, Shaeed Woodard, de 33 años, estaba desnudo en el suelo con un tiro en la pierna. Los cadáveres de los otros dos, Zindell Brown y Eric Williams, de 38, los encontraron tirados fuera de la casa. El único detenido hasta el momento es su carcelero de 24 años, Jose 'N', que dijo haber entrado en el juego en las últimas horas.
Aparentemente los narcos habían cambiado de escondite varias veces para despistar a las autoridades, que emprendieron una búsqueda frenética para calmar a EE UU. En un país con más de 100.000 desaparecidos, la noticia hubiera pasado desapercibida de no tratarse del secuestro de cuatro estadounidenses. El FBI ofreció una recompensa de 50.000 dólares a quienes proporcionasen pistas que terminaran en la captura de los autores y el poderoso senador de Carolina del Sur Lindsey Graham ha prometido introducir en el Congreso una propuesta de ley para designar a los cárteles mexicanos como grupos terroristas.
Nadie se explicaba que éstos, que se cuidan mucho de no pisar el callo a los estadounidenses, podían haber provocado semejante conflicto internacional a propósito. Algunos especulaban con que los cuatro estadounidenses de color habían sido confundidos con traficantes haitianos, pero el presidente Andrés Manuel López Obrador desmintió esa teoría categóricamente como «falsa». De hecho, según publicó este jueves la agencia Associated Press, 'Los Scorpiones', una facción del cartel del Golfo que opera en Tamaulipas, han dejado una carta a las autoridades mexicanas disculpándose y prometiendo que entregarán a los responsables directos para que se les ajuste cuentas.
«Actuaron en todo momento por sus propias decisiones y con falta de disciplina», dice la carta a la que ha tenido acceso la agencia. Es más, los sicarios aseguran que la política de su grupo es «respetar la vida y el bienestar de los inocentes». Más de un millón de estadounidenses que viajan anualmente a México como parte del turismo médico, agradecerán esas palabras.
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