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La conferencia de prensa con la que el anfitrión tenía que cerrar la cumbre del 75 aniversario de la OTAN se convirtió ayer en la más importante de su carrera. A sus 81 años Biden puede hablar de política exterior con los ojos cerrados, pero ... lo que todo el mundo escrutaba ayer no eran sus conocimientos geopolíticos, sino el desgaste cognitivo de la edad.
Biden sorteó bien las preguntas durante la hora que duró la primera conferencia de prensa que da este año, pero para entonces el tren que intenta descarrilar su candidatura antes de que se estrelle en las urnas el 5 de noviembre con la victoria de Trump, ya había dejado la estación. Para cuando comenzó el encuentro mediático en el marco de la OTAN, 14 congresistas de su partido habían pedido públicamente que renunciase a la candidatura con la que intenta renovar su mandato otros cuatro años. Al terminar, eran ya 16. «Ya no creo que Joe Biden sea el candidato más fuerte», escribió el congresista Jim Himes. «Espero que, como ha hecho a lo largo de una vida dedicada al servicio público, siga poniendo a nuestra nación por delante, tal como prometió, para abrir camino a una nueva generación de líderes».
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El mandatario no escuchaba ya ni a los pesos pesados de su partido, entre los cuales Barack Obama y Nancy Pelosi han dado señales de que le ha llegado el momento de retirarse. Desafiante, pregunta tras pregunta, Biden aseguró que solo tirará la toalla si le demuestran que no tiene manera de ganar. «Y no hay ninguna encuesta que diga eso», apostilló. Tampoco ninguna en la que vaya ganando.
Antes de empezar ya había metido la pata. Durante el acto previo presentó a Volodimir Zelenski como «el presidente Putin», justo después de alabar su valor y asegurar que prevalecerá en esta guerra. «Con ustedes, señoras y señores, ¡el presidente Putin!», anunció segundos antes de que intentase corregir el error. «Es que estoy tan enfocado en que tenemos que derrotar a Putin… Bueno, de cualquier manera, tú eres mucho mejor», le dijo al mandatario ucraniano, que le observaba con cara de póker.
A la segunda pregunta, sobre la capacidad de su vicepresidenta Kamala Harris para asumir el liderazgo en las papeletas, volvió a meter la pata. «No hubiera elegido al vicepresidente Trump para ser vicepresidente si no estuviera cualificado para ello», respondió. La gente de su entorno calcula ya las posibilidades de Harris para vencer a Trump en noviembre. De asumir la sucesión, Harris abriría un cisma entre dos sectores demográficos clave: el de las mujeres y el de los afroamericanos. La vicepresidenta, de 51 años, es la intersección de los dos. Según una encuesta de Ipsos para el Washington Post y el ABC News, en caso de que Harris se enfrentase con Trump, le ganaría con un 3%, mientras que a Biden se le augura la derrota por un solo punto. «¿Hay alguien que se fíe hoy de las encuestas?», se sacudió el mandatario.
Es cierto que en cualquier otro ciclo electoral los sondeos no empiezan a ser confiables hasta septiembre, pero fue él quien adelantó al 27 de junio el primer debate con su rival. Después de aquella «terrible noche», admitió el mismo, medio país entendió que la edad del presidente no es solo un número, sino un deterioro cognitivo creciente que puede costar al partido la derrota en noviembre.
Biden asegura que no está pensando en lo que eso significaría para su legado. «Solo quiero completar el trabajo», recalcó. En su cabeza es el único que puede ganar a Trump, porque es el único que ya lo ha hecho. Y si no lo logra, se quedará tranquilo sabiendo que ha hecho todo lo que podía, algo que no sirve de consuelo para los demócratas que ven venir la debacle.
Desde que ha perdido la confianza generalizada, los donantes le han cerrado el grifo y, como mucho prefieren donar directamente a las campañas de diputados y senadores que tendrán que hacer de muro de contención a los impulsos dictatoriales de Trump si vuelve a la Casa Blanca.
Biden asegura que ninguno de los líderes internacionales con los que se ha reunido esta semana le ha pedido que se retire. «Al contrario, lo que me dicen es que tengo que ganar».
Nadie quiere decírselo abiertamente, pero la convicción de que cada día que pasa es un paso atrás que acabará en derrota está arrancando declaraciones públicas de solidaridad. Antes de que acabe el día el número de voces legislativas de su formación que pedirán su retirada se elevarán a 40, según la cadena ABC.
«Las cosas van a ser mucho mejor si soy reelegido», prometió. «Soy la persona más cualificada para presentarme», insistió. Está convencido de que la inflación de la pandemia no le ha permitido demostrar su gestión política y económica, basada en un fuerte apoyo a los sindicatos, que puede traer el bienestar prometido a la clase trabajadora.
¿Cómo puede quedarse tranquilo ante la perspectiva de perder y dejar al país en manos de Trump? De la misma manera con la que vive la toma de decisiones que conlleva su cargo. «Me aseguro a mí mismo que estoy sacando el trabajo». Los números económicos del día ratifican que la inflación está cediendo mientras que continúa la creación de empleo, lo que anticipa que los próximos 4 años pueden ser más propicios para cualquier gobernante.
El presidente de 81 años niega que tenga que bajar el pistón, solo propugna «adelantar las cenas una hora para que todos puedan irse antes a casa», explicó.
Se atribuye a sí mismo el éxito de la OTAN por haber facilitado la incorporación de Finlandia y Suecia y creado un grupo de 55 países en apoyo a Ucrania. Pese a la incertidumbre que genera la debilidad de su candidatura en estos momentos, está convencido de que la cumbre ha sido un éxito. «No conozco otra de más éxito», presumió.
Tras pasar más de 40 años en el Senado, donde llegó a presidir el comité de Relaciones Exteriores, goza de suficiente bagaje para explicar concienzudamente las pocas preguntas de política internacional que surgieron. Dice ser más popular en Israel que en su propio país, lo cual puede ser cierto porque en la calle se está perdiendo a pasos agigantados el cariño hacía un hombre de avanzada edad que ya no debería estar sometido a la brutal agenda de un jefe de Estado. Por eso se puede permitir opinar sobre una guerra «que tiene que acabar ya», se estrenó.
El presidente está convencido de que todo lo que tiene que hacer es aguantar el tipo con numerosos mítines, en los que explicará los éxitos de su gobierno. Antes de que cante el gallo tendrá que enfrentarse a que su risa se congele en el tiempo y le permita cumplir su misión.
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