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Preservar la democracia fue el tema electoral del Partido Demócrata en los comicios de noviembre pasado, frente al riesgo que presentaban los candidatos negacionistas de Trump, que todavía insisten en que le robaron las elecciones. Frente al mundo y su propio país, el reto es « ... demostrar que la democracia funciona».
Ese es el objetivo, en palabras del presidente estadounidense, Joe Biden, de la cumbre de tres días que se celebra virtualmente y presencialmente de forma simultánea en Estados Unidos, Costa Rica, Holanda, Corea y Zambia. Cientos de mesas redondas asociadas al encuentro y un sinfín de discursos de líderes internacionales, mayormente grabados en vídeo, darán contenido a la segunda edición de la cita internacional que organiza el jefe de la Casa Blanca.
En Estados Unidos pasa sin pena ni gloria. Sus críticos la consideran anodina e inconsecuente. Los discursos grabados de los más de cien líderes invitados eran publirreportajes que a menudo rayaban con la realidad. Filipinas, por ejemplo, es «un faro estable de la democracia», según su presidente, Bongbong Marcos, y Pakistán, un modelo de igualdad, porque el año pasado puso a la primera jueza en el Tribunal Supremo. Este último país islámico tuvo la delicadeza de retirarse, ante el clamor que provocó su invitación -su ex primer ministro Imran Khan está involucrado en más de 127 casos judiciales, cuando la lucha contra la corrupción se considera en esta cumbre uno de los pilares para fortalecer la democracia.
Muchos creen que el país solo trataba de preservar sus estrechas relaciones con China, que lógicamente no está invitada. El gigante ha invertido la friolera de 75.000 millones de dólares para construir infraestructura en Pakistán, desde carreteras a centrales eléctricas. Estados Unidos intenta contrarrestar la influencia asiática en el mundo con su apoyo al fortalecimiento de la democracia, que en números palidece con el poderío chino, lo mismo que busca con la visita de la vicepresidenta, Kamala Harris, a África esta semana.
La propuesta de Biden fue este miércoles de 690 millones de dólares, que se suman a los 400 anunciados en la primera cumbre de 2021, y que se dedicarán a «luchar contra la corrupción, impulsar reformas democráticas, apoyar medios de comunicación independientes, avanzar la tecnología democrática y defender elecciones libres» en los 120 países invitados.
Han perdido la invitación Turquía y Hungría, aunque no ha peligrado la participación de Israel, a pesar de que el propio Biden dijo la víspera que está muy preocupado por el camino que lleva. Los más críticos ven una hipocresía en el impulso democrático que quiere dar Washington al defender la democracia y los derechos humanos en esta cumbre, pero ignorarlos en sus relaciones con Arabia Saudí, por ejemplo. Y es que el modelo estadounidense 'the real politik' puede ser incompatible con los esfuerzos públicos del mandatario para reparar la imagen global que dejó Trump y formar una gran alianza de presuntas democracias contra Rusia y China, como observó en su cuenta de Twitter el presidente del Council on Foreign Relations, Richard Haass.
«La cumbre para la democracia es una mala idea que no funcionará. Además de lo incómodo que es el tema de a quién se invita, la democracia americana difícilmente es un modelo para otros», afirmó. «Y encima necesitamos a las no-democracias para ayudarnos en el mundo».
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