Óscar Bellot
Viernes, 30 de enero 2015, 16:55
Contra todo pronóstico, Mitt Romney no volverá a luchar por la nominación del Partido Republicano a las presidenciales de 2016. "Después de pensarme mucho otro intento para ser presidente, he decidido que lo mejor es que otros líderes del partido tengan la oportunidad de ser ... el próximo nominado", ha dicho Romney en un comunicado con el que acaba con las especulaciones sobre su futuro político. Aunque ha apuntado que estaría en disposición de ganar las primarias republicanas, ha remarcado que es hora de dejar paso a una "nueva generación de líderes republicanos".
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Sorprende así a la mayor parte de los analistas, que daban por segura su candidatura desde que hace unas semanas comentase que estaba explorando la posibilidad de presentarse.
El exgobernador de Massachusetts, que sufrió una dolorosa derrota en 2012 ante el demócrata Barack Obama, siempre había tenido como objetivo la Casa Blanca, una idea que comenzó a germinar en su mente desde que siendo un joven ambicioso viese cómo su padre, George Romney, debía retirar su candidatura en 1968 ante la mayor fortaleza de Richard Nixon y Nelson Rockefeller.
Antiguo gobernador de Michigan entre 1963 y 1969, George Romney fue el espejo en el que se miró su hijo Mitt. Exitoso hombre de negocios, George se negó a respaldar al ultraconservador Barry Goldwater en 1964, cuando éste trató de desalojar del poder al por entonces presidente demócrata Lyndon Johnson. Eso hizo que las miradas de muchos de sus correligionarios se volviesen hacia él cuando andaban a la caza de un candidato más moderado en 1968. Pero la entrada en liza de Nixon acabó con sus anhelos.
Una dura lección
Una lección que Mitt Romney no olvidó nunca. Al igual que su padre, el político republicano buscó siempre cultivar una imagen centrista. Ello le valió para alcanzar el cargo de gobernador en un estado tradicionalmente proclive a los demócratas como el de Massachusetts. Sirvió en ese puesto entre 2003 y 2007, momento a partir del cual concentró todos sus esfuerzos en pelear por la Casa Blanca. En 2008 comenzó la carrera por la nominación republicana como favorito, pero hubo de claudicar ante el senador por Arizona John McCain, quien convenció a los votantes apelando a sus credenciales en política exterior. Meses después, McCain cedía en las presidenciales ante el carisma de Barack Obama y Romney retornaba a sus negocios.
Pero ello no significó que perdiese de vista la meta. Volvió a intentarlo cuatro años más tarde. Primero se desembarazó de candidatos cercanos al Tea Party como el exsenador por Pensilvania Rick Santorum o el gobernador de Texas Rick Perry. Después afrotó la campaña contra Obama convencido de que el desgaste a que la Cámara de Representantes, de mayoría republicana, había sometido al demócrata, lastraría su imagen.
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Logró adelantarse en los sondeos merced a la mala actuación del presidente en uno de los debates televisivos que mantuvieron. Pero unos desafortunados comentarios vertidos ante un grupo de acaudalados partidarios, en los que dejaba claro que era a los sectores más privilegiados de la sociedad estadounidense a los que tenía como fin servir, le minaron en la recta final de la campaña, que acabó perdiendo por un margen mayor del previsto.
Otra dura lección que a buen seguro habrá pesado estas semanas en su mente. Con su anuncio, despeja el camino para otros candidatos como Jeb Bush, exgobernador de Florida e hijo y hermano de sendos presidentes. Marco Rubio, Rand Paul, Ted Cruz o Rick Perry son otros de los que suenan como potenciales aspirantes a la candidatura del 'Grand Old Party'.
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Y entre las filas demócratas emerge una figura sobre todas, la de la ex secretaria de Estado y antigua primera dama Hillary Clinton, que sigue dilatando el anuncio de su decisión de concurrir o no a las elecciones, aunque los sondeos la colocan muy por encima de cualquiera de sus potenciales adversarios. La carrera, larga, se presenta apasionante y no estará exenta de nuevas sorpresas, como la que este viernes ha protagonizado Mitt Romney.
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