Óscar Bellot
Domingo, 11 de enero 2015, 07:20
Pocas son las veces en las que la carrera por la Casa Blanca ha arrancado, a casi dos años vista, con un par de candidatos tan aparentemente imbatibles como Jeb Bush y Hillary Clinton. Incluso aunque esta última siga sin confirmar los que todos los ... analistas dan por seguro, la sola mención de sus nombres atemoriza a sus probables adversarios. Pero la ambición es una amante difícil de abandonar, por lo que los próximos meses se antojan de lo más estimulantes por lo que al tablero político estadounidense se refiere. Y si el exgobernador de Florida ha sido el primero en abrir la veda, no tardarán mucho los demás en ingresar al coto.
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El espacio de maniobra se presenta, a priori, más reducido en el campo demócrata. En caso de que la ex secretaria de Estado dé finalmente el paso los grupos de apoyo a la antigua primera dama llevan meses amasando fondos y planeando estrategias-, todo apunta a que pocos osarán desafiarla. Ni el precedente de 2008 vale en esta ocasión. Entonces parecía contar con la nominación sin necesidad casi bajarse del autobús, pero acabó siendo barrida por un movimiento de esperanza capitaneado por la audacia de un senador negro de Illinois.
En esta ocasión no se atisba ningún oponente con semejante carisma. Y, además, Hillary ha sumado unas cuantas credenciales más a su ya de por sí extenso currículum. Como jefa de la diplomacia estadounidense, ya no tendrá que argüir en su favor la experiencia acumulada en los viajes que efectuó mientras su marido ocupaba el Despacho Oval. Entre 2009 y 2013, fue ella quien se pateó el mundo y quien se codeó con los grandes líderes internacionales. Se ganó el respeto incluso de quienes en otro tiempo fueron furibundos detractores. Los cadáveres que pudiera guardar en el armario parecen ya de sobra conocidos y por si esto fuera poco, hace unos meses se convirtió en abuela, lo que podría servirle para tocar la fibra sensible de quienes buscan en la Presidencia un valor seguro.
De izquierda a derecha
Pero aún quedan quienes dentro del Partido Demócrata le reprochan exceso de pragmatismo y una posición demasiado centrista. Es por ahí por donde empujan los partidarios de Elizabeth Warren, senadora por el estado de Massachusetts y heroína de la izquierda gracias a su valiente defensa de los consumidores y su combate de los excesos de Wall Street. Profesora en la universidad de Harvard, tendría mayor facilidad para galvanizar a las bases, pero se vería obligada, caso de lograr la nominación, a efectuar un viraje al centro que difícilmente le perdonarían sus adeptos. Una desventaja que no tiene Hillary Clinton, a quien, por el contrario, se le reprocha su oportunismo.
El tercero en liza sería el vicepresidente Joe Biden. Antiguo senador por Delaware, el número dos de Obama mantiene, como casi todos sus predecesores en el cargo, ambiciones presidenciales. Pero son pocos quienes creen en sus opciones. No goza del carisma de Clinton y Warren y le persigue una fama de metepatas. Se le identificaría, además, con el legado de Obama, denostado por la práctica totalidad de los republicanos e incluso por algunos demócratas. Y tiene cinco años más que la ex primera dama, lo que tampoco juega en su favor.
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Aún más atrás en la carrera parten otros potenciales candidatos como Evan Bayh, exsenador y exgobernador de Indiana; Cory Booker senador por Nueva Jersey; o Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York y al que, como ya ocurriera con su padre, recientemente fallecido, han cortejado para que opte a la Casa Blanca. Por el momento, las encuestas otorgan a Hillary Clinton una ventaja de casi cincuenta puntos contra cualquiera de sus adversarios, por lo que cualquier opción de estos parece pasar por una improbable renuncia de la ex secretaria de Estado.
En cuanto al bando republicano, la batalla se perfila más apasionante. Jeb Bush parte con ventaja, pero, a la espera de que den formalmente el paso, la nómina de potenciales adversarios es larga. En ella podría figurar Mike Huckabee, exgobernador de Arkansas que acaba de abandonar el programa que tenía en la cadena Fox, lo que muchos interpretan como una primera etapa de su ingreso en la contienda presidencial. Conocido por sus posiciones fuertemente conservadoras, ya lo intentó en 2008, quedando segundo por detrás de John McCain. Tendría pocas opciones en una lucha contra Hillary Clinton, pero su inclusión en la batalla republicana podría movilizar a los sectores más derechistas en contra de un Jeb Bush al que reprochan sus posturas moderadas en asuntos como la inmigración.
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Muchas más opciones tendría Chris Christie. El gobernador de Nueva Jersey era el mejor situado hasta que se ganó las críticas de sus correligionarios por la palmadita en la espalda que le dio a Obama tras el paso del huracán Sandy pocos días antes de las elecciones de 2012. Y volvió a meterse en problemas cuando se airearon las investigaciones sobre varios proyectos de construcción acometidos en su estado. De Christie se ha dicho que se voluminosa imagen no es la más adecuada para entrar en la pelea por la Casa Blanca, pero probablemente es, junto a Jeb Bush, quien más temor suscita en las filas demócratas.
La opción hispana la representa Marco Rubio, senador por Florida a quien perjudica notablemente la decisión de Jeb Bush de entrar en la carrera. Ambos comparten feudo y el hijo y hermano de sendos presidentes goza allí de mayor popularidad. A Rubio podría restarle puntos también la decisión de Obama de reinstaurar las relaciones diplomáticas con Cuba. Hijo de inmigrantes cubanos, Rubio, como Bush, ha cargado contra dicho cambio en la política de EE UU, pero buena parte de los jóvenes latinos, los que en su caso podrían marcar la diferencia, la ven con buenos ojos. Mantenerse en los viejos postulados de los exiliados no es la mejor opción para ilusionar a un país que ya votó en 2008 por quien le prometía un cambio.
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Y el Tea Party aboga por candidatos como Ted Cruz, senador por Texas; el emergente Rand Paul, senador por Kentucky; o incluso Rick Perry, el exgobernador de Texas que vio cómo su candidatura en 2012 descarrilaba al ser incapaz de recordar en un debate qué tres organismos gubernamentales se proponía suprimir en caso de llegar a la Casa Blanca. Aunque los vientos que actualmente soplan en el Grand Old Party no parecen demasiado favorables a ninguno de ellos, con la posible excepción de Paul.
De su buen hacer depende que la contienda que se librará de aquí a noviembre de 2016 no sea sino un final anunciado.
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