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El llamado 'éxodo de la pobreza', la caravana de migrantes latinoamericanos, africanos y asiáticos más grande de este año, atraviesa México con dirección a Estados Unidos. Mientras unas 10.000 personas caminan este miércoles bajo el sol, con niños –unos 3.000– y poca ropa ... en sus maletas por las carreteras de Chiapas, en el sur del país, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, se ha reunido con el presidente mexicano, Andrés López Obrador, para acordar medidas de contención que regularicen a los ilegales en la nación azteca y frene su avance hacia territorio estadounidense.
El encuentro, que se coordinó a contrarreloj, ha sido tildado de «una cuestión meramente electoral» para ambos países, por uno de los organizadores de la comitiva, Luis Villagrán. No está lejos de la verdad, porque la ola migratoria es un quebradero de cabeza para el mandatario norteamericano, Joe Biden, una situación que le puede costar la reelección en 2024.
Además, la financiación de la guerra en Ucrania se juega en México. El inusual encuentro entre Blinken y López Obrador durante las fiestas responde en gran medida a la presión de los republicanos para que adopte medidas contra la inmigración a cambio de la aprobación en el Congreso de nuevas ayudas para Kiev.
Las entradas irregulares en EE UU se ha disparado durante estas últimas semanas. Washington contabiliza el ingreso ilegal diario de más de 10.000 personas. Una alarmante cifra que obligó a cerrar algunos pasos fronterizos. La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza detuvo en noviembre a 242.000 indocumentados en sus límites con México.
«Más miedo me da quedarme en mi país y morirme de hambre. Eso sí aterra», dijo Dayron Salazar, un taxista cubano que viaja junto a otros amigos. Algunos están dispuestos a pasar por todo, otros sólo piden oportunidades. «Vengo a pedir protección, que me den asilo político o la posibilidad de quedarme en un país donde pueda trabajar y sacar adelante a mi familia», afirmó, por su parte, Norbey Díaz, de 46 años, quien viajó desde Colombia con su esposa y sus dos hijos.
Más de 4.200 kilómetros los separan de su destino: la ciudad fronteriza de Tijuana. Las autoridades del estado mexicano de Baja California están preocupados por los miles de extranjeros que lograrían llegar al norte porque no hay cama para tanta gente. En los albergues sólo hay un millar de espacios. El resto –unos 4.000– ya están ocupados.
«No sabemos si lo vamos a lograr o con qué obstáculos nos vayamos a encontrar en el camino», reconoce el colombiano Díaz Ríos. «Esto es algo incierto». La caravana avanza lento mientras la Policía sigue de cerca la actividad a la espera de que el grupo se disuelva sólo. Hay quienes se resignan a esperar su documentación temporal y otros se quedan en México, donde viven más de 680.000 sin papeles.
López Obrador ha indicado que podría hacer más por los migrantes en su territorio con la ayuda de Washington, pero nada solucionará el problema si no se atienden las causas políticas en los países de origen que motivan la salida de sus ciudadanos.
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