Alexánder Lukashenko. Reuters

Un dictador anclado en los tiempos soviéticos

El presidente bielorruso, Alexánder Lukashenko, cumple mañana 67 años convertido en el líder europeo que más tiempo lleva en el poder

Rafael M. Mañueco

Moscú

Sábado, 28 de agosto 2021, 18:53

Alexánder Lukashenko, que cumplirá 67 años el 30 de agosto y ejerció como profesor de historia e ingeniero agrónomo, es hoy día el dirigente europeo que más tiempo lleva en el poder. Se hizo con la presidencia de Bielorrusia en 1994 bajo la bandera de ... la lucha contra la corrupción, las privatizaciones salvajes, los manejos de los oligarcas y un modelo de capitalismo que empezaba a ser impopular. Consciente de que la población bielorrusa, al igual que en la vecina Rusia y en otras antiguas repúblicas soviéticas, vieron caer por incapacidad e inanición el régimen comunista hacía tan sólo dos años y medio, no se atrevió a preconizar abiertamente reinstaurar un sistema tan caduco.

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Pero realmente lo hizo en muchos aspectos, pese a que lo disfrazó con la apariencia de «modernización del socialismo». En mitad de la actual ola internacional de repudia a sus métodos represivos, Lukashenko se justifica reiteradamente asegurando que todo lo que hace es para evitar que su país se desmorone. Se presenta como el creador del actual Estado bielorruso y está convencido que su misión consiste en preservarlo a cualquier precio.

A este respecto, no oculta que su modelo de estado es el comunista, el soviético, incluso en los símbolos. Cambió la bandera de la Bielorrusia independiente por la roja que tenía como república federada soviética y mantuvo el nombre del KGB para los servicios secretos. Durante una rueda de prensa que ofreció en octubre de 2012 dijo que «Lenin creó un estado y Stalin lo reforzó», como si la Rusia de los zares careciera de estado, y añadió: «yo estoy todavía lejos de Lenin y Stalin, me queda mucho que andar para ponerme a la altura de ellos», dejando claro quiénes son sus ídolos.

Dos años antes, en diciembre de 2010, el déspota bielorruso admitió que conserva «en el armario» el carné del Partido Comunista. «No he cambiado de partido ni lo haré», afirmó, pese a que, tras la desintegración de la URSS, nunca se presentó formalmente como candidato comunista. «He crecido en el seno del sistema soviético (...) me bastaba para vivir», señaló en otra de sus comparecencias ante los medios en octubre de 2013.

Miembro del PCUS

Fue miembro de la Juventudes Comunistas y su ingreso en el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) se produjo en 1979. Dirigió después un Koljoz (cooperativa agraria soviética) cerca de la ciudad de Mogiliov y, en marzo de 1990 logró escaño en el Sóviet Supremo de la república (Parlamento).

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Fue uno de los pocos diputados que votaron en contra de que Bielorrusia dejase de formar parte de la moribunda Unión Soviética. Después consiguió ser puesto al frente de un comité parlamentario de lucha contra la corrupción, puesto que le hizo ganar popularidad y que utilizó como trampolín para impulsar su carrera política.

Lukashenko simpatizaba con la corriente procomunista, mayoritaria en el Parlamento ruso, que intentó sin éxito destituir al presidente Borís Yeltsin en 1993. Aquella crisis empujó a Yeltsin a disolver la Cámara, lo que condujo a un enfrentamiento armado entre las unidades militares y de voluntarios leales a los diputados y la parte del Ejército que se puso del lado de Kremlin, que fue la decisiva.

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El momento álgido del pulso, que se resolvió a favor de Yeltsin, se produjo a comienzos de octubre de 1993. Hubo muertos y heridos en ambos bandos. El edificio del Parlamento ruso, la llamada Casa Blanca, acabó bombardeado y su parte superior incendiada. La cúpula del órgano legislativo, con su presidente, Ruslán Jasbulátov, a la cabeza, y el vicepresidente del país, Alexánder Rutskói fueron encarcelados.

Asalto al poder

Así que Lukashenko, viendo la experiencia rusa, se agazapó, preparó con sigilo su asalto al poder y venció en los comicios presidenciales de 1994 con la promesa de restablecer las dotaciones y ventajas sociales que estuvieron vigentes en la Unión Soviética. Su programa filosoviético incluía también la unión con Rusia, idea entonces muy popular entre los bielorrusos.

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La empobrecida población estaba cansada de tanta corrupción y Lukashenko provechó el tirón para presentarse como el salvador que recuperaría las viejas esencias soviéticas, las cosas que consideraba positivas de aquel régimen como la educación y la medicina gratuitas, la estatalización de la economía y explotar al máximo el potencial agrario del país. Y logró así desplazar a su predecesor, Stanislav Shushkévich, uno de los artífices del acta que acabó con la URSS.

Instauró un modelo económico basado en el sistema de planificación propio de la era comunista y utilizó el señuelo de la unión con Rusia para conseguir carburantes a precios subvencionados. Bielorrusia se convirtió así en el principal productor de artículos de consumo de bajo precio para un gran número de regiones rusas, cuyos habitantes carecían de poder adquisitivo para comprar lo que llegaba de la Unión Europea. Tal esquema económico logró mantener durante algún tiempo un relativo nivel de bienestar entre la población.

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En lo político, sin embargo, las cosas fueron a peor para la democracia y las libertades, situación ante la que la oposición parlamentaria se movilizó y estuvo cerca de alcanzar la mayoría. Lukashenko respondió con un referéndum constitucional, celebrado en 1996 sin contar con el beneplácito de la Cámara, con el propósito de reforzar sus poderes e iniciar así el camino hacia la destrucción de sus oponentes, que eran fundamentalmente proeuropeos y partidarios de enterrar de una vez por todas todo vestigio del antiguo régimen soviético.

Aquel choque con la oposición hizo recordar lo que sucedió en Rusia en 1993, pero el déspota bielorruso siempre ha subrayado que, en su caso y a diferencia de Yeltsin, solventó la crisis sin derramamiento de sangre. Otra diferencia fue que el triunfo de Yeltsin sobre sus adversarios fue algo más en provecho de la democracia, al menos hasta que llegó al Kremlin Vladímir Putin, mientras que el aplastamiento de los antagonistas de Lukashenko sumió al país en una auténtica dictadura. El expresidente norteamericano, George W. Bush, fue quien bautizó al presidente bielorruso con el apelativo del «último dictador de Europa».

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Y es que, tras los cambios constitucionales, consiguió convertir el Parlamento en un apéndice de su poder personal. Actuó, ya desde el principio, con brutal crueldad contra quienes en la clandestinidad intentaban conspirar contra él. Una nueva vuelta de tuerca para perpetuarse en el poder fue el referéndum celebrado en octubre de 2004, con el que logró eliminar la limitación de mandatos presidenciales.

Desde aquel momento dirige la república con mano de hierro. Hace tiempo que en Bielorrusia las libertades y el pluralismo brillan por su ausencia. Las elecciones hace mucho que dejaron de ser limpias y democráticas mientras los derechos de reunión y manifestación prácticamente no existen. La represión, encarcelamientos y hasta los asesinatos de opositores viene también de lejos.

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