David Cameron, el Lázaro de la política inglesa
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El exprimer ministro, responsable del Brexit, regresa como secretario de Asuntos Exteriores dentro de una remodelación del Gobierno de Rishi SunakDavid Cameron ha resucitado. El antiguo dirigente británico regresa del panteón de los primeros ministros caídos, cinco en los últimos siete años, para asumir la cartera de Asuntos Exteriores. Hace unos días se refería en las redes sociales a su nuevo rol dentro de un ... proyecto destinado a encontrar terapias para raras enfermedades genéticas, y hoy manifiesta similar entusiasmo con su nueva cartera en el gabinete de Rishi Sunak. Todo apunta a que la designación le ha sorprendido tanto como a la opinión pública.
La política hace extraños compañeros de viaje. Los responsables de la política exterior de la Unión Europea habrán de reunirse con el responsable de la desarticulación de esa estrategia común, provocada por la salida de Gran Bretaña. El nuevo titular del Foreign Office, de 57 años, vuelve al lugar del crimen. Seguramente, lo recibirán con antipatía y, quizás, un ápice de rencor. Posiblemente, en los banquetes en su honor, la palabra 'Brexit' se murmurará al oído mientras los comensales le lanzan aviesas miradas de refilón.
El caso de Cameron resulta dramático. El auge y caída son singulares. El recién retornado fue, a principios de los 90, la gran esperanza blanca del partido 'tory'. Se trataba de un joven con raíces en la elite financiera y orígenes aristocráticos, lejanamente emparentado con la familia real, que había cursado estudios en el exclusivo colegio de Eton y la Universidad de Oxford. Parecía llamado a formar parte de la tradicional elite dirigente. Además, sus excelentes credenciales se sumaban a un espíritu reformista que les prometía un rápido encumbramiento dentro de una formación precisada de renovación sin estridencias.
El candidato demostró su valía. Entre sus primeros cometidos de importancia estuvo el asesoramiento a John Major en las comparecencias en el Parlamento. En 1997 se presentó a sus primeras elecciones, en 2005 era elegido líder de los conservadores y, un lustro después, ganaba los comicios parlamentarios y llegaba al 10 de Downing Street.
El ascenso fue fulgurante. La juventud y apostura, el espíritu liberal y cierto aire de modernidad le granjeaban simpatías y confianza en el electorado. Pero no eran tiempos fáciles. La crisis económica golpeaba el país y los problemas se iban a multiplicar. Algunos estallaron violentamente. En el verano de 2011, los disturbios en las periferias de las grandes ciudades reflejaron que la brecha social en la isla se asemejaba a la que sacude, regularmente, las urbes norteamericanas y la 'banlieue' parisina.
El estadista supo gestionar la crisis interna. Pero, posiblemente, ni siquiera sus detractores conocían su talón de Aquiles, cierta capacidad para asumir retos mayúsculos sin abordar los riesgos. Así, su decisiva participación en la caída del dictador Gadafi manifestó la falta de una realista hoja de ruta para instaurar un Estado de Derecho. Una década después, los libios penan las consecuencias de la intervención de la OTAN.
Cameron también tuvo que enfrentase a la ofensiva islamista en Oriente Medio y a la recesión económica. En el plano interno, la austeridad rigió su propuesta. Pero aquel político que se suponía moderado asumió retos impensables. El compromiso democrático y una audacia sorprendente guiaron la promesa de realizar un referéndum sobre el futuro de Escocia. La jugada salió bien. Los partidarios de mantener la unión vencieron con el 55% de los votos. Esta victoria incentivó otro proyecto no menos osado. El tradicional agravio de los británicos con la UE estaba siendo utilizado por la extrema derecha local para ganar adeptos. El partido UKIP de Neil Farage nutría su populismo con mensajes sobre el hartazgo ante el peso de la contribución al fondo común.
Tal y como hizo con los independentistas de Edimburgo, Cameron quiso segar la hierba tanto bajo los pies de los radicales ajenos como de los euroescépticos conservadores mediante un plebiscito en torno a la permanencia o salida de Europa. Su estrategia implicaba una decidida apuesta por seguir vinculados y negociar con sus socios una alianza más laxa. El rédito electoral parecía evidente. Fue una de sus promesas durante la campaña de 2015, aquella en la que venció con mayoría absoluta.
Pero todo salió mal. Fallaron las encuestas que predecían la derrota de los separatistas y, el 23 de junio de 2016, los partidarios de la marcha obtuvieron el 51.9% de los votos. El 'gran jugador' calculó mal el envite. Cuando anunció su renuncia, manifestó que no creía conveniente ser el capitán que condujera al país a su nuevo destino.
El Brexit fracturó el país, su economía y, sobre todo, desarboló a su propio partido, sobre el que recayó el peso de la compleja travesía. Desde entonces, todos los llamados a asumir la jefatura del Ejecutivo han sido víctimas de tensiones. Rishi Sunak, el último gobernante y otro de los damnificados por el proceso, lo ha rescatado dentro de una operación con una extraña carambola. James Cleverly, su predecesor, ha sustituido a Suella Braverman al mando del Interior.
La 'rentrée' de Lord Cameron tiene lugar sobre aguas revueltas. Buena parte del partido lo detesta y otra confía desesperadamente en su apoyo para revertir las pésimas previsiones electorales de los conservadores. Mientras, el nuevo secretario de Exteriores ha de enfrentarse a problemas de esa magnitud que parece atraerle. Por un lado, la guerra en Ucrania cuando desfallece la alianza proKiev y, por otro, la crisis de Gaza, un conflicto que también se antoja irresoluble.
Aquellos que no le perdonan que, aún hoy, Gran Bretaña siga embarcada en un viaje de incierto destino, preferirían que hubiera seguido su incursión en la empresa privada. En 2018, el ex premier se convirtió en consejero de Greensill Capital, una multinacional dedicada a la inversión y los servicios financieros, a la que, según sus detractores, ofreció un privilegiado acceso a la Administración. Pero la firma quebró hace dos años. Llámenlo mala suerte, cálculos erróneos, fatalidad, quién sabe. Es Cameron y ha vuelto. Dios salve a Inglaterra.
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