Bola Tinubu, la victoria del Padrino de Nigeria
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El nuevo presidente de la primera potencia africana es un veterano políticocon grandes influencias e inmune a las acusaciones de corrupciónNadie se parece más a Bola Ahmed Tinubu, el ganador de las recientes elecciones presidenciales en Nigeria, que Atiku Abubakar, el perdedor. Ambos son dos veteranos de la política nacional, militaron en el mismo partido y comparten su condición de millonarios y una trayectoria similar, ... trufada de acusaciones de corrupción nunca esclarecidas. Uno y otro representan el 'establishmment', la voraz oligarquía que ha fagocitado el Estado y, sobre todo, sus vastos ingresos procedentes de la explotación petrolífera. El vencedor accede al mando de la primera potencia africana, la mayor democracia del continente con 220 millones de habitantes.
Hay quien no se resigna a ser un convidado de piedra en el festín de la hienas. Peter Obi, el candidato del regeneracionista Partido Laborista ha impugnado judicialmente los resultados aduciendo múltiples irregularidades. Pero parece difícil luchar contra El Jefe o el Padrino, como es conocido Tinubu. Sus apodos lo delatan. El flamante presidente es un demiurgo, un hacedor de políticos, el hombre que siempre ha estado ahí, en primer plano o entre las bambalinas de la política nigeriana. Él, humilde, prefiere decir que es un cazador de talentos que sabe encauzarlos productivamente.
Su vida y obra resultan tan excesivas que incluso se rodó un documental, 'El león de Bourdillon', que las exponía sin pudor. Lo denunció y se retiró. Ahora bien, no resulta sencillo condensar una carrera tan densa. Tampoco abundan las certezas. Se sabe que estudió contabilidad en Norteamérica, donde trabajó en Artur Andersen y Deloitte, entre otras empresas. Las primeras brumas se posan sobre esta etapa. La policía estadounidense investigó su conexión con el tráfico de heroína en Chicago. Un acuerdo extrajudicial le permitió salir del embrollo.
El retorno a su tierra le situó en la lucha contra la dictadura de Sani Abacha, un militar que impuso un régimen tiránico a finales del pasado siglo. Tinubu permaneció en el exilio desde 1994 a 1998, cuando falleció el dictador. Su vuelta definitiva supuso la eclosión del político sagaz. Miembro de la etnia yoruba, mayoritaria en el suroeste del país, accedió a la gobernación de Lagos, el Estado más importante del país, con más de 27 millones de habitantes.
La aureola se cimentó en ese periodo, entre 1999 y 2007, que aprovechó para tejer su amplia red de influencias. En el haber de su gestión se hallan las grandes inversiones acometidas en los sectores de la vivienda, la educación y las infraestructuras. Pero el debe es, asimismo, amplio. Mantuvo conflictivas relaciones con el gobierno federal, en manos del opositor Partido Demócrata de los Pueblos (PDP), y con el vicegobernador Femi Pedro.
La praxis no siempre fue, al parecer, la más adecuada. La Oficina del Código de Conducta, que vela presuntamente contra las malas prácticas en la Administración, reclamó su presencia en dos ocasiones, en una de ellas por la aparición de dieciséis cuentas en el extranjero. Los cuerpos de seguridad británicos también lo implicaron en una inversión de fondos públicos en la compañía Airtel. Por supuesto, salió indemne de todas las investigaciones.
La posterior conversión en senador no mermó sus facultades. Se sospecha que siguió detentando su poder en Lagos a través de gabinetes afines y que, desde esta posición de facto, accedió a los resortes de la política nacional. Fue uno de los promotores del Congreso de Todos los Progresistas (APC), partido que nació en 2013 como contrapoder del PDP.
Su posición ha sido de absoluto privilegio dentro de esta formación. Ahora bien, la sospecha no ha dejado de perseguirlo. En 2022, un accionista de la consultora Alpha-beta, encargada del control de los ingresos públicos de Lagos, lo implicó en presuntos delitos de fraude, lavado de dinero y evasión de impuestos. Además, algunas imágenes pueden ser más reveladoras que todas las conspiraciones posibles. En las elecciones de 2019 llegó el mayor escándalo al difundirse imágenes de un furgón blindado, encargado del transporte de lingotes, entrando en su residencia. La maniobra se asoció con la compra de votos, pero no sucedió nada. El astuto dirigente adujo que cada uno atesora su fortuna en el formato que prefiere.
El final del mandato de Muhammadu Buhari le ofreció su oportunidad para subir el último peldaño de la ambición. La política de Nigeria busca acuerdos compensatorios entre las principales etnias, es decir, los hausa, yoruba e igbo, además de buscar equilibrios entre islámicos y cristianos, los dos principales credos. Entonces, como musulmán, no pudo ser incluido en la misma dupla con el exgeneral, correligionario.
El año pasado reveló abiertamente sus pretensiones. Es mi turno, es el turno de los yoruba, aseguró para reclamar la candidatura a la presidencia. Quería valerse del peso de los suyos, que representan el 30% de la población, y, rompiendo los esquemas religiosos, se alió con Karim Shettima, un ex gobernador procedente del norte y, por tanto, musulmán. Su pretensión era sumar las fuerzas de los Estados meridionales, fieles a su ascendiente, y los del norte, conservadores y sometidos a la disciplina hausa. Ha vencido sin brillo, favorecido por la gran abstención, y cuestionado por sus rivales, que reclaman nuevas elecciones y han apelado a los tribunales para privarle del poder ejecutivo.
En cualquier caso, la victoria se antoja una pesadilla. Ha accedido, por fin, al poder máximo en un país devastado por la miseria, la inflación y una violencia que ostenta todos los pelajes posibles. Cuando buena parte de la opinión pública demandaba cambios radicales y otros perfiles políticos, ha llegado El Padrino. Y ya se sabe que la Familia unida resulta imbatible.
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