mercedes gallego
Corresponsal. Nueva York
Jueves, 11 de febrero 2021, 22:30
Joe Biden hizo esperar a China tres semanas para la primera llamada con su presidente, pero cuando al fin se produjo el miércoles por la noche, valió la pena. «He estado al teléfono con Xi Jinping dos horas seguidas», contó este jueves a la prensa. « ... Como no nos pongamos las pilas se nos van a comer el almuerzo».
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Biden se hacía eco de lo que muchos llevan años observando, que China avanza a pasos agigantados en tecnología para dar caza a EE UU y ponerse a la cabeza del mundo. Le impresionó los esfuerzos que hace en automóviles, sector en el que «están trabajando muy duro», alabó. El nuevo presidente de EE UU ha ordenado a todos los departamentos de gobierno que descontinúen el uso de coches con motores de gasolina y reemplacen paulatinamente la flota de 650.000 automóviles por vehículos eléctricos estadounidenses, con la meta de que en 2040 no quede ninguno de gasolina en manos del Ejecutivo.
Son grandes noticias para Tesla, Rivian, Lordstown, Ford y General Motors, pero el mercado es mucho más grande que la flota federal. Y la ambición de China llega más lejos que los coches. También las relaciones entre ambos, ensombrecidas por la nueva disposición de reclamar a Pekín sus faltas en los derechos humanos.
La represión en Hong Kong, el genocidio de uigures en Xinjiang y las aspiraciones territoriales sobre Taiwán son los obstáculos en los que ninguno quiere ceder. Para China, Taiwán es incluso más importante que las negociaciones comerciales que se quedaron empantanadas con Trump, y parece estar a la espera de ver los pasos que da Biden antes de mover ficha.
En su comunicado sobre la llamada, el presidente Xi advirtió que considerará «una interferencia en sus asuntos internos» cualquier movimiento de EE UU en esas tres áreas, pero también se mostró dispuesto a identificar «áreas de colaboración» mientras aprenden a «manejar las diferencias», por lo que le recomendó «cautela».
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Ambos comunicados interpretaban la llamada de forma muy diferente. El Gobierno chino difundió la idea de que EE UU lo había llamado para felicitarlo por el Año Nuevo Lunar, mientras que Washington dice haberlo hecho para informarle de que manejará sus relaciones de forma «muy distinta» a como lo hacía Trump.
Sin embargo, Biden no piensa levantar aún los aranceles de hasta el 25% que impuso Trump, dispuesto a aprovechar su mano dura en esa guerra en la que aún hay que firmar un armisticio favorable a Washington. Tiene también que negociar nuevas medidas contra el cambio climático y sanciones contra Myanmar.
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Se trata de la segunda llamada del presidente Biden a uno de sus adversarios, tras advertirle a Vladímir Putin que le pasará factura por todo lo que no le ha cobrado Trump. En la nueva geografía mundial de EE UU, los aliados tradicionales están de vuelta, pero también lo rivales de siempre.
Parecía un juicio frívolo, porque Donald Trump ya no es presidente y a los republicanos se les ha pasado el miedo en el cuerpo que les dejó el asalto al Capitolio, pero los fiscales de la Cámara Baja han hecho un gran trabajo reconstruyendo el papel del presidente en la insurrección del 6 de enero. Una revisión obligada para la historia que decodifica el lenguaje con el que Trump ha hablado a sus huestes desde que se lanzó a la arena política en 2015
Gracias a este juicio político quedará en los archivos el relato fidedigno de cómo se forjó el peor asalto que haya sufrido el palacio legislativo desde que los británicos lo redujeran a cenizas en 1812. No se trata solo de dilucidar las palabras del mandatario en el polémico discurso de «Salvar América», sino de conectar su incitación a la violencia desde que apremiaba a «sacar en camilla» a los activistas que interrumpían sus mítines hasta los tuits con los que fue convocando a sus seguidores a la insurrección. Los propios asaltantes han dejado claro que seguían las órdenes de su comandante en jefe para salvar la democracia. La mentira del fraude electoral los convenció de que no tenían más alternativa que la violencia.
Los fiscales se dedicaron este jueves a desmontar preventivamente el argumento de la defensa sobre la sacrosanta libertad de expresión que permite incluso al Ku-Klus-Klan desfilar por las calles. Como comandante en jefe el presidente de EE UU «no es un ciudadano cualquiera» y está sujeto a estándares más altos. Se le juzga no solo por lo que dijo, sino por lo que no dijo: conminar a sus huestes a detener el asalto, que costó cinco vidas y 140 policías heridos, además de proteger al Congreso para que haga el trabajo más sagrado de una democracia, certificar los resultados electorales para la transferencia pacífica del poder.
Pero tal vez lo más importante y estremecedor de la sesión de este jueves fue la pregunta que el congresista Jamie Raskin dejó en el aire: «Si no dibujamos una línea aquí, ¿qué viene después? ¿Qué os hace pensar que el problema de Donald Trump y sus huestes se ha acabado? Volverá», advirtió. Y cuando él o el próximo presidente que no quiera admitir su derrota lance a las masas contra los legisladores, »no podremos culpar a nadie más que a nosotros mismos«.
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