Secciones
Servicios
Destacamos
El retrato de Franklin Roosevelt sobre la chimenea del despacho Oval, junto al de Abraham Lincoln a su derecha, reflejan el inexorable paso de la historia en los últimos días de Joe Biden en la Casa Blanca. El presidente demócrata escogió ambos lienzos en 2021 ... a sugerencia del historiador Jon Meacham con el propósito de enmarcar su presidencia en un momento crítico, cuando el país se enfrentaba a enormes desafíos y sufría una división extrema, como en los peores días de la Guerra Civil.
A sus 82 años, el presidente más anciano de EE UU encara la recta final de una carrera política que abarca más de cinco décadas en Washington. Una trayectoria que comenzó en 1970, cuando con 27 años ganó su primer escaño en el Consejo del Condado de New Castle, Delaware. En unos días dirá adiós a la presidencia cargado de preocupación y dudas y con el reconocimiento de no pocos errores. Horas después, el hombre al que derrotó cuatro años atrás y que intentó arrebatarle la victoria, se instalará de nuevo en el poder con la amenaza implícita de deshacer gran parte del trabajo realizado por su administración y de llevar al país al colapso democrático y económico.
Biden ha venido reflexionando con pesadumbre sobre las oportunidades perdidas y la duda interna de si hubiera podido derrotar de nuevo a Trump, pese a haber reconocido al final que tal vez no hubiera podido aguantar cuatro años en el cargo. Comenzó su mandato decidido a reparar los destrozos de su antecesor y a sacar al país de la crisis económica y la pandemia, pero lo ha dejado envuelto en guerras subsidiarias en Oriente Medio y Ucrania y con la inmoral complicidad en un genocidio. Y, pese a los logros legislativos de corte rooseveltiano, el último capítulo del demócrata ha estado cargado de malos momentos, una ejecución torpe y la capitulación penosa a la peligrosa agenda intervencionista de los neoconservadores que plagan su administración y a la de Israel.
Su altura política menguaba mucho antes de convertirse en un presidente saliente a finales de julio, mientras los funcionarios de la Casa Blanca trataban de trabajar con un presidente con sus capacidades físicas y mentales mermadas y en un estado de ánimo de «abatimiento y «deprimente».
Mientras Biden se centra en consolidar el legado de su mandato con planes para su biblioteca presidencial en Delaware, la Casa Blanca ha venido insertando retrospectivas sobre el «récord más innovador de una administración moderna», incluso en los eventos oficiales más banales. Libre ya de constricciones políticas, también se ha volcado en un raudal de acciones ejecutivas que no pudo hacer o relegó en los últimos cuatro años. Decretos que incluyen la cancelación de la deuda estudiantil (federal) y un récord histórico de indultos y conmutaciones de sentencias carcelarias, incluidas las de pena de muerte (federal) a más de 1.500 convictos.
En otra medida ejecutiva de alcance, Biden prohibió permanentemente la explotación futura de petróleo y gas en las costas del Atlántico y Pacífico, por medio de un cerrojo legal que será difícil de revertir por la administración de Trump. Y acaba de firmar la primera ley en 20 años de aumento de la Seguridad Social (pensiones en EE UU) aprobada por el Congreso, que elimina ciertas restricciones de beneficios a cónyuges y sobrevivientes de pensionistas.
En política exterior, Biden aprobó la transferencia de más de 100 millones de dólares en ayuda militar al Líbano (en origen destinada a Israel y Egipto) para reforzar el alto el fuego que ayudó a mediar entre Israel y Hezbolá. Y en el tema de Gaza ha intentado sin éxito completar su lista de logros con un acuerdo entre Israel y Hamás sin llegar a pronunciar una palabra sobre el genocidio de los palestinos que su incondicional ayuda militar ha propiciado.
El presidente también ha reconocido errores, entre ellos el nombramiento de Merrick Garland como fiscal general, señalando su excesiva lentitud en procesar a Trump por los disturbios del Capitolio del 6 de enero de 2021. Además, se culpa de haber «arruinado» el debate con el republicano, aunque no se arrepiente de haber participado, e insiste en que podría haberle derrotado en noviembre, a pesar de que la mayoría de los demócratas, electores y donantes creen que su tardía retirada redujo considerablemente las posibilidades de la vicepresidenta Kamala Harris de ganar las elecciones. De hecho, muchos de sus aliados le consideran el responsable de su derrota. El indulto a su hijo Hunter ha añadido decepción y muchos se han alejado de él.
Pese a todo, Biden y Harris mantienen «una estrecha relación de trabajo», aunque en las últimas semanas de la contienda electoral la vicepresidenta intentó desvincularse del presidente cuya figura continuaba siendo problemática tanto por sus gafes públicos, como por su política en el conflicto de Gaza. Harris, que esta semana presidió la certificación de su propia derrota, delibera ahora sobre sus próximos pasos en política: otra posible candidatura a la Casa Blanca en 2028, o al cargo de gobernadora de su Estado natal, California.
En una carta abierta en el 'Washington Post' publicada el pasado domingo, Joe Biden alentó a los ciudadanos a enorgullecerse por la resistencia de su democracia, que, sin nombrar a Trump, lamentó, «fue puesta a prueba» y «sobrevivió al asalto». El presidente saliente estará presente en la jura del cargo del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Una cortesía -no correspondida- que para la opinión general ayuda a normalizar el triunfo de la criminalidad y su acceso al poder.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.