A puerta cerrada y sin que trascienda nada sobre lo que se debate. Así se toman siempre las decisiones que marcarán el rumbo de la República Popular China durante el próximo lustro. Y el tercer pleno del XX Comité Central del Partido Comunista, la cúpula ... del poder político del gigante asiático, no va a ser una excepción. Sus 376 miembros del Comité Central del Partido Comunista de China se reúnen desde hoy, y hasta el jueves, en el Hotel Jingxi de Pekín para decidir cómo afrontar los grandes retos a los que se enfrenta la segunda potencia mundial: desde el descenso del crecimiento económico -un 4,7% en el segundo trimestre de este año-, hasta la preocupante conjunción de una histórica caída de la natalidad y un paulatino envejecimiento de la ya segunda población más numerosa del planeta.
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Habrá también tiempo para analizar sonadas destituciones como las de dos ministros de Defensa y el de Asuntos Exteriores, tres tigres caídos en la interminable lucha contra la corrupción del presidente Xi Jinping, que llega a la cita política sin tener que enfrentar la tradicional lucha entre las diferentes facciones del Partido. Antes, conservadores y partidarios de la apertura del país discutían para llegar a un entendimiento. Hoy, Xi marca el camino sin disidencia.
La prensa estatal asegura que este tercer pleno, que llega con más de medio año de retraso inexplicado, «marcará una época». Sin embargo, los analistas no esperan grandes anuncios como el que en 1978 puso fin al maoísmo para convertir a China en punta de lanza de la globalización. La cita de 1993 adoptó la 'economía socialista de mercado' para encajar las peculiaridades del sistema chino y la de 2013 sirvió para avanzar en el predominante papel del mercado en la distribución de recursos.
Pero aquel año Xi alcanzó la presidencia y dio un golpe de timón. No en vano, el último tercer pleno, celebrado en 2018, puso en marcha el actual retroceso, ya que sirvió para unir al Partido en torno a la figura de Xi, cuyo poder fue liberado de la restricción a dos mandatos impuesta, precisamente, para evitar que un solo hombre pudiera tener tanto poder como para llevar a todo el país a la ruina. Como hizo Mao Zedong.
También es cierto que China ahora no necesita grandes transformaciones, sino afinar políticas socioeconómicas. Las más relevantes son las relacionadas con la vivienda, inaccesible en las grandes ciudades, y con la deuda de los gobiernos locales y regionales, que sube como la espuma en un circulo vicioso íntimamente ligado a los problemas inmobiliarios: se construye menos y caen los ingresos de la Administración por la venta de terrenos. Eso es lo que puede impulsar reformas fiscales destinadas a la consecución de dos grandes objetivos: que los ingresos sean más regulares y que aflore la colosal economía sumergida del país.
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Para su éxito será vital también fortalecer el consumo interno, afectado por los renqueantes datos económicos. El crecimiento de la renta disponible de los ciudadanos se ha estancado y muchos han regresado al tradicional ahorro. Saben que las afrentas comerciales de sus principales socios oscurecen el horizonte: la Unión Europea es cada vez más dura con los productos chinos y la guerra arancelaria con Estados Unidos, que Joe Biden ha mantenido, podría recrudecerse si Donald Trump regresa a la presidencia.
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