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Primero pensó en cortarse los brazos y los pies, y luego ya en quitarse la vida. Abul Bajandar estaba tan desesperado que no quería seguir viviendo. Y es fácil entender por qué. Este hombre bangladesí de 35 años sufre uno de los pocos casos de epidermodisplasia verruciforme del mundo, una enfermedad extremadamente rara que cubre las extremidades con verrugas de gran tamaño.
Cuando crecen imposibilitan utilizar las manos, dificultan caminar, y provocan tanto fuertes dolores como infecciones constantes que obligan a vivir consumiendo antibióticos de forma constante. Además, adquieren un aspecto similar al de la madera, razón por la que a Bajandar se le acabó conociendo como 'el hombre árbol'.
Su caso dio la vuelta al mundo en 2016, cuando un equipo de cirujanos se interesó por su caso en la capital del país, Daca, y decidió intervenir para liberarle de lo que acabaron siendo más de seis kilos de verrugas. Lo consiguieron tras una veintena de operaciones que la prensa siguió con tanta sorpresa como detenimiento, pero los médicos siempre fueron conscientes de que, debido a su carácter genético, las verrugas podían reaparecer. Y lo hicieron. Al cabo de solo unos meses, los carcinomas regresaron. Primero con un tamaño manejable para tijeras domésticas. Luego ya no.
Cuando Bajandar recibió por segunda vez a este periodista en la rudimentaria casa que ocupa en un remoto lugar del centro de Bangladés, las verrugas habían adquirido un tamaño incluso superior al que tenían en 2016. El pasado mes de febrero, ya apenas podía moverse y dependía por completo de su mujer, Halima Khatun.
Desafortunadamente, ella no ingresa lo suficiente con su trabajo de costurera como para alimentar a la familia, por lo que Bajandar incluso pidió que le amputaran las extremidades. «Hay gente que vive dignamente con múltiples amputaciones gracias a las prótesis que hay. Yo creo que es mejor eso que sufrir dolor constantemente, pero siempre me dicen que no», contó, dejando abierta la posibilidad de agarrar un machete y hacerlo él mismo.
Afortunadamente, poco después de que este diario publicase un reportaje en el que Bajandar hacía un llamamiento para que algún centro médico extranjero analizase su caso, el equipo que dirige el cirujano Samanta Lal Sen en el Hospital Universitario de Daca le llamó para buscar una solución diferente. Y, después de analizar las posibilidades a su alcance, decidió iniciar una nueva serie de cinco intervenciones.
Varios meses después, Bajandar ha recuperado la sonrisa y ha podido abrazar a sus hijas de nuevo. Ha perdido algunos dedos y parte de otros, pero está feliz. Y no es para menos: ha regresado a casa y ha recuperado cierta independencia, por ejemplo para ir al baño o ducharse por su cuenta.
«Los médicos han decidio esta vez llevar a cabo injertos de piel de otras zonas del cuerpo para recubrir las zonas más afectadas por las verrugas, porque creen que eso puede lograr que no vuelvan a crecer», cuenta, de nuevo desde su casa. «Ya no tengo dolores, y puedo caminar sin el peso de antes», apostilla.
No obstante, todavía tendrá que esperar medio año para que los médicos metan el bisturí en sus pies. El equipo quiere ver cuál es la evolución en las manos, las extremidades más afectadas, para reproducir la estrategia en las inferiores, que ahora Khatun corta como puede para que Bajandar pueda seguir moviéndose.
Si todo va bien, el año que viene por estas fechas podría «ser un hombre normal» y sacudirse para siempre el apelativo de 'hombre árbol'. El mayor temor, lógicamente, reside en la posibilidad de que el tratamiento no funcione y las verrugas vuelvan a crecer.
Si los peores presagios no se materializan, Bangladés se marcará un tanto importante. Desde que su primera ministra, Sheikh Hasina, se interesó por el caso, el país ha intentado mostrar a Bajandar como un ejemplo de su desarrollo económico, que ha cogido carrerilla gracias a la deslocalización de industrias como la textil. El Estado ha corrido con todos los gastos de sus operaciones, algo que incluso provocó cierto malestar entre la población que no tiene esa suerte, y mostró con orgullo el éxito inicial.
Sin embargo, cuando se demostró que la primera estrategia no había funcionado, Bajandar cayó en el olvido y dejó de recibir ayuda económica. Él no quiere ser famoso, ni mucho menos volver a vivir como el mono de feria con el que los transeúntes se fotografiaban a cambio de unas monedas. Solo quiere «ser útil y poder trabajar en lo que sea para traer algo de dinero a casa». De momento, ha vuelto al camino correcto para lograrlo.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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