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Zigor Aldama
Lunes, 16 de diciembre 2019, 18:56
Hace años que muchos analistas consideran que las previsiones macroeconómicas de China son poco fiables: no reflejan el sentir generalizado sobre la marcha de la economía e incluso varias provincias han reconocido haber cocinado datos para cumplir con los objetivos. Por eso, casi siempre Pekín ... da en el clavo. Para 2019 vaticinó un crecimiento entre el 6% y el 6,5%, una horquilla que finalmente se quedó en un 6,2%. Para 2020 el objetivo es menos concreto. Según la agencia Reuters, el Partido Comunista anunciará en su cónclave de marzo una previsión de crecimiento «en torno al 6%», una formulación que, por primera vez, contempla la posibilidad de crecer por debajo de ese nivel.
Es una desaceleración lógica si se tiene en cuenta que China se acerca al nivel de renta de los países desarrollados y que está protagonizando una transformación industrial y de su modelo sin precedentes. Pero las grandes desigualdades del gigante asiático suscitan dudas no menores.
Los datos relativos a los primeros 11 meses del año son agridulces. Las ventas al por menor han crecido a buen ritmo, pero lejos de las cifras de dos dígitos de los últimos años. Y el temor aumenta cuando se tiene en cuenta que el endeudamiento de las familias crece todavía más. Ya supone el 54% del PIB. No es mucho si se compara con países occidentales, pero su incremento ha sido fulgurante, sobre todo entre los jóvenes. La deuda del Estado y de las empresas también aumenta, y con ello el miedo a una cascada de quiebras.
La posibilidad de que el descontento social aumente puede llevar al Gobierno, presidido por Xi Jinping, a seguir los pasos de Japón y aprobar planes de estímulo que continuarán incrementando esa deuda. Pero el déficit se prevé que no supere el 3%.
El sector industrial respira con cierto alivio ante la primera fase del acuerdo comercial con EE UU, aunque los datos de noviembre demuestran que el efecto de los aranceles de Donald Trump ha sido limitado. Donde no hay mucho que celebrar es en las inversiones en activos fijos, que continuaron creciendo al menor ritmo desde 1995. En las 70 urbes que se toman como referencia el precio solo creció un 0,3%.
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