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Técnicos sanitarios custodian en los accesos de un hospital de Wuhan el cadáver de una de las víctimas del coronavirus. AFP
«Vi demasiados cadáveres para contarlos»

«Vi demasiados cadáveres para contarlos»

CORONAVIRUS ·

Un empleado de un hospital de Wuhan narra los meses más duros del covid, cuando no había furgonetas funerarias para llevar a los fallecidos a los crematorios

pablo m. díez

Wuhan

Domingo, 24 de enero 2021, 00:15

Un año después del estallido en Wuhan, y con la epidemia controlada pese a los últimos brotes, el riesgo del coronavirus para China no es sanitario, sino político. Tanto en vidas como en daño económico, la pandemia es una catástrofe mundial tan grave que Pekín está intentando descargarse cualquier responsabilidad sobre sus inicios. Mientras la propaganda trata de reescribir el relato apuntando a otros países como posible origen y sugiere que el virus entró en China a través de alimentos congelados importados del extranjero, la censura filtra toda información sensible.

La más delicada es el número de 89.000 contagiados y 4.635 fallecidos, que despierta dudas por la opacidad habitual del régimen y su ocultación inicial de la epidemia. Además, los propios médicos han reconocido que muchos pacientes perecieron durante las primeras semanas sin que se les hiciera la prueba del coronavirus. En abril, justo un día después de insistir en la fiabilidad de dichos datos, las autoridades revisaron al alza un 50 por ciento el número de fallecidos en Wuhan. Pero desde entonces no se han movido pese a que los estudios de anticuerpos apuntan a que en esta ciudad hubo entre tres y diez veces más de los 50.000 infectados oficialmente reconocidos.

Para los periodistas extranjeros, considerados poco menos que espías en este país, venir a Wuhan a informar sobre el coronavirus es enfrentarse a una auténtica «Gran Muralla», como suele ocurrir con cualquier tema controvertido. Mientras las autoridades advierten a las familias de las víctimas para que no hablen, la Policía impide tomar fotos incluso del hotel donde hacen la cuarentena los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), como le ocurrió a este corresponsal esta semana. Todo con tal de «matar la historia» para que no haya imágenes ni filtraciones que agrieten el relato oficial sobre el coronavirus.

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Pero siempre hay alguien dispuesto a hablar. Como un empleado del Hospital Jinyintan, donde fueron atendidos los primeros casos en diciembre de 2019 y luego buena parte de la avalancha de enfermos que desató la epidemia en Wuhan a finales de enero del año pasado. «Este fue uno de los centros médicos que más pacientes recibió y estuvimos trabajando tres meses sin descanso», explica el trabajador, cuya identidad mantenemos en el anonimato por su seguridad. En ese tiempo, asegura haber visto de todo… y nada bueno. «Había tantos muertos para llevar a los crematorios que las furgonetas de las funerarias no eran suficientes e hizo falta recurrir a minibuses, donde se apilaban los cuerpos en bolsas amarillas», recuerda aquellos trágicos días. ¿Cuántos fallecidos hubo?, le preguntamos a bocajarro. «¡Uf, vi demasiados cadáveres para contarlos! No lo recuerdo», exclama echando la cabeza hacia atrás como si se hubiera asomado al mismo infierno. Pero no se atreve a dar una cifra ni comenta los datos oficiales.

A pesar de tan traumática experiencia, asegura que no sintió miedo porque se protegió a conciencia para cumplir su cometido y, además, las medidas de seguridad para evitar los contagios fueron mejorando a medida que se estabilizaba la epidemia y había más recursos. Desde hace meses, el personal del hospital se somete a pruebas del coronavirus cada semana y, además, ya ha recibido la primera dosis de la vacuna y está a la espera de la segunda.

«Nos dijeron que ese día no nos ducháramos y no tuve ninguna reacción adversa importante, salvo un fuerte dolor en el brazo que me impidió moverlo un rato», reconoce gesticulando. Aunque el Hospital Jinyintan está en obras, el motivo para vacunar a su personal es que tiene ingresados a una veintena de pacientes de coronavirus. «Todos son casos importados, entre ellos trabajadores chinos que han vuelto de Pakistán, y se dividen entre los ya confirmados, que están en un ala, y los asintomáticos o sospechosos, en la otra», cuenta con detalle.

Lápidas negras recuerdan a los fallecidos en un cementerio. P. M. D.

Lo más duro de su relato son esos minibuses cargados de cuerpos que llevaban a incinerar sin que hubiera ningún familiar ni amigo para despedirlos, ya que todo el mundo estaba confinado en Wuhan y las cenizas no fueron entregadas hasta poco antes del Festival de Qingming, el Día de los Difuntos en China, que se celebra cada 4 de abril. Su testimonio encaja con las imágenes grabadas en otro hospital por Fang Bin, un empresario de Wuhan que documentó la epidemia y fue detenido por difundir sus vídeos en internet. Al igual que el bloguero Chen Qiushi, quien también informaba sobre el coronavirus, lleva «desaparecido» desde febrero. Junto a ellos, otra video-bloguera, Zhang Zhan, fue condenada en diciembre a cuatro años de cárcel por grabar también en hospitales y crematorios.

En Wuhan, el número de fallecidos por el coronavirus es un tema tan sensible que los guardias de los cementerios impiden la entrada a los extranjeros al sospechar, y seguramente adivinar, que son periodistas. «¡Eh, un «laowai»!», dice uno, usando el término coloquial para referirse a los extranjeros, al verme atravesar la puerta del cementerio de Biandanshan, uno de los mayores de la ciudad. «Los extranjeros no pueden entrar porque han venido muchos a hacer entrevistas», explica refiriéndose a los numerosos corresponsales que hemos caído sobre la ciudad para cubrir el aniversario del estallido del coronavirus.

Al mostrarle las flores que voy a llevarle a la tumba de un amigo que falleció el año pasado, me permite el paso, pero apunta mi nombre y me acompaña en todo momento para que no me quede solo en el cementerio. Nos dirigimos al Jardín de la Grulla Alzada, la zona donde reposan las cenizas de los fallecidos el año pasado en Wuhan. Con relucientes lápidas de mármol negro distribuidas en gradas entre un largo pabellón de columbarios y una carreterita, se calcula que hay unas mil fechadas en los meses más duros de la epidemia: enero, febrero y marzo. Aprovechando un descuido del guardia, podemos hacer un par de fotos de las tumbas que contienen las cenizas. Una imagen que es de las más repetidas en todo el mundo, pero que el régimen chino no quiere que usted vea para no cuestionar sus cifras y así «matar» toda historia que no sea la oficial.

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