COLPISA
Viernes, 7 de agosto 2015, 10:54
"Hace un rato, un avión americano lanzó una bomba sobre Hiroshima y destruyó su utilidad para el enemigo. Los japoneses iniciaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Lo han pagado con creces y todavía no hemos terminado". Con estas palabras, el presidente ... estadounidense Harry S. Truman anunció al mundo el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Tenía razón Truman cuando decía que no habían terminado, pues tres días más tarde lanzarían otra bomba nuclear sobre Nagasaki.
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Este verano se cumplen 70 años de dos de los días más trágicos de la historia de la humanidad, en los que el hombre decidió que estaba legitimado para utilizar armas nucleares contra sus semejantes, dejando al margen cualquier tipo de consideración moral. Los intereses que primaron para tomar esta decisión fueron exclusivamente los militares.
Al menos, esa fue la justificación de Estados Unidos. Truman y sus altos mandos militares temían un baño de sangre durante la invasión de la isla principal de Japón, pues aún quedaban fuerzas imperiales defendiéndola y la población civil era muy hostil hacia el invasor. El 33 presidente de los Estados Unidos estimó que la decisión de utilizar las bombas atómicas salvó 500.000 vidas -cifra superior al número de bajas que tuvo el país norteamericano en toda la II Guerra Mundial-, número que fue incrementando en posteriores comparecencias públicas. Truman y la propaganda estadounidense forjaron en el imaginario de la opinión pública la idea de que esta decisión tuvo como consecuencia la rendición de Japón y la sucesiva victoria aliada.
No obstante, el paso del tiempo y la desclasificación de documentos secretos han hecho surgir voces críticas que tratan de desmentir la versión oficial. Dos de ellas son las del cineasta estadounidense Oliver Stone y el historiador Peter Kuznick, quienes colaboraron en la elaboración del documental 'La historia no contada de Estados Unidos'. Ambos afirman que "la inteligencia estadounidense había interceptado cables de Tokio que desvelaban que (antes del lanzamiento de las bombas atómicas) Japón se veía derrotada y trataría de negociar los términos para claudicar evitando la rendición incondicional. Japón aceptaría las condiciones estadounidenses a cambio de poder conservar a su emperador, una figura que tenía un carácter sagrado para el pueblo nipón".
Lo cierto es que Japón no se rindió tras el lanzamiento de la primera bomba atómica en Hiroshima, y sí lo hizo después de caer la segunda sobre Nagasaki. Sin embargo, hay otro acontecimiento que también tuvo lugar aquel 9 de agosto y que, según Kuznick y Stone, fue "el verdadero motivo de la rendición nipona", la invasión soviética del territorio de Manchuria, ocupado militarmente por Japón.
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Testimonios autorizados como el del comandante de las Fuerzas Aliadas contra Hitler y a la sazón presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, avalan esta teoría y se refieren a la polémica decisión en los siguientes términos: "Expresé mis serias dudas, primero sobre la base de mi convicción de que Japón ya estaba derrotado y que arrojar la bomba era completamente innecesario, y en segundo lugar porque creía que nuestro país debía evitar impactar a la opinión mundial por el uso de un arma cuyo empleo ya no era, creía yo, obligatorio como medida para salvar vidas americanas".
Conciencia pacifista
Las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki han pasado a la historia como dos de los episodios más cruentos jamás perpetrados por el ser humano. Otros que han tenido la desgracia de compartir su suerte, como los campos de exterminio nazis y los gulags soviéticos han inspirado dos de las obras literarias más relevantes del siglo XX, como son 'Si esto es un hombre', de Primo Levi y 'Un día en la vida de Ivan Denisovich', de Solzhenitsyn.
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La masacre de Hiroshima en la que 140.000 personas perdieron la vida, movió al periodista de The New Yorker, John Hersey, a escribir un reportaje basado en el testimonio de seis supervivientes y que lleva el nombre de la ciudad bombardeada. Es duro de leer debido al realismo de las descripciones que narra su autor: "había unos veinte hombres, todos en el mismo estado de pesadilla: sus caras completamente quemadas, las cuencas de sus ojos huecas, y el fluido de los ojos derretidos resbalando por sus mejillas. (Debieron de estar mirando hacia arriba cuando estalló la bomba; tal vez fueran personal antiaéreo). Sus bocas no eran más que heridas hinchadas y cubiertas de pus".
"Desde mediados de los años cincuenta, cada mes de agosto se celebran reuniones y manifestaciones en el Parque de la Paz, en Hiroshima, y en la Zona Cero de Nagasaki. Los estudiantes japoneses visitan alguna de las dos ciudades, al menos una vez. Esto contribuye a concienciar a las nuevas generaciones sobre los desastres provocados por la guerra. Comparando con el pasado, creo que ha aumentado la conciencia pacifista entre la población, así como el deseo firme de que una catástrofe similar no vuelva a ocurrir, ni dentro ni fuera de Japón", explica la profesora titular de la Escuela Oficial de Idiomas y miembro de la Junta Directiva de la Asociación de Estudios Japoneses en España, Mariló Rodríguez del Alisal.
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