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Miguel Salvatierra
Sábado, 9 de mayo 2015, 07:52
Raif Badawi permanece en prisión un año después de que fuera condenado a 1.000 latigazos y diez años de cárcel por un delito tan peligroso como el de promover el debate político en su blog Saudíes Liberales. Con 31 años, casado y con tres ... hijos, ya recibió el pasado nueve de enero una primera tanda de 50 latigazos, tal como prescribe la ley saudí. Desde esa fecha no ha vuelto a ser azotado. Tras las dos primeras semanas se adujo razones médicas, pero desde entonces no se ha vuelto dar ninguna explicación. Quizá la publicidad del caso y las presiones internacionales han hecho que el régimen saudí opte por mantener silencio.
El pasado 16 de marzo, el Gobierno saudí a través de su ministro de Cultura y de Información, Abdel ben Zaid al-Toraifi, se vio forzado a salir de su mutismo para defender de forman un tanto contradictoria que el sistema judicial del reino se basa en el islam y asegura la justicia para todos. Se trataba de responder así a las crítica formuladas por la ministra sueca de Asuntos Exteriores, Margot Wallström, que denunció los métodos medievales de la justicia saudí. Riad consideró estas declaraciones insultantes y llamó a consultas a su embajador en Estocolmo. La libertad de expresión está garantizada para todos en el marco de la sharía, añadió el ministro en declaraciones a la agencia de prensa oficial SPA. Unas explicaciones que no convencieron a nadie, excepto a los adeptos del rigorismo islámico.
Arabia Saudí es un buen exponente del cinismo de las relaciones internacionales. Cuando el país amigo es demasiado poderoso China o existe un gran interés por tenerlo de nuestro lado estrategia o negocios puede conculcar los derechos humanos a sabiendas de que ningún país aliado se atreverá a denunciarlo en exceso. Suecia, quizá sea la excepción que confirma la regla, con su denuncia citada y el reconocimiento del Estado palestino, que le ha costado la cólera israelí.
El papel de denuncia ha quedado prácticamente reducido a Reporteros Sin Fronteras, Amnistía Internacional y otras organizaciones humanitarias. Ningún otro Gobierno ha alzado mucho la voz contra los saudíes por la situación de Badawi. Si acaso, presiones discretas han hecho ver a Riad el escándalo mediático que provocaría una nueva tanda de latigazos.
Situación política saudí
No era un buen momento para alterar al amigo saudí. La política del reino pasaba por una situación delicada, abanderando, con más pena que gloria, la intervención armada en Yemen contra los rebeldes huthíes, de religión chií-zaidí. También estaba en marcha el golpe palaciego que ha alterado el plan de sucesión real, a favor de Mohamed bin Salman, hijo del actual rey Salman bin Abdulaziz, ministro de Defensa y nuevo hombre fuerte del país.
La cuestión es que el caso de Badawi no es un hecho aislado en el país ni entre las monarquías del Golfo. La represión sin piedad del disidente es la norma y no hay más ley que los estrictos preceptos del wahabismo, la corriente religiosa con más adeptos y radical del islam sunní. Un radicalismo religioso que no se limita a la región del Golfo. A los saudíes, sobre todo tras el 11-S, se les acusa de apoyar la expansión internacional del wahabismo, bien presente en el Estado Islámico o Al Qaida.
Aunque el petróleo ha dejado de tener un valor estratégico clave, Occidente parece conformarse con que Riad ejerza como gendarme de la zona y de gran contrapeso de Irán, el otro gran poder político y religioso de la zona. En otro tiempo lo fue Irak.
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