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Mikel Ayestaran
Enviado especial a Irpin
Viernes, 11 de marzo 2022, 00:09
«No es un corredor verde, es rojo porque hay cuerpos en el camino», apunta Irina desde el interior de uno de los autobuses amarillos que esperan a los civiles que huyen de Irpín, al norte de Kiev. Ha necesitado cuatro días para hacer un ... trayecto que antes de la guerra costaba cuarenta minutos. Aunque Rusia anunció durante dos días que respetaría el alto el fuego, «es mentira, los combates no han parado y por eso al final es decisión de uno mismo salir de su escondite. Nadie te asegura que entre las bombas vayas a llegar con vida. Los soldados rusos se comportan de manera violenta en sus puestos de control, no es nada sencillo llegar», asegura Irina, que se siente segura en Kiev.
Los corredores se pactan en despachos, donde se mantienen reuniones entre políticos y militares. Los ministerios de Defensa los anuncian a bombo y platillo y las dos partes se suelen a acusar de forma sistemática de no respetar lo pactado si las cosas van mal. El problema es que quienes negocian estos pasillos saben que no los tienen que probar en primera persona.
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El corredor de Irpín es «rojo» por la sangre de los civiles muertos en su trayecto, como la familia Perebyinis, abatida el domingo por un mortero ruso disparado de forma deliberada. Unas flores les recuerdan, aunque nadie tiene un minuto para detenerse frente a ellas. Este paso suena a las explosiones que retumban a unos kilómetros y las detonaciones se mezclan con las lágrimas de los recién llegados, rotos por el cansancio y la tensión acumulados. Es un llanto agrio. Inconsolable. El olor de los hongos de humo negro que se elevan al cielo después de cada detonación lo impregna todo.
El Ejército ucraniano dinamitó el puente que conectaba Irpín con Kiev para complicar el avance de los invasores y ahora la vía de escape es una pasarela de madera sobre el río. La mayor parte de quienes salen son ancianos y necesitan ayuda. En brazos, en camillas improvisadas o a la espalda, los voluntarios y familiares más jóvenes ayudan a los mayores a superar el obstáculo en medio de un viento helador. Los cargan con cariño, pero con la prisa que obliga la guerra. La escena congela el corazón.
María Vasylivna. «Nací en la Segunda Guerra Mundial, mi padre fue asesinado y ahora, en mi vejez, tengo que sufrir los combates de nuevo»
Irina. «Es un corredor rojo porque hay cuerpos a lo largo de todo el camino»
«Estaba sola cuando estalló la guerra porque mis hijos emigraron hace años. Nací durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre fue asesinado entonces y mi madre también murió. Soy huérfana desde los 7 años y ahora, en mi vejez, tengo que sufrir los combates de nuevo. Gracias a todos los que ayudan. Se lo agradezco con mis lágrimas. Se necesita ayuda porque mucha gente sigue atrapada sin poder salir», cuenta María Vasylivna, que ha hecho el camino con el respaldo de unos vecinos de su mismo bloque de viviendas. En su barrio llevaban cuatro días sin agua, luz, ni gas y la temperatura en el interior del garaje donde se escondían estaba por debajo de los diez grados.
Todos comparten una historia similar de sufrimiento y miedo. «Tenía una vida normal. Era una persona feliz en mi casa, con mi huerto, y de pronto estalló la guerra y todo acabó», dice Oleg, quien ha salido con su mujer, su hijo, dos perros y un gato. En su caso, se enteró de la existencia del corredor por rumores entre los vecinos, pero cuando abandonó su casa en dirección a Kiev no tenía nada claro que se pudiera pasar. «Nadie informa de nada. Es una lotería», lamenta.
«Hemos sufrido ataques con misiles a los edificios más altos, visto helicópteros volando a baja altura… y en muchos pueblos ahora las casas están ocupadas por soldados rusos», detalla Tatiana, quien espera que todo acabe lo antes posible para poder volver a su casa.
No se atreven a poner una fecha para el final del conflicto, pero cada día que pasa el desastre es mayor. Más muertos, más destrucción, más refugiados fuera del país y más desplazados internos.
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