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Frida Kahlo, Dolores Huerta, Rosario Castellanos, María Félix… La historia de México está llena de mujeres poderosas que, a su manera, se han colgado las cartucheras de Zapata para hacerse un nombre en el mundo de la cultura, el activismo y, ahora también, la política. ... Es, quizás, parte de los contrastes de luces y sombras que definen al segundo país de Latinoamérica en el que más mujeres mueren por violencia de género, pero que a la vez está a punto de ganar a España o EE UU en el hito de elegir a una mujer presidenta.
¿Quién hubiera pensado que el macho mexicano pudiera ceder la cota más alta del poder a una mujer, dada la verticalidad de ese Estado presidencialista? Faltan nueve meses para las elecciones de junio de 2024 en las que se elegirá a la sucesora de Andrés Manuel López Obrador, que por ley no puede gobernar más de un sexenio. La precampaña acaba de empezar, pero ya ha quedado claro que solo dos fuerzas políticas –el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que fundase López Obrador, y el Frente Amplio que agrupa a los partidos tradicionales del PRI, PAN y PRD– pueden ganar las elecciones. Ambas han elegido a una mujer para representarlas mediante uno de los procesos más abiertos de la historia mexicana.
Antes de que fueran rivales, la exalcaldesa de Ciudad de México, Claudia Sheimbaum, de 61 años, y la senadora Xóchitl Gálvez, de 60, fueron amigas y colaboradoras. Se respetan mutuamente. En el fondo, las dos saben que pase lo que pase en esos comicios han ganado. Las mujeres de México habrán ganado. Porque nadie como ellas puede entender el terror de vivir con un padre «extremadamente violento» que molía a palos a la familia, sentirse manoseada en el metro, intimidada por hombres que «se masturban al pasar mientras esperas el autobús», acosada sexualmente por jefes y profesores, perder el trabajo cuando te atreves a denunciarlo y escapar por los pelos de una violación.
Eso y más lo ha vivido Gálvez, la mujer «daltónica» que dice no entender de colores partidistas, y que se presenta a las elecciones «porque México ya no merece tanto odio y confrontación». De todas las imágenes que lleva grabadas en la memoria infantil de la que pocos logran escapar está la de aquella noche a los siete años en la que su padre, borracho, sacó la escopeta para matar a su madre y esta tuvo que huir con ellos de la mano. «Con el tiempo aprendí que eso ocurre, que hay muchas mujeres a las que matan sus parejas», ha contado.
En España, 44 en lo que va de año, pero en México iban ya 426 a final de julio, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública. Y eso solo incluye los casos calificados de feminicidios, porque aparte están las 1.290 mujeres asesinadas violentamente este año, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). El Observatorio Ciudadano del Feminicidio estima que entre diez y once mujeres son asesinadas al día. «Está muy cabrón lo que nos pasa a las mujeres en este país», ha lamentado la senadora Gálvez, que dice tener «algunas propuestas» para que las mujeres dejen de vivir esa situación.
Para ello partirá de su propia experiencia, la de esa niña de siete años que huyó de casa temblando, agarrada de la mano de su madre, con la que hacía gelatinas y tamales para vender en la calle y poner comida en la mesa, porque su padre se lo gastaba todo en alcohol. «La independencia económica también es una forma de proteger a las mujeres de la violencia doméstica», ha adelantado.
Su verdadero rival no es la científica medioambientalista que ganase en 2007 el Premio Nobel compartido por su trabajo con el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU, sino el hombre al que ha acompañado en su carrera política que ahora le pasa el testigo. En Andrés Manuel López Obrador, Gálvez, de padre indígena, ve al cacique de su pueblo en Hidalgo al que ayudó a destronar cuando solo tenía 14 años. Cuando la llama «globo inflado» escucha las burlas de su padre, que las despreciaba mientras ella y su madre se afanaban en hacer gelatinas de colores. «¿Qué os creéis, que con eso os vais a comprar una casa en Las Lomas?».
Muchos años después, cuando ya ganaba millones con su empresa High Tech, le compró a su madre la casa en ese barrio noble de Las Lomas en la capital. Ella no dejó pasar la oportunidad de refregárselo suavemente al marido abusador en cuanto cruzaron el umbral. «¿Ves? ¡Te dije!». Para Gálvez ese día valió todas las miserias que tuvo que pasar en Ciudad de México para poder estudiar ingeniería informática en la universidad.
«Mi destino era casarme con un hombre violento que bebiera», ha reconocido en varias entrevistas. «Nunca me imaginé que un día me encontraría ante este momento de la historia que puede devenir en la primera mujer presidenta de México. Yo solo quería que mi madre dejará de sufrir».
Quizás porque heredó de ella el espíritu emprendedor que López Obrador ve con escepticismo –«pasó de vender gelatinas en la calle a ser millonaria»–, logró escapar de la maldición en la que viven atrapadas millones de mujeres en México, incluyendo su propia hermana, a la que visita cada dos semanas en la cárcel desde hace diez años. «Eso me ubica como ser humano, me aterriza y me quita cualquier mamonería que tenga».
Frente a la científica judía, hija de un químico y una bióloga, que habla con propiedad sobre «la revolución de las conciencias» y «el diálogo circular», Gálvez es deslenguada y de risa fácil. Acusa al presidente y su entorno de tener un discurso social «de dientes para afuera», mientras «da abrazos a los criminales y balazos a las mexicanas y mexicanos» (su mandato es el más violento de la historia, con 156.000 asesinatos).
Las encuestas apuntan abrumadoramente a Sheinbaum como la mujer que podrá poner en práctica las políticas progresistas de «desarrollo con bienestar» para disminuir las desigualdades y hacer justicia para su género, aunque Gálvez dispone de nueve meses para darse a conocer.
La heredera del obradorismo se considera guardiana del legado de su jefe, que promete defender, y recuerda que si hoy es tiempo de mujeres en México es gracias a él. Algunos incluso le acusan de tener «un sesgo feminista». Bajo su mandato se ha visto por primera vez un Gobierno paritario que reparte carteras a partes iguales entre ambos sexos, con un número dos femenino y a la vez feminista, la jefa de Gobernación Olga Sánchez Cordero; una presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Norma Piña; y diez gobernadoras electas, que representan el 31%. Todo ello gracias a unas reformas políticas que establecen como principio constitucional la postulación paritaria de las candidaturas en todos los ámbitos, incluyendo el indígena.
Frente a esas luces, la sombra de las cien mil llamadas de emergencia vinculadas con incidentes de violencia contra las mujeres que han recibido este año los servicios de emergencias, un dato que retrata más la realidad del país que los feminicidios consumados, porque la mayoría de esas llamadas no acaba en denuncia. El problema de México, opina la empresaria y senadora, «no es la corrupción, sino la impunidad». Y contra esa lucharán las dos candidatas dispuestas a hacer historia y llevar justicia a las mujeres que quedaron por el camino.
Mientras hacía la maleta para marcharse, la noche en la que Jeysol Amaya por fin decidió dejar a su pareja después de otra discusión, le escuchó decir a su espalda: «¿Sabes qué? Te prefiero muerta que de otro». El cuerpo se le estremeció. «Me va a pegar», pensó. Lo que no se me imaginaba es que esta vez serían 37 puñaladas. Se las asestó con tanta saña que el cuchillo se le partió y fue a por otro. Nada hacía pensar que podría sobrevivir, pero al salir de dos meses de cuidados intensivos descubrió que la pesadilla no había hecho más que empezar. La Fiscalía acusaba a su pareja de lesiones, no de intento de feminicidio.
«El está libre y yo vivo todos los días con miedo a salir a la calle», contó ocho años después en un premiado documental que narra la penitencia de las 'Sobrevivientes', aquellas mujeres que sufrieron la violencia extrema pero no murieron en el intento. Según el documental de Olga Piña, galardonado con el Premio Breach/Valdez del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México, en esos ocho años los fiscales mexicanos abrieron 1,7 millones de investigaciones penales por golpes, quemaduras, estrangulamientos, lesiones con arma blanca o armas de fuego contra mujeres. De ellos, solo 781 se iniciaron como tentativa de feminicidio. El resto fueron catalogados como lesiones dolosas o violencia doméstica, delitos que conllevan sanciones menores.
«El mensaje que se da con ello es que en México se puede agredir o matar a una mujer sin consecuencias legales», explica Piña. «No se hace absolutamente nada para dar protección a esas mujeres». En el caso de Amaya, el machismo de jueces y fiscales llegó hasta el punto de afirmar que aquellas lesiones no pusieron en riesgo su vida, e incluso sugirieron que ella misma pudo apuñalarse hasta quedar inconsciente.
En el caso de Abril Pérez Sagaón, de 46 años, que denunció por intento de feminicidio a su exesposo, el entonces consejero delegado de Amazon en México, Juan Carlos García, con el que estaba en proceso de divorcio y disputaba la custodia de sus tres hijos, los jueces reclasificaron el caso con el argumento de que este «nunca quiso asesinarla» al despertarla a golpes con un bate de béisbol, agarrándola por los pelos al grito de «¡Te voy a matar, destrozaste a nuestra familia!». Eso le permitió quedar en libertad bajo fianza y escapar a EE UU.
Antes pagó 9.000 dólares a los sicarios contratados para que le metieran dos tiros en la cabeza y uno en el cuello delante de sus hijos, el mismo día en el que miles de mujeres se manifestaban contra la violencia de género en la capital mexicana.
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