Secciones
Servicios
Destacamos
GABRIEL MÉNDEZ
Sábado, 18 de noviembre 2017, 07:38
Hay dos clases de Ítaca. Aquella a la que se vuelve, donde nos aguarda la casa, nuestra gente, el pasado; y la que se inventa cuando se tiene la certeza de que nos han arrebatado el futuro. Nía y Álex abandonaron Venezuela en autobús. Viajaron de Caracas a Lima durante 6 días. Llevaban 900 dólares, 5 maletas y 2 años de amores. Nía se vio obligada a dejar a una madre con esquizofrenia. Álex a un abuelo afectado por un accidente cerebrovascular. No se bañaron en 4 días y para ahorrar solo comieron de lo que juntaron en una bolsa. El fotógrafo Gabriel Méndez fue testigo de la travesía. Los acompañó 4.452 kilómetros por 4 países y 13 paradas. Esta es su historia.
La madre de Nía padece de esquizofrenia y no puede cuidar de sí misma. Nía la consideraba una hija. Cuando le explicó que se iba de Venezuela para vivir en Perú, parecía desconectada. Al abrazarla, no respondió. Desde hacía tiempo no podía costearle el tratamiento así que no estaba medicada. Las tías de Nía lamentaron que la abandonara, pero se comprometieron a ocuparse de ella. En cuanto tuviera recursos, se la llevaría al Perú. Nía empacó una foto de su madre joven. Era la pertenencia más valiosa en su equipaje. A Álex le ocurrió lo contrario. Cuando se despidió de Meggy, su madre, desde un ascensor atestado de maletas, sintió un desgarrón. Alicia, la abuela, tiene 80 y se alegró cuando supo que su nieto se marcharía de Venezuela. Rafael, el abuelo, tiene 84 años y sufrió un accidente cerebrovascular días antes. Desde hace meses no toma los antihipertensivos.
Álex nunca le pidió a Nía ser novios. Nía ya se había divorciado cuando comenzaron a salir. Álex es técnico superior en construcción pero se dedicaba a la fotografía. Ella tiene 27 y él 30. Han pasado 2 años desde el día en que Álex convenció a Nía de hacerle unos retratos. El modelaje fue uno de los muchos oficios que Nía probó para mantenerse lejos del caserío humilde donde se crió en San Antonio de Los Altos, 21,5 kilómetros al suroeste de Caracas. Un año más tarde, Nía se mudó con Álex. Tras un mes deliberando, la pareja decidió partir. Ella no generaba ingresos y a él no le alcanzaban los suyos para mantenerse y apoyar a sus padres, Meggy y Anselmo. Estaban tan apretados de presupuesto que a sus 70 años y en plena jubilación, Anselmo, ingeniero mecánico, debió emplearse en una empresa de servicios petroleros en Güiria, en los confines del estado Sucre. Anselmo no estaba en San Antonio de Los Altos cuando Álex y Nía partieron.
Tras un mes deliberando, la pareja decidió partir. Ella no generaba ingresos y a él no le alcanzaban los suyos para mantenerse y apoyar a sus padres, Meggy y Anselmo. Estaban tan apretados de presupuesto que a sus 70 años y en plena jubilación, Anselmo, ingeniero mecánico, debió emplearse en una empresa de servicios petroleros en Güiria, en los confines del estado Sucre. Anselmo no estaba en San Antonio de Los Altos cuando Álex y Nía partieron.
Entretanto decidían el rumbo de su exilio, Nía legalizaba los papeles de ambos. Álex compraba dólares en el mercado negro con cada bolívar que le ingresaba tras rematar los pocos enseres que atesoraban. Como fotógrafo, Álex sigue la línea analógica. Por eso conservó su Linhof Standard Press 4x5 y su Hasselblad 500C y remató su Nikon D-90 digital. En 5 meses juntaron 900 dólares, lo suficiente para llegar a Lima. En el trayecto no podían tocar 300 de esos dólares. Era el depósito para la habitación en Lurigancho y la garantía de supervivencia durante un tiempo.
Con 4.452 kilómetros por delante, iniciaron la travesía en autobús. Viajar en avión estaba fuera de sus posibilidades. Lo primero era conseguir los tickets en autobús a San Cristóbal, capital del estado Táchira, el extremo de los Andes venezolanos colindante con Colombia. Los precios de los pasajes están regulados por el gobierno y los choferes se quejan de que los importes no alcanzan para comprar repuestos. En consecuencia, muchas unidades están paralizadas por averías.
A las 2:00 de la tarde del 23 de agosto, la extenuada dupla se hallaba frente a la aduana de salida, a 100 metros del puente internacional Simón Bolívar. Sudando bajo un sol inclemente y con sus cinco maletas, descubrieron que debían hacer dos interminables colas para abandonar territorio venezolano: en una entregaban una tira de papel con la fecha; en otra imponían el sello de salida. Nadie entendía esa locura pero pronto comprendieron. Las filas, deliberadamente lentas, estaban diseñadas para que un grupo de personas ofreciera saltárselas por 40.000 bolívares y obtener el pasaporte sellado. El “servicio” brindaba una opción VIP: podía incluir el pasaje en bus a cualquier destino y el acarreo del equipaje a través del puente hasta territorio colombiano.
Una vez sellados los pasaportes, atravesando el puente Simón Bolívar a pie, Nía y Álex sintieron que el cansancio los doblegaba. Por la vía solían circular vehículos de carga, colectivos y particulares hasta que Maduro ordenó el cierre de la frontera en diciembre de 2016. Víctor, un muchacho de 24 años que acababa de graduarse de ingeniero agrónomo y tenía una oferta de trabajo en Ecuador, los acompañaba. Leo y Gian, vecinos del mismo barrio y amigos entrañables, los ayudaban a cargar el equipaje. Mientras iban al terminal de autobuses de Cúcuta a comprar los pasajes, Víctor se desvió a una sede de Western Union para retirar una remesa que le envió un familiar. Sin ese dinero no podría agenciarse el pasaje a Bogotá.
Se hallaban exhaustos cuando abordaron el autobús. El aire acondicionado no funcionaba y el baño estaba descompuesto y clausurado. Aun así, el hedor era una tortura. Les habían ofrecido señal inalámbrica de Internet pero no estaba operativa. Cuando los pasajeros, 80% venezolanos, se quejaron, la actitud no pudo ser más displicente. Adicionalmente, un bloqueo de carreteras los obligó a desviarse por Pamplona y convirtió los 554 kilómetros de recorrido en 20 horas.
Nía y Álex no llegaron a tiempo a Bogotá para tomar el autobús que habían pagado en Cúcuta. Para su sorpresa, los reubicaron sin penalidades en el siguiente. El vehículo tenía Wifi, conexiones para cargar los teléfonos y pantallas para ver películas. Álex vio todas las que pudo mientras Nía dormitaba.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.