Johana Gil
Domingo, 23 de abril 2023
Una inyección anticonceptiva o la píldora del día después también forman parte del equipaje de las adolescentes de Centroamérica que migran a México para enfrentar la violencia sexual a la que se arriesgan sólo por ser mujeres en tránsito. Esa es la realidad de decenas ... de miles de menores que han salido de sus países de origen con la intención de llegar a un mejor lugar en América. Sin embargo, los abusos que viven en sus ciudades, se incrementan y se transforman durante el viaje porque se exponen a riesgos mucho mayores como la trata, el secuestro o la extorsión, según un reciente informe de la organización Plan Internacional.
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Guatemala, Honduras y El Salvador son las regiones con los mayores índices de pobreza y vulnerabilidad del mundo. Lo que se ha convertido en una de las principales razones para emigrar. A esta situación se suma la violencia social que padece la población. Los conflictos entre grupos armados al margen de la ley por la disputa de territorio se han naturalizado en el Triángulo Norte de Centroamérica. Aunque afecta a todos, las niñas y adolescentes la padecen con mayor crudeza. Cuatro de cada diez menores identifican este problema como algo cotidiano, pero con un impacto mayor en las mujeres en comparación a los hombres. Este contexto traspasa fronteras y persiste en el momento de desplazarse hacia otros países. El 30% de las menores creen que el género es un factor determinante a la hora de movilizarse.
«Mi mamá tuvo que vestirme de hombre casi todo el camino para evitar que me pasara algo, y aquí, cuando tenemos que salir a algún trámite, me siento insegura», afirmó una menor venezolana, de 15 años, entrevistada en México por la ONG. El estudio, elaborado con el apoyo de la Dirección General de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Unión Europea, ha desvelado los obstáculos a los que se exponen las adolescentes. Deben pasar por selvas, ríos y extensas carreteras, donde gobiernan los grupos criminales organizados. «Cansados, estuvimos dos semanas en trayecto, prácticamente vivíamos en la calle. Siempre había retenes, y en todos los retenes había que pagar», relató una chica nicaragüense de 16 años que viajó al país azteca.
Ante la imposibilidad de denunciar los hechos violentos que ocurren en el camino, las mujeres han tenido que diseñar estrategias de autoprotección. El hecho de menstruar o viajar embarazada implica riesgos y dificultades adicionales. «Iba con ropa muy holgada, una gorra para esconder mi cabello, y siempre iba sucia para que no me intentaran violar. Y así pasan todas las mujeres. Vamos con disfraz», subrayó una joven migrante. Sin embargo, no existen garantías para nadie. «Una prima fue vendida por el propio 'coyote'. Se perdió y no supimos nada de ella durante todo el viaje, hasta siete años después. Ella logró comunicarse y ahora está en Estados Unidos», señaló una niña de Honduras que hoy reside en Guatemala.
Algunas fronteras son más peligrosas. La investigación destaca el cruce de la selva del Darién, ubicada entre las fronteras de Colombia y Panamá. En 2022, casi 100.000 personas viajaron a través de la espesa selva. De ellos, el 77,4% fueron de Venezuela. «El Darién es el infierno. Son más de cinco días caminando en la selva, con el lodo hasta la espalda, sin comida y mucho miedo. Supimos que violaron a quienes iban delante de nosotros, pero no a nosotros. Hay veces, dicen, que atacan a todos los que van, sean hombres o mujeres», narró una adolescente venezolana.
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Los flujos migratorios se han transformado. «Antes esta era una actividad exclusiva de los hombres. Ahora hay mujeres solas viajando, pero, sobre todo, las que tienen hijos y que deben abandonar sus países por procesos de violencia que se agravan con el paso del tiempo», explicó Débora Cóbar, directora regional de Plan International. «A veces las personas se desplazan por situaciones de violencia, porque en sus casas o comunidad hay maltrato», señaló Cóbar.
«Mi papá era violento, nos pegaba mucho todo el tiempo y llegó a abusar de nosotras, de mi hermana y de mí, por eso nos venimos (a México). Salimos con mis otros hermanos y mi tía y acá ya nos sentimos mejor, más tranquilas», aseguró una adolescente de origen hondureño entrevistada por la organización.
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Alrededor del 20% de las jóvenes señalaron que la violencia es un móvil para abandonar su país. Cerca de ocho millones de personas que son migrantes en América Latina y el Caribe son menores de 18 años. Una cifra alarmante, según Cóbar. «Mujeres adolescentes enfrentan día tras día amenazas que ponen su vida en riesgo al momento de migrar en territorio centroamericano», lamentó. Varias de las entrevistadas sufrieron el desplazamiento forzado interno antes de decidir salir de sus naciones y emprender un trayecto internacional.
Sin embargo, una vez llegan a su destino, los problemas no terminan. Después de caminar durante días en condiciones físicas extremas y cuando por fin son recibidas en algún albergue especial para la población en tránsito, también suele haber denuncias dentro de estos espacios considerados «seguros». La directora de la ONG indicó que «es común que las jóvenes perciban inseguridad y riesgos en los centros de atención». «Pues aquí (en el albergue) hemos tenido casos de intento de abuso. Una vez me pasó, pero fui y lo denuncié y echaron al señor», relató una joven nicaragüense.
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El hecho de ser migrante se convierte en un factor de vulnerabilidad frente a la discriminación y la violencia, ya sea en el tránsito como en el país al que se llega. «Yo vengo de Perú y también me acosaban en las calles, y no podíamos decirles nada porque soy una extranjera más», contó una niña en México.
«Tuvimos que tirarnos por una alcantarilla para escapar y gracias a Dios los perdimos», comentó Miriam (nombre ficticio por protección), adolescente hondureña, de 14 años, que migró a México con la esperanza de llegar en algún momento a Estados Unidos. El trayecto fue muy difícil, según relató a la organización Plan Internacional. Cuando cruzaba la frontera entre Guatemala y el país azteca, junto con su madre y su hermano menor estuvieron cerca de ser secuestrados y extorsionados.
Tras una situación familiar compleja en Honduras, su país de origen, la familia decidió escapar a otro lugar. En 2022, más de 23 mil ciudadanos hondureños solicitaron asilo en México. Más que de cualquier otra nacionalidad.
Miriam tuvo que enfrentar amenazas antes de llegar al albergue donde ahora reside temporalmente. Atravesó Centroamérica en bus y en balsa. Sin embargo, en la zona cero de Guatemala se encontró con un hombre armado, a quien su madre tuvo que pagar junto con otros migrantes para poder pasar. Luego, vino otro que también les solicitó dinero, de quien intentaron escapar: «una persona nos dijo que eran secuestradores, empezamos a correr y bajamos por un terreno de piedras. Nos refugiamos en un jardín durante cuatro horas para perderlos».
Cuando llegaron a México, unos desconocidos les ofrecieron transporte, pero la familia se negó. Por lo cual fueron víctimas de una nueva persecución. Después de esconderse de los hombres y, además, cruzar entre la maleza para evitar ser detenidas por los agentes de migración, lograron subirse a una furgoneta que los llevó a un albergue seguro. Pese a las dificultades, la joven insiste en que continuará su camino hacia Estados Unidos.¡Oferta 136 Aniversario!
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