J. Gómez Peña
Sábado, 3 de febrero 2024, 13:09
«¡Aquí hace falta un Bukele!». Este mensaje corre por las redes sociales en Latinoamérica. Durante el pasado verano, cuando ya estaba en marcha la mega cárcel proyectada por el presidente en El Salvador, una empresa de opinión realizó una encuesta sobre este tema entre ... la población de Colombia, un país con un sangriento pasado de violencia y narcotráfico. El 67% de los consultados dieron su aprobación a ese nuevo centro penitenciario. Sólo el 17% se mostró en contra. Entre las preguntas, destacaba esta: ¿Le gustaría para Colombia un presidente como Bukele? El 55% dijo que sí; el 26 lo rechazó; el 13 dudó, y el 6 no respondió.
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En Colombia gobierna hoy Gustavo Petro, antiguo guerrillero y defensor de las políticas de izquierda. Calificó de «campo de concentración» la gigantesca cárcel de Bukele y, como réplica, recordó que en Bogotá se ha reducido la tasa de criminalidad «con universidades, colegios y oportunidades para que la gente pobre deje de serlo». Hay otros ejemplos en esta línea, como el de Costa Rica, un país pionero en aplicar una justicia destinada a recuperar a los presos para la vida en sociedad y que está obteniendo buenos resultados.
Pero el 'efecto Bukele' tira con fuerza. En Honduras y Ecuador, las encuestas reflejan que el presidente salvadoreño tiene mejor imagen que sus propios políticos. Daniel Noboa, máximo dirigente ecuatoriano, no quiere quedarse atrás y tras la explosión de violencia en las cárceles que sacudió el país entre el 8 y el 10 de enero, adoptó medidas drásticas contra la violencia, incluidos el estado de emergencia y la militarización de las calles y las prisiones. También en México y Guatemala crecen las voces en favor de aplicar la misma mano dura. En Perú, el alcalde conservador de Lima, Rafael López Aliaga, reclamó el «milagro Bukele» para su ciudad.
Javier Milei, nuevo presidente de Argentina, envió a El Salvador al diputado Nahuel Sotelo para estudiar cómo se aplica un modelo que considera «exitoso». Bukele ha pisoteado a las bandas delictivas a costa de recortar derechos. Los salvadoreños lo prefieren así. Y el resto del centro y el sur del continente toma nota.
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